Entrevista a José Luis Aparicio, curador de la IV edición del Festival de cine INSTAR

Por David Obarrio

Del 5 al 10 de diciembre, con la coordinación del cineasta Ricardo Figueredo, CADAL (Centro para la Apertura y Desarrollo de América Latina) presenta en la sala Manuel Antín del Centro Cultural San Martín de la ciudad de Buenos Aires el IV ciclo de cine del Instituto Hannah Arendt que dirige la reconocida artista cubana Tania Bruguera. La entrada es gratuita y las vacantes están limitadas a la capacidad de la sala. 

Aparicio tuvo dos películas extraordinarias en sendas ediciones del BAFICI: el largometraje Sueños al pairo (2021) y el mediometraje Tundra (2021), que funcionan como radiografías de un malestar particular extendido como un manto funesto sobre la isla de Cuba: el que afecta a las personas no sumisas a un régimen dictatorial cuando este ha adoptado una dinámica arbórea. Mil formas de control microscópico con las que el fascismo dirige, inspecciona, supervisa, habita las mentes de los que están bajo su gobierno. Una noticia más o menos alentadora es que las dictaduras también fallan. Bajo la sombra de esos resquicios se cuela un deseo eterno de autonomía. Las películas libres se hacen; el ingenio, el coraje, la esmerada impavidez de aquellos que se aventuran en campos minados sin pestañar pueden hacer la diferencia. Los directores emigrados o exilados como Aparicio obtienen la ventaja indecible de un ecosistema de libertad que, sin embargo, no garantiza todo. En la honestidad y la lucidez de cineastas como él reside la expectativa de un cine ajeno a complicidades camufladas o componendas; un cine capaz de sostenerle la mirada a los tiranos sin renunciar a la imaginación y a una independencia artística verdadera. El cine puede ser libre cuando su identidad no está regulada tampoco por la aquiescencia de un inventario retórico de carácter global. Mientras haya vida en las imágenes habrá esperanza.

Aparicio, que reside actualmente en España, explica pormenores de la curaduría a su cargo y ofrece detalles de la situación de un cine bajo el peso de amenazas y restricciones de todo tipo.     

DO: ¿Cuál fue el criterio general que usaste para armar esta muestra?

JLA: Desde la primera edición del Festival de Cine INSTAR, el principal objetivo del evento ha sido la promoción y exhibición del cine independiente cubano, producido dentro o fuera de la isla. El summum fue la gran retrospectiva del año pasado en la Documenta Fifteen de Kassel, Alemania, donde se proyectaron más de 160 audiovisuales de las últimas siete décadas. Esta exhibición, “Tierra sin imágenes”, la consideramos nuestro tercer festival. La cuarta edición presenta por primera vez una sección competitiva, con quince filmes que aspiran al Premio Nicolás Guillén Landrián. De estas obras, once guardan alguna relación con Cuba, pero decidimos incluir también a cineastas procedentes de países cuyas circunstancias sociopolíticas y de producción artística son cercanas a las nuestras. Excelentes cortometrajes de Nicaragua, Venezuela, Haití e Irán integran nuestra selección, así como el mediometraje “Taxibol”, filmado en Cuba por el cineasta italiano Tommaso Santambrogio, con una narración que explora la historia dictatorial de Filipinas. También presentaremos algunas películas de cineastas cubanos que ruedan en la diáspora, en las cuales se aborda la crisis migratoria que hace años atraviesa la isla. El concepto que nos guía es el carácter transnacional del nuevo cine cubano y su diálogo, cada vez más estrecho, con varias cinematografías del sur global, sobre todo la de aquellos países donde imperan gobiernos autoritarios que imponen la censura, la represión y el exilio a sus artistas. Desde el punto de vista curatorial, nos concentramos en obras estrenadas desde el inicio de esta década que indagan en algunos de los conflictos más álgidos de sus realidades inmediatas, muchas de ellas con un gran recorrido en festivales internacionales. Buscamos autores comprometidos con su sociedad y con su tiempo, pero que estén igualmente interesados en explorar los límites del lenguaje cinematográfico. A partir de miradas muy heterogéneas, las películas en nuestra selección son arriesgados y potentes ejercicios cívicos y expresivos. El cine que privilegiamos es aquel que entiende su postura política como algo inseparable del trabajo con la forma. Por otro lado, si se puede hablar de un asunto recurrente en la programación de este año, ese sería la emigración. La gran mayoría de los cineastas seleccionados vive fuera de sus países; a muchos de ellos ni siquiera se les permite regresar.

DO: ¿El cine cubano se ha vuelto “transnacional” para poder existir? Eso pasa con buena parte del cine mundial, pero se me ocurre que el caso cubano tiene necesidades muy precisas para que así sea.

JLA: Para poder existir y, añadiría, ser más libre. Desde hace aproximadamente treinta años, el cine cubano se realiza gracias a las coproducciones, sobre todo con Europa, y aquí también me refiero al cine oficial, a buena parte de sus comedias y melodramas costumbristas. En el caso del cine independiente, la escasez de fondos que lo impulsan dentro de Cuba y la insuficiencia de los que existen para abarcar el grueso de su producción, nos condiciona a buscar apoyos internacionales. Por otra parte, si se quiere escapar al aparato represivo, el cine independiente de la isla no debería optar a fondos del gobierno. En los últimos dos años, varias películas apoyadas por el Fondo de Fomento, que lanzó el instituto oficial de cine (ICAIC) en 2020, han sido censuradas en el Festival de La Habana y otros espacios culturales. Incluso una de ellas, el documental “La Habana de Fito” (2023, dirección de Juan Pin Vilar), fue exhibida en televisión nacional sin el permiso de sus autores, violando sus derechos y difamando su trabajo. A este contexto se suma la emigración de una gran parte de la comunidad de cineastas cubanos, un fenómeno fractal de la grave crisis migratoria que atraviesa el país en su historia reciente. Estos creadores siguen produciendo sus películas en distintos puntos de la diáspora, obras que mantienen un vínculo con Cuba, complejizan su panorama cultural y lo enriquecen con disímiles visiones. Es inevitable que estos cineastas también empiecen a reflexionar sobre sus nuevas regiones de acogida, y desarrollen conexiones con otros creadores y cinematografías. Creo que lo que a simple vista pudiera parecer un conflicto o una limitante, la condición de emigrados o exiliados de una buena cantidad de cineastas cubanos en la actualidad, podría verse también como una posibilidad, un reto creativo y productivo que ayude a que el cine cubano se expanda en nuevas direcciones y adquiera un carácter más libre y universal. Lo transnacional podría ser la clave para una necesaria transformación. Ahí están películas como “A media voz” (2019, dirigida por Heidi Hassan & Patricia Pérez), “La opción cero” (2020, dirigida por Marcel Beltrán) o “Llamadas desde Moscú” (2023, dirigida por Luis Alejandro Yero) como ejemplos de estos nuevos derroteros y puntos de fuga. No puedo dejar de mencionar que el documental de Yero fue recientemente censurado por la dirigencia cultural de la isla. La política cultural tropieza una vez más, pero el cine cubano está quizás más vivo que nunca.

DO: Entiendo entonces que hay zonas intermedias. ¿Existe esa “zona” de sueños imposibles, de compromisos a medias, de lo oficial y lo no oficial?

JLA: Supongo que sí. El aparato censor es terco y “efectivo”, pero no da abasto para censurar a todo el cine independiente; se concentra sobre todo en aquellas películas cuya incomodidad es más notable. Varias obras apoyadas por ese fondo oficial, que por lo demás es bastante reciente y otorga montos que palidecen frente a la aguda inflación, se han exhibido en festivales oficiales. Pero cada vez resulta más estrecha la zona de tolerancia gubernamental ante los gestos artísticos que cuestionen su statu quo y los conflictos más álgidos de aquella sociedad. Si algo evidencian estos últimos años, en lo que se refiere a la cultura cubana, es la inmensa fractura que se ha producido entre los artistas e intelectuales y las instituciones del gobierno. Ahora mismo hay artistas presos por sus obras e ideas políticas. Ahora mismo hay artistas desterrados. Por mucho que se intente dar la impresión de que no pasa nada, es una falsa tranquilidad que está siendo muy difícil de vender. Creo que el estado actual de cosas habla de un diferendo irreconciliable. Por suerte los artistas, donde quiera que estén, cada vez encuentran más formas de producir y exhibir su trabajo, se deshacen de cualquier dependencia de las instituciones oficiales.

DO: ¿El cineasta disidente filma como vive? ¿A media luz, como una sombra, como un conspirador, con la disconformidad como lema?

JLA: Eso que describes podría aplicarse a la gran mayoría de los cineastas cubanos independientes, más allá de sus grados de disidencia. Recordemos que cualquier expresión alternativa en un contexto totalitario se transforma invariablemente en un gesto político. El movimiento de cine alternativo, que se ha forjado sobre todo en los últimos veinte años, ha resistido condiciones productivas muy precarias y ha sobrevivido a la censura, la difamación y el no reconocimiento del gobierno. Ahora sobrevive también al exilio o a la emigración, según el caso. En el contexto de la isla no se puede pensar la etiqueta de lo “indie” como una suerte de rebelión ante el mercado, porque no se trata de eso. Hablamos de un país con una industria fílmica inexistente y un instituto de cine anquilosado que prohíbe más de lo que produce. Un organismo que prefiere estrenar en los cines películas de Hollywood de piratas a las películas de los cineastas nacionales. ¿Cómo se entiende que esa misma entidad quiera hablarnos de descolonización? Nuestro cine, como todo el arte independiente en Cuba, técnicamente no debería existir, pues nada en su contexto lo propicia, exceptuando la crisis que vive el país en todos los sentidos y la necesidad de expresarla, reflejarla, analizarla. La inteligencia, la sensibilidad y la valentía de los cineastas ha dejado un corpus fílmico atendible, que no solo existe, sino que es potente, arriesgado, diverso, y dialoga cada vez mejor con lo que ocurre en el cine internacional. Luego vienen las etiquetas, muchas impuestas por los medios e instituciones oficiales para deslegitimar e, incluso, criminalizar la creación. De todas esas la que prefiero es precisamente la que usas: “disidente”. No debería ser delito pensar de otra manera, disentir y discutir los problemas de cualquier sociedad. Creo que el cine ha demostrado ser una herramienta poderosa para escudriñar lo real. Ahora, hay siempre en estos términos un afán de homogeneizarnos, y los cineastas cubanos no pensamos de la misma forma. A diferencia del discurso monolítico y la verticalidad política del régimen, el gremio de cineastas es plural y bastante democrático, no tiene pensamiento de colmena. Esto enriquece sus obras, tan distintas estéticamente pero tan ligadas a un espíritu común: el de cuestionar, releer, reconfigurar una idea de país a partir de imágenes y sonidos que se desmarcan de la tradición para expandirse en direcciones aún insospechadas. Creo que de esa multiplicidad en las miradas da fe la selección de películas cubanas en esta cuarta edición del Festival de Cine INSTAR.

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