Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

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05-04-2009

Nuevo santo y seña

Ahora, dicen, no hay más comunistas, socialistas, montoneros, tupamaros, guevaristas, sandinistas, capitalistas, imperialistas, liberales, conservadores, socialdemócratas o, simplemente, izquierdistas y derechistas. Ahora el nuevo santo y seña es tan abarcador como inservible para definir a quienes lo enarbolan: ahora son todos “progresistas”.
Por Claudio Paolillo

Antes era más fácil. Se llamaban comunistas y lo eran. O se llamaban socialistas y eran comunistas pero un poco menos. O se llamaban tupamaros (o sandinistas, guevaristas y montoneros) y eran tupamaros (o sandinistas, guevaristas y montoneros). O eran capitalistas e imperialistas en serio. Después, las cosas se fueron complicando porque tomar las armas para derrocar gobiernos democráticos, proclamar graciosamente que la dictadura del partido único era el futuro para el “hombre nuevo” o mantener colonias en lugares alejados, había dejado de ser redituable. Entonces aparecieron otros motes y nuevos apellidos para las viejas ideas: y se llamaron democráticos avanzados, socialistas autogestionarios, socialistas democráticos o, si eran capitalistas, liberales, conservadores o socialdemócratas. Más recientemente, apelaron a la brocha gorda y dividieron al mundo entre “izquierda” y “derecha”, donde entre los “izquierdistas” había grandes amigos del “imperio yankee” y entre los “derechistas” aliados incondicionales de Fidel Castro.

Ahora, dicen, no hay más comunistas, socialistas, montoneros, tupamaros, guevaristas, sandinistas, capitalistas, imperialistas, liberales, conservadores, socialdemócratas o, simplemente, izquierdistas y derechistas. Ahora el nuevo santo y seña es tan abarcador como inservible para definir a quienes lo enarbolan: ahora son todos “progresistas”. Y nosotros, los periodistas, lo repetimos muchas veces sin detenernos un instante a pensar en lo que estamos transmitiendo.

La semana pasada, los autoproclamados “progresistas” hasta hicieron una “cumbre” en Viña del Mar (Chile), con un gigantesco cartel que presidió la reunión sin que nadie se ruborizara. “Cumbre de Líderes Progresistas”, decía. ¿Y quienes son los “progresistas”? Pues los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, España, Noruega, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Estos están liderados, según ellos mismos, por personas “con ideas avanzadas y con la actitud que esto entraña” (Diccionario de la Real Academia Española)

Allí estuvieron y se presentaron como si todos fueran discípulos de una misma y conocida escuela político-ideológica, el primer ministro inglés, Gordon Brown, el presidente brasileño Lula, el vicepresidente de Estados Unidos Joseph Biden, la presidenta argentina Cristina Kirchner, el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez, el primer ministro noruego Jens Stoltenberg y la presidenta chilena Michelle Bachelet.

Como el “progresismo” no representa nada concreto —salvo un conjunto vago de escasas y dudosas buenas intenciones— el curioso espectáculo de Viña del Mar (y el aún más insólito cartel que lo presidió), inaugurado hace 10 años por Bill Clinton y Tony Blair, y empleado entre otras cosas para justificar la invasión a Irak, sólo podía deparar eso mismo: la nada más absoluta. Y no pocos problemas. Kirchner no se puso de acuerdo con Brown para solucionar en forma “progresista” la secular ocupación inglesa de las Islas Malvinas; Vázquez no consiguió que, al amparo del “progresismo” que ambos dicen compartir, su colega argentina decidiera por fin terminar con cuatro años de puentes cortados entre Argentina y Uruguay; los “progresistas” Biden, Brown y Zapatero se tuvieron que tragar que el “progresista” Lula les espetara en el rostro que las “personas blancas y de ojos azules” (gente como ellos tres, digamos) fueron las que provocaron la actual crisis económica que azota al mundo; Brown, a su vez, debe haber sentido la indiferencia de su colega Kirchner cuando dijo que “los progresistas rechazamos las tendencias proteccionistas” y “supervisaremos a los países y nombraremos de forma vergonzoza a los que llevan a cabo estas prácticas”; el “progresista” Vázquez, quien no se animó a subirse al tren con Estados Unidos —sobre el cual él dijo que sólo pasaría una vez—, ofició como una suerte de vocero de la Casa Blanca y dijo que Washington tiene “el franco deseo y la más manifiesta de las intenciones” de mejorar sus relaciones con América Latina, apenas cuatro semanas después de que Barack Obama decidiera desencadenar un bombardeo “progresista” sobre el noreste de Sudán, a raíz del cual murieron entre 40 y 100 personas; la anfitriona “progresista” asestó, como casi todos los demás, una estocada de pensamiento profundo cuando le tocó hablar. “La crisis —dijo en tono solemne— no se puede enfrentar dejando de lado a la gente”.

Estos “progresistas” —los del norte y los del sur— han demostrado ser, sobre todo, grandes hipócritas. Por eso, después de autoproclamarse con ese título de supuestos vanguardistas de las “ideas avanzadas”, dejan insatisfechos a tirios y troyanos. No se puede estar bien con Dios y con el Diablo y mucho menos aspirar a que la gente les crea todo el tiempo. Los “progresistas” no pueden pretender que después de coquetear, abrazarse, tomarse fotos y suscribir convenios una y mil veces con la banda mafiosa que encabezan Chávez y los Castro en América Latina, éstos se queden mansos como corderos cuando los dejan fuera de la lista del “progresismo” porque, claro, para los del norte no sería políticamente correcto ni aceptable compartir un foro con esos forajidos. “Hay unos progresistas por ahí que no entiendo. No le hacen nada bien a la unidad sudamericana cuando la presidenta de Chile convoca a una reunión con el vicepresidente de Estados Unidos y el primer ministro británico. ¡Dos representantes de los imperios!”, declaró el dictador militar venezolano el martes 31 en Doha, luego de despotricar contra la Corte Penal Internacional por querer juzgar al genocida sudanés Omar el Bechir.

Mientras estos costosos e inútiles encuentros ocurren al amparo del estado de confusión fenomenal que, es evidente, prevalece en buena parte del mundo, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo proyectan una fortísima desaceleración económica para el 2009, temen que la democracia se debilite en todas partes y que, especialmente en América Latina, la lacra del caudillismo retome su funesto impulso.

Y, ya se sabe, la corrección política, la hipocresía, las etiquetas bobas que buscan conciliar lo inconciliable y las fotografías de “líderes” sonrientes nunca fueron útiles para enfrentar las catástrofes económicas ni las escaladas contra la libertad.

 

Claudio Paolillo
Claudio Paolillo
Claudio Paolillo es editor y director periodístico del Semanario Búsqueda (Uruguay) y Director Regional de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
 
 
 

 
 
 
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