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jueves, 28 marzo, 2024

Xi en Moscú: el alumbramiento de una “nueva era”

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La visita de Xi Jinping a Moscú muestra la ambición de China por moldear el mundo de mañana que se está dirimiendo en el campo de batalla ucraniano. La paz es aún una posibilidad lejana, pero cuándo y, sobre todo, cómo se articule tendrá un impacto decisivo mucho más allá de Ucrania y Rusia. Ese es el interés prioritario de China. Con esta visita y su pretendido ‘plan de paz’, Pekín se dirige, principalmente, a las audiencias europeas y a las de América Latina y el resto del llamado Sur Global con vistas a forjar un nuevo orden internacional a la medida de la visión e intereses de China.

Por: Nicolás de Pedro

Pekín puede ofrecer grandes incentivos económicos y capacidad de interlocución con Moscú y, pese al alineamiento sino-ruso, con Kiev. Pero no es suficiente. La paz es aún una posibilidad lejana, porque hasta el momento ni Rusia ha dado ninguna muestra de renunciar a su objetivo de doblegar estratégicamente o destruir físicamente a su vecino, ni Ucrania de estar dispuesta a claudicar. Y ambos, pese a las dificultades, todavía confían en alcanzar sus objetivos por la vía militar. Es probable que a lo largo de la primavera Ucrania lance una contraofensiva para recuperar buena parte del territorio ocupado por Rusia. Por su parte, una nueva ofensiva rusa parece ahora más incierta, pero Moscú confía en seguir desgastando a las fuerzas ucranianas y, en particular, quebrar el apoyo occidental a Kiev. Y a ello China puede contribuir decisivamente.

El apoyo occidental al esfuerzo bélico ucraniano es la variable fundamental para la evolución de la guerra. Si Reino Unido, Polonia y, sobre todo Estados Unidos mantienen o incrementan su ayuda, Rusia tendrá muy difícil derrotar a Ucrania. De ahí el empeño ruso -y más tímido hasta ahora de China- por erosionar este apoyo euroatlántico. Para ello, Rusia recurre a campañas de desinformación y a su capacidad de influencia e instrumentalización de importantes segmentos políticos de la derecha trumpista y de la izquierda populista en Estados Unidos y Europa. Pese a su aparente poco entusiasmo público con la invasión rusa, China participa de esta estrategia: difunde las narrativas rusas que legitiman su agresión contra Ucrania y comparte el marco narrativo de Moscú que responsabiliza de la guerra a Estados Unidos y la OTAN y a su “mentalidad de Guerra Fría”.

Este alineamiento con Moscú no es óbice para que el presidente ucraniano, Zelenski, esté abierto a explorar la ambigua propuesta china. Ambigua porque, aunque el documento chino habla del “respeto de la soberanía de todos los países”, China no condena, más bien comprende, la agresión rusa y propone un cese de las hostilidades que, tal y como está planteado, sancionaría de facto la ocupación y anexión rusa de cuatro provincias ucranianas. Una salida aceptable, quizás, para Rusia, pero inasumible para Ucrania. A China la invasión rusa quizá no le satisface, pero no quiere que Moscú sufra una derrota catastrófica ni que colapse el régimen de Putin. Rusia es un instrumento esencial dentro de su esquema para quebrar la hegemonía global de Estados Unidos y los valores de la democracia liberal. Y mucho más ahora, que se está forjando una relación muy desigual donde Rusia actúa como socio junior de una China que marca la pauta de su “amistad sin límites”.

Pese a todo ello, Ucrania se muestra receptiva a China porque en el cálculo de Kiev pesan otras consideraciones. Ucrania teme, sobre todo, que en Washington cambie el actual reparto de poder y aumente el peso de quienes quieren reducir o cortar por completo la ayuda a Ucrania. Estas voces son minoritarias en el ámbito del Pentágono, pero significativas en el del Capitolio y en la propia Casa Blanca. Fisuras similares son muy visibles también en Bruselas, Berlín, París o Madrid. Además, Kiev es consciente de su escaso alcance en el Sur Global donde la realidad ucraniana es ampliamente desconocida y donde, precisamente, China sí ejerce una influencia considerable. Asimismo, Ucrania sabe que si China opta por suministrar armas y munición clave puede proporcionar una ventaja crítica a Rusia. Kiev también piensa en el día siguiente, es decir, en la reconstrucción de un país devastado. Y ahí China, con su músculo financiero, puede resultar decisiva y más con una Unión Europea afrontando dificultades económicas.

Esas fisuras en el espacio euroatlántico son las que tratará de explotar China en los próximos meses. Con su pretendido plan de paz, Pekín quiere mostrar que, a diferencia de Estados Unidos o la OTAN, es un gran actor capaz de articular una solución negociada. Es decir, apelar a quienes en Europa quieren un acuerdo rápido, aunque suponga un éxito estratégico para Rusia. Además, Pekín se dirige también al Sur Global con la intención de atraerlo hacia el advenimiento de una “nueva era” moldeada por China. Esa retórica oficial se distancia y opone al mundo del “orden basado en reglas” liderado por Estados Unidos y que, según Pekín, está caracterizado por los conflictos y las tensiones. No es casual, por ejemplo, que Xi hiciera coincidir la inauguración de su nuevo mandato con el acto de apadrinamiento de Pekín del deshielo diplomático entre Irán y Arabia Saudí. La disputa es por la legitimidad internacional.

Desde una perspectiva más amplia, Pekín busca deslegitimar el marco propuesto por la Cumbre por la Democracia organizada por Estados Unidos en diciembre de 2021. China aborrece ese marco que facilita el vínculo transatlántico y la cooperación con países afines de Asia, África y América Latina. Esa es la gran variable ideológica que articula la actual competición estratégica global, que se proyecta sobre la guerra entre la democracia ucraniana y el autoritarismo ruso. De ahí, el interés de Pekín por plantear otro marco interpretativo y por atraer a las democracias latinoamericanas al eje chino-ruso. Un aspecto esencial de la gran partida que se dirime en Ucrania.

Nicolás de Pedro es Senior Fellow en el Institute for Statecraft de Londres y colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org

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