El punto de inflexión para que la economía argentina rompa el maleficio de 12 años de estancamiento y casi medio siglo de pelear el descenso en el ranking de crecimiento de la región es que la actividad pueda recuperarse más allá de los últimos picos (noviembre de 2017) y no sólo que compense la brutal caída del primer semestre de 2024. El impacto en un año electoral significa que el consumo (en promedio) aumenta, se expande la demanda en el mercado laboral y con eso se asegura un crecimiento en los salarios.
Tomar nota. No significa que la crisis quedó en el olvido, pero luego del rebote del tercer trimestre, en el cuarto trimestre de 2024 y en el primero de 2025, el PBI creció a un ritmo de entre el 5% y 6% (anualizado y desestacionalizado). Otros indicadores privados como el IGA de Orlando Ferreres & Asociados anticipan una caída significativa del nivel de actividad para marzo, por lo que no es descabellado proyectar una desaceleración para el segundo y tercer trimestre de este año, con el consiguiente impacto en la proyección de crecimiento. Jorge Vasconcelos, economista jefe del IERAL, estima en el último informe de Novedades Económicas que podría estar más cerca del 3,5% anualizado del PBI, lo que derivaría “en un alivio parcial para las cuentas externas (menor dinamismo de las importaciones), pero complicaría la continuidad de la recuperación en términos de empleos”.
Como mantener el dinamismo previo se requieren dosis adicionales de inversión y productividad, pero advierte que sectores relevantes en términos de empleo como industria y construcción, podrían estar alcanzando los niveles de 2017 recién hacia 2026 y 2027, creciendo a un ritmo razonable.
Inflación en la mira. Luego de la flexibilización del cepo cambiario, se temió que una eventual disparada del dólar o el peso de las expectativas se tradujera en un rebrote inflacionario. Sin embargo, el relevamiento de precios de la consultora C&T para la región GBA presentó un alza mensual de 2,7% en abril, significativamente menor que el 3,7% que el INDEC relevó para marzo. Esta estimación estuvo explicada por el menor aumento de la educación, las frutas y verduras. Pero la inflación núcleo, que deja de lado componentes regulados y estacionales como los señalados, también fue bajando a lo largo del mes. Esta moderación deja un arrastre estadístico para mayo notablemente menor que el que había dejado marzo para abril, ya que durante aquel mes ya había comenzado la aceleración de los precios. Eco Go ya midió que durante la primera semana de este mes los alimentos consumidos dentro del hogar registraron una suba del 0,3%, la inflación en dicho rubro ascendería a 2,6% en mayo y el nivel general se ubicaría en 2,3% mensual. Explica que la estabilización del tipo de cambio por debajo del centro de la banda luego de la salida del cepo, el menor impacto de productos estacionales como frutas y verduras y la baja en el precio de los combustibles (-4% promedio) producto de la caída internacional del precio del petróleo, contribuyeron a sostener la desaceleración de mayo.
Esta combinación entre precios con una dinámica menor y un nivel de actividad que amenaza con ralentizarse proyecta algo de incertidumbre sobre el proceso de actualización de las paritarias en marcha. La fuerte sugerencia del Gobierno para las cámaras empresariales de no convalidar aumentos de más del 1% (aún con aumentos ya pactados mayores). En un año electoral, los conflictos salariales prometen florecer si es que la campaña supedita todo a la baja a toda costa de la inflación. Pero también ocurre que esto corre para una porción cada vez menor de los trabajadores.
Desiguales. En una reciente investigación de IDESA, se muestra que, si bien el trabajo productivo es clave para el progreso social, en Argentina apenas 1 de cada 5 personas en edad activa consigue un “empleo de calidad. Se considera empleo de calidad a los asalariados privados formales y los cuentapropistas profesionales. En cambio, los empleos de baja calidad incluyen a asalariados informales, cuentapropistas no profesionales, monotributistas sociales, trabajadores del servicio doméstico, cooperativas, entre otros.
Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del cuarto trimestre de 2024, la población urbana en edad de trabajar en Argentina es de 18 millones. De ellos, 13 millones (73%) integran la población económicamente activa (PEA): 12 millones tienen empleo y 1 millón busca trabajo. Los 5 millones restantes (27%) están inactivos, ya sea por falta de incentivos o por dedicarse a actividades como el estudio.
En resumen, 1 de cada 3 argentinos en edad de trabajar no lo hace. De los 18,6 millones de personas en edad de trabajar, solo 4 millones acceden a un empleo de calidad, ya sea como asalariados privados formales o cuentapropistas profesionales. Esto representa apenas el 21% del total. En el otro andarivel, 6,2 millones tienen trabajos de baja calidad y más de 5 millones están directamente fuera del mercado laboral. La foto es contundente y preocupante: apenas 1 de cada 5 adultos en edad de trabajar logra insertarse en ocupaciones de calidad, mientras que el resto enfrenta formas más precarias de inserción laboral o directamente la inactividad.
Entre enero de 2019 y enero de 2025, el salario real de los trabajadores registrados en el sector privado cayó 9%, mientras que el de los informales se derrumbó más de un 25%. Esta caída, que atraviesa todo el mercado laboral, dejó a la mayoría de los trabajadores con ingresos reales en niveles históricamente bajos, más allá de las diferencias sectoriales o de régimen laboral bajo el cual están inscriptos.
Un factor clave es que las personas en edad de trabajar puedan acceder a empleos productivos. Sin embargo, el mercado laboral argentino enfrenta tres desafíos: alta inactividad (1 de cada 3 personas no trabaja), baja calidad de empleo (solo 1 de cada 3 ocupados tiene empleo formal registrado) y salarios que tienden a la baja (cayeron un 17% en los últimos 6 años). Estos problemas -inactividad, precariedad laboral y desigualdad salarial- tienen un origen común: la falta de empleos productivos.
Sin duda, a lo largo de tantos años, lo que termina gravitando en la ruptura del círculo virtuoso del ahorro canalizado a la inversión y la capitalización del sector productivo, aumentando la productividad que, en definitiva, es lo que determina el nivel de los salarios reales para cada sector. El economista de IDESA Jorge Colina, indica que para romper esa inercia decreciente hay que volcar más inversión a los sectores más competitivos, lo que implica mayor inversión en capital humano, en capital físico y en tecnología. “Pero para que esto ocurra, además de la estabilización macroeconómica, se necesita que los convenios colectivos de trabajo no expongan salarios mínimos legales por encima de la productividad, porque entonces las empresas del sector se vuelcan a la informalidad, lo que les impide desarrollarse y así se mantienen siempre en un universo de baja productividad”, advierte. Es la llave para romper otra estructura que hasta ahora parece inamovible: la estratificación del mapa laboral argentino a lo largo de cinco décadas de inestabilidad en sectores muy diferenciados. Son los que Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, identifica como los que trabajan en sectores competitivos, los sobrevivientes en actividades de baja productividad y los que van quedando al costado del camino.
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