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      Dolarización y política en modo arcaico

      La presente experiencia se da en el contexto creado por una gestión calamitosa, la kirchnerista, y una demanda de nuevo orden comprensible. Pero no ofrece esperanzas en términos de democracia, prosperidad, equidad y libertad.

      Dolarización y política en modo arcaicoMariano Vior

      Presentaré sucintamente lo que intento desarrollar en este artículo. El gobierno argentino está firmemente empeñado en dolarizar la economía. Lo consiga o no (no tenemos la menor certeza), la dolarización tendría tres dimensiones convergentes.

      La primera es económico social; básicamente pondría punto final a nuestra inflación pertinaz y desesperante. La segunda es política: para Javier Milei, el arranque potente de un emprendimiento dolarizador sería la fragua política para convertir un precipitado electoral en una coalición socio electoral mucho más consistente. Lo que hoy es volátil se vería más sólido y vivaz. La tercera dimensión es ideológica: nace de una concepción de la política y la sociedad argentinas y de los modos apropiados para cambiarlas.

      En la primera dimensión, la dolarización sería efectiva. No conozco economistas que sostengan lo contrario. En lo que se refiere a la dimensión política, la dolarización podría ser percibida por muchos como el excepcional cumplimiento de una promesa (un presidente que cumple) y como una gran empresa colectiva (todos por la libertad); un renacimiento y unos lazos que reconectarían un liderazgo de popularidad con las mayorías que lo votaron. La dimensión ideológica es a mi juicio la más siniestra.

      Leo entrelíneas en la retórica presidencial (que nunca es hipócrita) una convicción: los argentinos precisamos un ejercicio, un acto drásticamente coercitivo, que nos establezca las reglas de la cooperación (librar de ataduras la cooperación espontánea del mercado, pagar el estado mínimo y votar de vez en cuando, y poco más), porque por sí solos no seríamos capaces de establecer estas reglas.

      Sabemos que necesitamos un conjunto (simple) de reglas cooperativas, pero no podemos fijarlas nosotros mismos. No conseguimos establecer por nosotros la fuerza de ley que nos imponga cumplirlas.

      Ese acto que viene de fuera de nosotros para plasmar las reglas que queremos, pero no podemos instituir, ese Leviatán, es precisamente la dolarización (y no hay aquí ningún pacto social). Milei pretende ser nuestro deus ex machina.

      A mi juicio, esto es ideología pura. Aunque tiene sentido, y mucha experiencia histórica detrás. Pero es horroroso. La experiencia histórica es la de los fracasos reiterados para fijar reglas e incentivos eficaz y democráticamente, y de los no menos reiterados de las dictaduras (literal o figurativamente) liberalizadoras.

      La presente experiencia se da en el contexto creado por una gestión calamitosa, la kirchnerista, y una demanda de nuevo orden comprensible. Pero no ofrece esperanzas en términos de democracia, prosperidad, equidad y libertad.

      Por de pronto, la base que nos establecería la dolarización sería muy precaria. Ataría nuestro orden económico social a una economía explosivamente diferente a la nuestra: comerciamos muy poco con ella, las reglas de su mercado de trabajo son muy distintas, sus ciclos económicos nada tienen que ver con los nuestros. Nos quedaríamos sin prestamista de última instancia.

      Por fin, la dolarización consolidaría un legado casi inmodificable: un perfil salarial de exclusión e inclusión pauperizada. Ese legado ya es el de hoy, pero la economía argentina tendría que avanzar en un plano inclinado adverso permanente. Un panorama de dinamismo económico concentrado y desincorporación social duradera, estable. Un triunfo del “desempate” social.

      La dolarización es irreversible. Pero al actual gobierno no le interesa combatir la inflación crónica por otros caminos, que no conjugan las dimensiones económico social, política e ideológica.

      En términos constitucionales, económicos y sociales, ¿la dolarización es viable? El debate es nutridísimo en lo que toca a su viabilidad básica. Pero aunque fuera inviable, no se sigue que el presidente no vaya a intentarla. O simplemente aguarde la oportunidad.

      Pero, junto al entusiasmo de quienes esperan que Milei cumpla liquidando la inflación, ¿qué resistencias políticas y sociales enfrentará? ¿Con qué discrecionalidad será decidida y diseñada la dolarización? ¿Cuál será el nivel en que se fijará el valor de la masa monetaria que saldrá de escena? Es de crucial relevancia en lo tocante a los salarios, y es asimismo nítido el sesgo social: la alteración no afecta por igual a los que ya tienen dólares y a los que no.

      De ser concretada, la dolarización será la estación terminal de un largo trayecto hacia el desastre social, desde luego no comenzado por este gobierno. Aunque sin duda el mismo está alimentando con leña las calderas de la locomotora. Si el tren llegara a esta nueva estación, los argentinos sufriremos en una magnitud no menor a la que nos deparó el kirchnerismo.

      La escena actual, con el penoso conflicto entre el Ejecutivo y el gobierno de Chubut (y todos los gobiernos provinciales), evoca el Duelo a garrotazos goyesco, dos enérgicos gigantes golpeándose y hundiéndose inexorablemente.

      Un arcaico y actual conflicto argentino emerge de modo crudo (¿cómo puede un diferendo por subsidios y deudas desembocar en una disputa interestatal tan grotesca?). Puede que los gigantes no se hundan, y los socorra el Leviatán del orden feroz de la dolarización, para mal de todos.

      El hombre es el único animal – observa Mancur Olson – capaz de dejar pasar la oportunidad de una mejora inmediata a la espera de propiciar una mejora muy superior. La dolarización es la mejora inmediata que refutaría la agudeza antropológica de Olson .


      Sobre la firma

      Vicente Palermo
      Vicente Palermo

      Politólogo e investigador del Conicet. Presidente del Club Político Argentino

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