Por suerte el presidente dejó de decir que la economía es secundaria. Por primera vez en una exposición de su estrategia contra la pandemia se dignó hablar también de sus “daños colaterales”. Falta que haga lo mismo con la república y tenemos cartón lleno.
Y por suerte también no repitió su boutade de días previos: que la pandemia no, pero la crisis económica sí estaría quedando atrás y “pronto vamos a estar funcionando a pleno”. Más que una versión optimista de las cosas, una invitación a ignorar la realidad, que hubiera sonado ya demasiado irritante para los millones de argentinos que ven que su situación no deja de empeorar.
Lo primero que dijo Alberto fue que en todos lados la economía se derrumba, así que no puede culparse por la situación local a la cuarentena interminable. En parte es cierto, pero solo en parte: el gráfico que expuso, que se reproduce a continuación, es una comparación imperfecta entre casos donde la pandemia y la crisis económica ya dieron la vuelta, y se puede hacer un mínimo balance, y otros, como Argentina, en que recién empiezan, y vaya uno a saber cómo terminan.

Sumemos a eso que la principal diferencia en términos económicos entre los países europeos y Estados Unidos (en parte también Brasil), de un lado, y Argentina del otro, es que aquellos además de mercados tienen Estados, que intervienen en serio en la economía cuando hace falta, y nosotros solo tenemos verborragia estatista, mucho intervencionismo discrecional, y asfixiantes impuestos que se gastan muy mal, no un verdadero Estado. Lo que redunda en el hecho de que en aquellos países, supuestamente el imperio del neoliberalismo de acuerdo a las visiones delirantes de nuestro grupo gobernante, los gobiernos están aplicando paquetes de ayuda que superan el 10% del producto (en Brasil ronda el 6%), mientras que todas las medidas y anuncios sumados en nuestro caso no llegan al 2%. OK, vayamos a una economía “con más Estado”, como dice La Cámpora, e imitemos a EEUU, o a Gran Bretaña, o a Alemania, no a Venezuela, ni a Formosa, ni a Santiago del Estero.
Claro, si no hay más ayuda no es porque falte voluntad en nuestras autoridades. Lo que nos falta es un sistema financiero (ese otro monstruo horrible de la mitología populista sobre la buena economía) y crédito público. Y si falta esto último, recordemos, es porque el actual gobierno no deja de enredarse las piernas a sí mismo en una también interminable renegociación de la deuda, que debería haber estado cerrada en marzo pasado. La imposibilidad de financiar un paquete de emergencia mucho mayor es, por tanto, sí responsabilidad directa de decisiones tomadas por el presidente y su equipo.

Volviendo a la comparación de los desempeños económicos esperados, digamos también que el -9,9% previsto para nuestro país por el FMI es uno de los pronósticos más optimistas: muchas consultoras hablaban de 14% o más ya antes de que se extendiera la cuarentena. Y que lo más importante no va a ser, finalmente, cuánto caiga el PBI, sino cuántas menos empresas haya en el país al momento de la recuperación: si en el camino perdemos 20% o más de esa fuerza motriz, precisamente porque no hay financiamiento para mantenerlas a flote, entonces no sólo la recuperación, el devenir futuro de nuestra economía será mucho más pobre.
Una comparación con la crisis de 2001, hasta ahora la peor de las muchas que ha padecido nuestro aparato productivo, es oportuna. En los cuatro años que duró la agonía de la Convertibilidad se calcula que desaparecieron unas 50.000 empresas. En esos años, entre 1998 y 2002, se crearon también nuevas firmas, pero fueron muchas más las que quebraron: el saldo negativo se puede observar en el siguiente cuadro. Ese saldo volvió a zona negativa en el segundo mandato de Cristina, y con Macri: datos aproximados hablan de 8500 empresas menos en el primer caso y 20.000 en el segundo.

Se entiende entonces la alarma que transmiten las asociaciones de comerciantes, de PyMEs y de ramas de actividad particularmente afectadas por la cuarentena, y que volvieron a escucharse luego del anuncio del viernes pasado: hablan de alrededor de 100.000 empresas que ya habrían quebrado o estarían camino de quebrar. En apenas tres meses.
Este panorama termina de complicarse con la falta de certidumbre sobre lo que vendrá: nadie tiene por qué creer que este será “el último esfuerzo”, como quisieron transmitir los tres protagonistas de los anuncios del viernes, y menos se sabe aún de lo que el gobierno nacional querrá hacer con la economía a continuación, porque no hay ni rastros de un plan, ni siquiera de una orientación; así que ¿por qué un empresario va a correr aún más riesgo patrimonial y judicial, endeudándose para sostener su empresa, asumiendo más compromisos con sus empleados, proveedores o clientes, si es incierto si ella va a tener algún futuro?
Los tres conferencistas trataron de disipar esa desconfianza. Rodríguez Larreta fue el más técnico e informativo, explicó que los equipos de testeo y rastreo se están ampliando (habló de mil personas involucradas, dio detalles sobre el funcionamiento en los barrios y sobre su próxima ampliación), y que gracias a eso la situación estaría ya contenida en muchas zonas de la ciudad y se podría contener en todo el distrito dentro de unas semanas.

Fernández en cambio se enredó en una metáfora final sobre ovejas descarriadas y rebaños que realmente no se entendió, y se dedicó una vez más a pelearse con los muñecos de paja “anticuarentena”, lo que retóricamente cree que le sirve, pero a la mayor parte de la gente seguro la tiene sin cuidado. Mientras que Kicillof fue más poético, ensayó una apelación al orgullo por el esfuerzo conjunto que sonó bastante convincente, al menos más convincente que cuando se engancha a hablar ante el espejo y larga interminables parrafadas que se ve le encanta escuchar. Pero a la hora de informar fue escueto: dijo que también hace “mucho rastreo” y brindó como cifra demostrativa al respecto que se llegará en su distrito a los 3000 tests diarios.
¿En serio creen que eso es suficiente? Israel, que tiene una población semejante a la del Conurbano Bonaerense, cuando relajó su cuarentena hacía unos 30000 tests por día. Y movilizó ya desde el inicio de la emergencia a millares de médicos, militares y empleados especialmente entrenados para hacer los rastreos correspondientes. Nosotros hace 100 días que estamos en emergencia y tenemos a buena parte de los 4 millones de empleados públicos en sus casas. Descontemos los médicos, docentes y policías que están trabajando, disponíamos de varios meses y millones de personas que siguen recibiendo un sueldo para integrar los equipos de rastreo necesarios, hacer las llamadas y los seguimientos que hacen falta para aislar a los focos de contagio, de modo de minimizar el recurso a la cuarentena generalizada y estricta. Puede que los que mejor hayan hecho su trabajo sean los equipos de la ciudad, y aún así lo que pueden mostrar es “1000 personas trabajando” y un par de miles de tests por día. Parece estar lejos de lo necesario para que el 17 de julio el panorama esté despejado y en serio se pueda iniciar una recuperación.