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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

20-03-2006

Una crítica liberal clásica a Bush y a la real politik de los conservadores

Conferencia “Una crítica liberal clásica a Bush y a la real politik de los conservadores” a cargo del Dr. Gabriel Zanotti. La conferencia estuvo basada en el artículo de Gabriel Zanotti que lleva el mismo título y que fuera publicado por CADAL

El martes 21 de marzo, se organizó la conferencia “Una crítica liberal clásica a Bush y a la real politik de los conservadores” a cargo del Dr. Gabriel Zanotti. La conferencia estuvo basada en el artículo de Gabriel Zanotti que lleva el mismo título y que fuera publicado por CADAL y que puede leerse a continuación.

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Una crítica liberal clásica a Bush
y a la ''real politik'' de los conservadores

Por Gabriel J. Zanotti

Hay varios modos de ser "anti-Bush" en estos momentos. El primero es ser sencillamente autoritario, antiliberal, anti-libre mercado, creer que Estados Unidos y su capitalismo es el culpable de la pobreza de todo el resto del mundo y sostener que Bush y su administración son el culmen de todo ello. Ese es el modo más habitual, que abarca un amplio margen de posibilidades: desde el argentino pro-Kirchner, que ve encarnado en su presidente a su odio ancestral por los Estados Unidos, y goza al ver personalizados sus slogans de siempre (los yanquis, los imperialistas, etc.); pasando por elaboraciones intelectuales más elaboradas, como una teoría de la dependencia que se detiene al decir un tímido "no" a la violencia (caso clásico: la versión aggiornada de la teología marxista de la liberación) hasta llegar a los Chavez, los Castro y Bin Laden y sus émulos, aunque cabe reconocer que este último merece un estudio aparte.

El segundo modo, muy desconocido en Argentina y en casi todo el mundo, es el libertarianismo de los Estados Unidos. No es el momento de describir los sutiles grados y modalidades de este grupo, pero digamos que, totalmente partidarios de las libertades individuales y del libre mercado, ven en el progresivo fortalecimiento del gobierno central de Washington una traición al espíritu fundador de los Estados Unidos, o una corroboración de la predicción de que todo gobierno central -aunque "limitado"- tiende al totalitarismo. Siempre han sido coherentemente abstencionistas -niegan la legitimidad de todo tipo de política exterior de los Estados Unidos- y ven a Bush y su administración como el culmen -también- de todo lo que detestan. Evidentemente este grupo es más ininteligible para el primero que al revés.

Pero, por otro lado, hay unas formas de adhesión a los Estados Unidos que no pasan por ser parte del staff de su administración. Son personas formadas en cierto liberalismo clásico que han adherido habitualmente a las políticas del partido conservador norteamericano. Habitualmente partidarios de una economía abierta, aunque sin muchas sutilezas, adhieren a los tratados de libre comercio con los Estados Unidos, sin mayor precisión sobre si es una política de corto o de largo plazo. Y adhieren en general a la política exterior de Bush en Medio Oriente, e incluso a sus políticas internas sobre seguridad.

En conversaciones con miembros de este último grupo, uno queda habitualmente como "medio tonto". Por "uno" hago alusión a alguien como el que escribe, que tiene una tendencia, un parecido, con los libertarios norteamericanos -con mis diferencias, a veces muy marcadas- a lo cual se agrega la desgracia de ser "filósofo", peculiar circunstancia vital que generalmente es recibida con muestras exteriores de respeto pero con un velado ocultamiento de cierto desdén: filósofo, claro, esto es, no servir para nada. Y dejemos de lado, por supuesto, los elogios que un Pieper, de un Sciacca, un Heidegger, los místicos católicos y hasta el budismo zen han hecho del "no servir para nada".

Mis interlocutores "Pro-Bush" me dicen habitualmente que estamos en guerra -claro, es que no me di cuenta- y que hay ciertas cosas que hay que "ceder" momentáneamente. Que sí, que están de acuerdo con las libertades individuales, claro; pero que las circunstancias extremas implican un límite, en aras de la seguridad. (Notemos el parecido con las objeciones del tipo: "mercado sí, pero…"). Y afirman los referentes de este grupo, que por supuesto que la Constitución norteamericana originaria es muy buena, pero que ellos -sus redactores- no se enfrentaron con Bin Laden. Entonces, si la privacidad de conversaciones y correspondencia se pierde, si la libertad de expresión es "vigilada", si hay que construir un muro enorme en la frontera con México -el muro de Berlìn era otra cosa, desde luego- o si hay alguna que otra "torturita" en Guantánamo, bueno, son los precios que hay que pagar precisamente por la "sociedad libre". Y viene a renglón seguido la típica pregunta: ¿Hay alguna otra forma de defenderte del terrorismo?

Si doy una respuesta "deontologista", esto es: "no, pero hay cosas que no se deben hacer", la posición de mi interlocutor, que es consecuencialista, se refuerza. Y si llego a citar a Kant, peor. Soy el filósofo inútil, el que habla desde la "moral de la convicción", el que puede darse el lujo de exponer estas cosas desde un pizarrón porque no tiene que tomar las decisiones difíciles, esto es, la "moral de la responsabilidad". Y me responderán: "Ok, Gabriel, muy lindos tus cursos de Mises y Hayek, vos seguí en eso y dejamos a nosotros -por suerte- el gobierno del mundo".

Como además he sido formado en Popper, no descarto que mi interlocutor pueda tener razón. ¿Quién tenía razón, en última instancia?: ¿Locke o Hobbes? Una sociedad pacífica puede darse el "lujo" de ser "lockeana", gozar de las libertades, comerciar libremente y delegar en un gobierno limitado el derecho a la defensa. Pero, en última instancia, ¿es el ser humano pacífico? Preguntar esto, en la circunstancia mundial del 2006, lleva a cierta respuesta, con cierto grado de obviedad. Entonces la razón la tiene Hobbes: deleguemos el poder absoluto en alguien que "nos proteja absolutamente". Tal vez la cuestión política, esa "real politik" de la que mucho se habla, consiste en diversos tipos de Hobbes. Corea del Norte, no; Bush, sí. Claro que ambos tienen poder absoluto, pero la cuestión es para qué se lo utiliza. Pero, si es así, entonces el liberalismo clásico fue una ilusión: un lujo para tiempos de paz, tiempos de paz que son la excepción y no la norma. La cuestión es el poder, un poder, en todo caso, bien usado: si soy norteamericano, "ciudadano respetable"; si pago mis impuestos, si mi padre fue un héroe de la segunda guerra, entonces estaré protegido por el poder, y bien protegido; si soy árabe, inmigrante e islámico, soy un sospechoso permanente, vigilado por el poder, y bien vigilado; y está bien que así sea. Y quién es protegido, y quién es vigilado, lo decide el poder, no la ley. No el Estado de Derecho (declamación de los filósofos), y está bien que así sea. Y si es así, si el mundo "es" así y punto, entonces digámoslo. El liberalismo clásico no fue más que un sueño. Ya está, ya pasó. El mundo real es la política real, es quién tiene el poder y para qué lo utiliza. Dejemos de hablar de liberalismo: o somos Castro, Chávez, Irán, Corea del Norte, Hammas, etc.; o somos conservadores que nos defendemos de todos ellos, con todo el poder. Y punto. El Imperio Romano contra los bárbaros. Listo; no sigamos escribiendo bellas páginas, y coloquemos a Locke, Montesquieu, Tocqueville y Jefferson en la sección de literatura, junto a Shakespeare. Todos ellos escribieron sueños para un mundo imaginario. Y seamos francos y digámoslo.

Pero esta última opción es difícil. Esta sinceridad a veces tampoco es útil al imperio. Porque es una opción, fue una opción, estar de acuerdo, en el fondo, muy de acuerdo con Bush, pero dejar que el "trabajo sucio" lo haga él, y aparecer ante la opinión pública como otra cosa. ¿Tal vez, la posición de algunos gobiernos europeos durante la guerra de Irak?

Salvando las distancias, las discusiones durante 1977 y 1978 en Argentina eran análogas. Dije análogas, no iguales. Pero la parte igual de la analogía es que algunos abiertamente, otros calladamente -estos últimos creo que eran un poco más- sabían que la Junta Militar no era Madison, Adams y Jay, aunque tuvieran en su casa la última edición de "El Federalista". Pero en el fondo apoyaban. "Apoyaban" quiere decir: había que aniquilar al enemigo, como fuere, y en el "como fuere" habían cruzado un límite mental y moral después del cual es muy difícil volver.

Pero hablando de volver, ¿cómo volvemos de este planteo? Hemos dado, casi, la razón a nuestro adversario.

Comencemos diciendo que los liberales clásicos no ignoramos lo que es el poder. "¿Por qué estamos aquí, Maximus?, le pregunta Marco Aurelio a su egregio general en la película Gladiador. Y Maximus contesta, sin la más mínima duda y poniéndose la mano en el pecho: "…Por la gloria de Roma mi señor". Eso es el poder. Si a la gloria de Roma se le ocurre proteger a tus hijos, OK; si se le ocurre matarlos, OK también. Eso es el poder. Y por eso, varios, muchos siglos después, surgió una novedad: limitemos el poder. La gloria de Roma podrá ser muy bonita, pero la persona y sus derechos están antes. Eso es el liberalismo clásico.

Frente al liberalismo clásico, la "política real" no es más que sentido común estilizado, lo cual está, por supuesto, muy bien. Bin Laden nos declara la guerra: ¿con quién vamos a hacer una alianza?: ¿Con Bush o con Corea del Norte? Con Bush, claro. ¿Tanto lío para eso? ¡Hasta los tontos lo entendemos!

Pero lo "real" no se agota allí. En los fenómenos sociales, lo "real" son las decisiones que tomemos, movidos por las ideas que tengamos. Y una de las diferencias entre un líder carismático y un estadista es que el primero sabe leer y utilizar para su poder las creencias culturales de sus futuros gobernados, y, al hacerlo, refuerza esas mismas creencias, en un círculo vicioso cultural perfecto (Hitler, con el resentimiento nacionalista de gran parte de los alemanes después de la primera guerra; Kirchner, con los slogans nacionalistas y estatistas peronistas, perfectamente arraigados en el horizonte cultural del argentino promedio; y los ejemplos podrían seguir). Un estadista, en cambio, puede cambiar la corriente, no seguirla. Su aparición, desde un punto de vista humano, es aleatoria, pero de su aparición o no depende muchas veces el curso de la historia.

Bush siguió a gran parte de la opinión pública norteamericana. Subido sobre los escombros de las ruinas de las torres, ante los bomberos que gritaban que no podían escucharlo, dijo: "yo puedo escucharlos", e hizo prácticamente su primera declaración de guerra. Desde el punto de vista de la comunicación política, un verdadero éxito, que asombró a muchos de sus críticos.

Pero él, y todos los que le apoyaron, cometieron un error, un error de política "real". Compararon al 11 de Septiembre con Pearl Harbor. Puedo equivocarme, pero no es así. Los Estados Unidos ya estaban en guerra. No era necesario enervar los ánimos de los que clamaban venganza, sino de calmar los ánimos, replantearse los objetivos de la política exterior, y reforzar una seguridad interna que había fallado. Para eso hacía falta también un muy buen manejo de la comunicación pública, pero con otro contenido, que tuviera ideas, no sólo creencias; que pudiera re-direccionar a la opinión pública. Pero no fue así.

Hubo un segundo error, también "real". El 11 de septiembre de 2001 conmovió las fibras internas de un país que durante 200 años había sido "impenetrable" bélicamente. Eso quiebra el pensamiento de cualquiera. El poder absoluto de Washington se hizo visible y la Patriot Act puso al estado de derecho norteamericano en una contradicción en términos. Visibles también. Otra vez, el miedo, el casi terror por un nuevo ataque, hace perder el juicio. Reforzar la seguridad interna, ¿quién lo duda? Pero, ¿quiere la administración Bush que Estados Unidos sea totalmente seguro? Pues tiene una fórmula: conviértanlo en la Unión Soviética. Y punto terminado. Como victoria a lo Pirro, sería histórica. ¿No estará Bin Laden muriéndose de la risa frente a una victoria de su parte que va más allá de que lo atrapen o no? ¡Ah! ¿Ahora somos los tontos los que tenemos que recordar que esta no es una guerra como cualquiera?

El Estado de Derecho clásico tampoco era tan indefenso. Estaba el estado de sitio, con cláusulas constitucionales muy concretas para evitar los abusos. Que los argentinos nunca lo hayamos aprendido, con nuestra tradición autoritaria, es comprensible. Pero que lo olviden quienes proclaman y declaman el liberalismo clásico, reduciéndolo a bonitas palabras para discursos ocasionales, es menos comprensible. Bueno, comprensible es todo. Quise decir: más grave.

Los libertarios son a veces muy absolutistas cuando entran en el camino de estas reflexiones. No era tan sencilla la opción de decir "no" a entrar en la Segunda Guerra Mundial, ni tan sencillo dejar a los israelíes solos una vez terminada esa contienda. Y que después de allí todo haya entrado en un des-orden espontáneo (con el perdón de  Hayek), de "unintended consecuences", es comprensible también. Pero la pregunta de un estadista es: ¿hasta cuándo? ¿No hay modo de revertir la tendencia? La lógica del intervencionismo exterior como único modo de autodefensa lleva a la guerra total. Bush y sus asesores han entrado en una escalada discursiva de la cual es muy difícil salir después. Su último discurso ante la Nación es una pieza maestra de coherencia al respecto. Lo más interesante, para una sociología del poder, fue su puesta en escena, y sus protagonistas, que de ningún modo eran sólo Bush y su equipo. La conmovedora carta del soldado muerto en Irak, sus padres presentes, el aplauso cerrado de varios minutos, y todo ello ante el mundo entero, instantáneamente. Marco Aurelio se hubiera muerto de envidia. ¿Se detendrá entonces Bush? No. ¿Se detendrán los otros? ¿Se detendrá Irán? No. ¿Y entonces? ¿No era esta la pregunta (¿y entonces?), que hacía Kennedy durante la crisis de los misiles, ante los generales que le exigían el inmediato bombardeo de Cuba?

Por último, me adelanto a la recriminación obvia de mis interlocutores conservadores: ¡dígale todo eso a los demás! Pues a parte de recordarles mis casi treinta años de servicio en la materia, obvio que sí. La defensa de una sociedad libre no es unilateral, es para todos. Simplemente, es muy diferente pedir a una cultura que sea lo que nunca fue, que recordar a una cultura lo que fue. No se qué es más realista, pero lo último revela un obvio grado de adhesión cultural.

Aquí me detengo. No tengo la habilidad de los que escriben discursos presidenciales. Sólo soy un pobre filósofo, cumpliendo mi inútil papel: recordar quiénes somos, antes de decidir qué hacer. Sólo Dios sabe el curso de la historia. Hay civilizaciones que se han pedido para siempre. Algunas, porque fueron injustamente aniquiladas; otras, habrá sido por las cosechas, la enfermedad o un meteorito. Pero están aquellas que se eliminan a sí mismas. No por muerte física, sino por pérdida de identidad. Como en Star Trek, donde las civilizaciones son asimiladas por los Borg. ¿Lograrà el miedo, el poderoso y temible miedo, que Occidente sea asimilado por modos de vivir totalitarios?

No lo sabemos, pero es preferible morir como liberal que vivir como totalitario.

Gabriel J. Zanotti es filósofo y profesor universitario.

Fuente: www.generacion37.org

 
 
 

 
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