Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

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04-05-2006

Para entender América Latina

Por Jorge Marshall Rivera

Los procesos políticos latinoamericanos están siendo coloreados con tonalidades y matices diversos. Si bien es evidente la tentación de algunos por homologar los idearios de administraciones disímiles como la de Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia, Vásquez en Uruguay y Bachelet en nuestro país -por mencionar los casos más emblemáticos-, para entender América Latina es fundamental reconocer que estos liderazgos responden a las características propias de cada país.

La paradoja

Opera la paradoja, cada vez más compleja, que mientras la tendencia de la economía empuja hacia la globalización, la política mantiene un sello local. Es por esta razón que los análisis simplistas que fuerzan la clasificación de los gobiernos entre aquellos promercado y antimercado, o entre izquierdistas y de derecha, tienen poca utilidad para descifrar las claves del actual escenario político regional.

En todo caso, un factor común en estos procesos es el desencanto con las políticas neoliberales del Consenso de Washington, que prometían la prosperidad a cambio de un conjunto de reformas estructurales. La mayoría de los países avanzaron considerablemente en la aplicación de estas recetas, pero el efecto en el crecimiento y en el progreso social fue menguado y muy inferior a las expectativas.

Estos resultados explican no sólo la desvalorización de dicho consenso como marca, sino también el descrédito intelectual de las instituciones que cultivaron estas ideas, como el FMI. Hasta su primo hermano, el Banco Mundial, así como buena parte de los círculos académicos, han buscado explicaciones más de fondo a lo ocurrido, identificando nuevas pistas para alimentar el debate sobre el desarrollo de nuestros países.

Esta decepción ha dado lugar a tres tipos de reacciones en América Latina. La primera es la de aquellos que aún creen que el recetario era el adecuado, que las reformas tienen efectos con rezagos, que las dosis aplicadas no fueron suficientes y que las reformas iniciales debían ser complementadas con otras más avanzadas. Este enfoque sigue considerando que hay buenas prácticas que premian con un mejor desempeño a los países que las siguen.

En un segundo camino están aquellos que desechan por completo el Consenso de Washington, cuestionan las reformas que integran a nuestras economías a los mercados mundiales, subestiman el papel de los sistemas de incentivos en el crecimiento y relativizan la importancia de los equilibrios macroeconómicos. En este camino se reviven recetas del pasado, que en la mayoría de los casos ya arrojaron pobres resultados. Las buenas condiciones de la economía mundial permiten ocultar los efectos que este camino tenderá a generar en el mediano plazo.

El tercer enfoque

El tercer enfoque es más escéptico respecto de lo que se puede denominar como manuales de validez general, enfatiza que los buenos resultados se obtienen a partir de decisiones acertadas, que dependen de la elaboración de un diagnóstico preciso y de la correcta implementación de las políticas. Este enfoque pragmático busca crear capacidades para identificar lo que funciona en cada caso, desechando aquello que genera malos resultados.

Es lo que ocurrió a mediados de los '80, cuando las autoridades chilenas dieron en el clavo al concentrar sus esfuerzos en el alivio de la debilidad patrimonial de las empresas, principal traba para darle fuerza a la reactivación. Por esta razón, la reforma tributaria de la época fue particularmente efectiva. Sin embargo, esta experiencia no permite concluir que cualquier medida del mismo tipo tendrá iguales resultados, independientemente de las circunstancias específicas de cada economía. Al contrario, el pragmatismo estuvo ausente de la política de convertibilidad de Argentina, tan alabada por el FMI, analistas de Wall Street y algunos textos, pero inapropiada para responder a los continuos cambios en el escenario externo.

Pragmatismo

Esta aproximación más pragmática a las políticas públicas parte de la base que hay grandes criterios para un buen desempeño económico, como son la estabilidad macroeconómica, la apertura al exterior y un buen sistema de incentivos. Traducir estos criterios en cursos de acción concretos implica asumir la realidad de cada país en el contexto de la globalización, lo que se hace con una buena gobernabilidad, más que con un recetario rígido de validez general.

Circunstancias diferentes dan lugar a soluciones distintas, porque promover la inversión y la iniciativa empresarial depende de la confianza que los gobiernos son capaces de generar y no de la pureza teórica de las recetas que aplican. Al mismo tiempo, las prioridades de la población van cambiando y necesitan ser incorporadas a las políticas gubernamentales a través de soluciones imaginativas.

Todo esto nos lleva a concentrar la mirada en los procesos de toma de decisiones, que son las instancias que reúnen los antecedentes técnicos con los criterios políticos. Su buen funcionamiento significa incorporar contrapesos válidos, definir una mejor orientación estratégica y dotar al Estado de capacidades efectivas para asegurar una correcta implementación de las políticas.

Es en este contexto donde se hace evidente la principal debilidad de la derecha: su exagerado apego a las recetas del Consenso de Washington, lo que le resta creatividad a la hora de comprender el presente y pensar el futuro. Aquí puede estar radicado uno de los factores que permite explicar por qué, luego de 16 años de democracia y 4 elecciones presidenciales, no ha logrado hacerse del poder político en Chile.

Frente a ella, la Concertación ha logrado captar las ventajas de un enfoque pragmático, con una visión integradora de los procesos de desarrollo, proclive a corregir las anomalías y a reforzar las ventajas que una economía globalizada representa para amplios sectores del país, tanto productivos como ciudadanos. De cara a América Latina, lo que Chile ofrece es una experiencia de buena gobernabilidad y no recetas de validez general.

Jorge Marshall Rivera
Jorge Marshall Rivera
Doctor en Economía (Universidad de Harvard), Ingeniero Comercial (Universidad de Chile), Subsecretario y Ministro de Economía de Chile entre los años 1990 y 1993, Vicepresidente del Banco Central de Chile entre los años 1993 y 2003, Consultor de organismos internacionales y profesor de economía en varias universidades, incluyendo la Universidad Católica de Chile, Alberto Hurtado y Universidad de Chile. Ha publicado varios artículos sobre la economía chilena, con especial referencia a la política macroeconómica, economía financiera y crecimiento económico.
 
 
 

 
 
 
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