Como este es el segundo plebiscito constitucional que tendremos en Chile en menos de dos años, todos ya sabemos que el mundo no se acaba si gana el «A favor» o si gana el «En contra». El lunes 18 de diciembre, seguiremos viviendo más o menos igual si nos rige la Constitución de 1980 o la de 2023. Es más, los problemas urgentes y los estructurales que tiene el país seguirán siendo los mismos, independientemente del resultado del plebiscito.

Para abordar esos problemas, los chilenos deberemos construir consensos. Esa convicción, tal vez, esconde la mejor razón para pensar que, después de todo, estos cuatro años no fueron del todo años perdidos. Hay un consenso claro que se ha consolidado en Chile a cuatro años del Acuerdo por la Paz Social (sic) y la Nueva Constitución de noviembre de 2019. Una gran mayoría de los chilenos cree firmemente que los mejores cambios y los más duraderos son aquellos que se hacen gradualmente.

Hay buenas razones para estar pesimistas sobre la realidad de Chile. El gobierno del Presidente Gabriel Boric ya no tiene fuerza para impulsar reformas que se necesitan. Incluso si la tuviera, el gobierno probablemente querría llevar al país por el sendero equivocado. Aunque sus comunicados de prensa digan lo que el país quiere escuchar -que el Presidente trabaja incansablemente para mejorar el estado de la economía y combatir el crimen- desde el día que asumió el poder en marzo de 2022 ha sido evidente que a Boric le queda grande el cargo -recordemos su aliviada exhalación después de su primer discurso desde el balcón de La Moneda- y que él preferiría seguir siendo un diputado de oposición que sueña con superar el capitalismo y enterrar el neoliberalismo. Boric sonríe más cuando sube el cerro en bicicleta o cuando va a jugar padel que cuando le toca recibir a la oposición en La Moneda.

La economía del país está estancada y hasta los más optimistas esperan sólo una tasa de crecimiento menos que mediocre para 2024. Nadie cree que el empleo va a repuntar o que se vayan a despertar los espíritus animales en la arena económica. Los escándalos de corrupción reciente parecieran confirmar la percepción de muchos de que toda la política está podrida. A nadie le cabe duda de que la delincuencia está descontrolada y que la población tiene miedo. El gobierno hace aguas por todas partes.

Como si todo eso no fuera lo suficientemente malo, la campaña para este segundo plebiscito constitucional ha dividido profundamente al país. Todos parecen esperar un resultado estrecho en la votación de diciembre. Los ganadores no quedarán conformes y los perdedores quedarán con la sensación de que pudieron haber hecho un par de cosas mejor para evitar la derrota. Pase lo que pase, el país quedará con un sabor amargo después de este decepcionante y excesivamente largo proceso constitucional.

Aunque el ánimo en el país no sea el mejor, hasta en los peores momentos se presentan buenas oportunidades. Pese a toda la fatiga constitucional que sienten los chilenos, hay una gran victoria que se oculta en lo que parece un momento especialmente malo para el país. En Chile se ha forjado un consenso de que los cambios que el país necesita deben ser graduales y que la Constitución no es una píldora milagrosa que soluciona todos los problemas de la sociedad.

Después de pasarnos cuatro convulsionados años debatiendo sobre qué debe ir y no ir en la nueva Constitución, los chilenos hemos llegado al consenso de que la Constitución no es ni la causa de los males que afligen a Chile ni la solución mágica para los problemas del país. La gente ya no quiere saber más de una nueva Constitución o de convenciones constitucionales.

Es más, después de cuatro años de estancamiento y polarización política, los chilenos demandan diálogo y acuerdos. La gente ha entendido que los países exitosos se construyen gradualmente, y con consensos, no con imposiciones o distinguiendo entre buenos y malos chilenos. La gente entiende que la democracia se construye con derechos sociales, pero también con responsabilidades y que la única forma de convivir como sociedad es respetando la ley y el orden.

Cuatro años de sufrimiento en el desierto de la incertidumbre constitucional fueron tal vez un castigo demasiado doloroso. Es más, bien pudiera ser que nos toque seguir en el foso del estancamiento económico por un par de años más, hasta que termine este gobierno. Pero la noche del 17 de diciembre, una amplia y abrumadora mayoría de chilenos estará unidos en la convicción de un nunca más a procesos fundacionales, a partir de cero y a querer reinventarlo todo. Con sufrimiento, dolor y sudor de frente el país ha aprendido que, para llegar lejos, hay que avanzar gradualmente y construyendo consenso. La buena noticia del 18 de diciembre de 2023 es que los chilenos concordarán en que nunca más en Chile permitiremos que los defensores de los proyectos refundacionales puedan volver a hacernos vivir la pesadilla que se termina el 17 de diciembre.

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

Participa en la conversación

1 comentario

Deja un comentario
Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.