Política

La amenaza de Trump al Mundus Liberalis

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, las potencias triunfadoras, encabezadas por los Estados Unidos, establecieron (algunos dirían, impusieron) un orden mundial basado en los principios del liberalismo político y económico. La resolución pacífica de controversias, la cooperación económica y la promoción del respeto por los derechos humanos de todas las personas fueron establecidos en el Artículo 1 de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas como los propósitos centrales de la nueva comunidad internacional. La teoría era y sigue siendo muy clara, profunda y potente: 1) un mundo conformado por sociedades liberales dirigidas por gobiernos democráticos será menos conflictivo, porque las democracias liberales van menos a la guerra o al menos cooperan más entre sí; 2) en un mundo en que se respeten más los derechos humanos habrá menos conflictos locales que puedan desestabilizar regiones enteras; 3) un mundo más pacífico y marcado por la libertad individual, la cooperación entre gobiernos y el libre flujo de bienes y servicios será más próspero, y 4) un mundo más próspero le conviene a todo mundo.

Durante las últimas ocho décadas y particularmente desde que Estados Unidos y las democracias liberales le ganaron la partida política, económica y moral a la Unión Soviética, a principios de la década de los noventa del siglo pasado, los principios del liberalismo marcaron el estándar o el rumbo para la vida política al interior de los Estados y la interacción entre gobiernos y otros actores, con la mediación de una serie de instituciones domésticas e internacionales fundamentales: la democracia representativa, procedimental y con división de poderes, el libre comercio y el régimen internacional de derechos humanos.

A partir del 20 de enero del 2025, con la toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, dicho orden internacional y doméstico de inspiración liberal ha entrado a una especie de tobogán (político, social, cultural y económico) de alta velocidad y sin freno de mano, que pareciera tener como destino otro tipo de orden, en todos los niveles. Las preferencias sustantivas y las tácticas de negociación de Trump están abriendo el portal que nos puede llevar a un mundo muy distinto al Mundus Liberalis en el que hemos vivido durante los últimos ochenta años.

Es evidente que la visión sobre la sociedad y el mundo de Donald Trump no es de corte liberal. Su discurso y sus acciones señalan con claridad que, para empezar, si bien puede ser que crea en la libertad individual, no le importa la libertad de todas las personas, sino solamente la de un tipo de ellas: los hombres blancos estadounidenses. Trump no cree que todas las personas tengamos el mismo valor moral: esto es evidente con respecto a las personas migrantes, las mujeres, las personas palestinas y las afroamericanas, por mencionar algunos ejemplos.

En materia de política interna, Trump muestra una clara preferencia por la concentración unipersonal, casi monárquica, del poder: prefiere los autoritarismos, por encima de las repúblicas con pesos y contrapesos.

En el ámbito de lo internacional, Trump es eminentemente proteccionista: está convencido de que los Estados Unidos ha sido el gran perdedor (“the great sucker”) del libre comercio global. Por otro lado, no tiene duda de que los poderosos hacen lo que quieren y los débiles aguantan lo que les toca aguantar (parafraseando a Tucídides). Los “acuerdos” que busca obtener se basan en esta manera de entender la política internacional: en el mundo “trumpeano”, México, Canadá, Colombia, Ucrania, etcétera, tienen que doblar las manos y conformarse con “el deal” de suma cero que él pone sobre la mesa o, de lo contrario, sufrirán las consecuencias. Por supuesto, Trump no cree en la cooperación internacional para el desarrollo, como lo muestra su profundo repudio (y el de Elon Musk) por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Por supuesto, para él, los Estados Unidos no tienen ningún tipo de obligación moral con la libertad, la seguridad, la vida o el bienestar de personas en países lejanos o vecinos; ni siquiera identifica los beneficios de “poder suave” que la cooperación pueda traer a la hegemonía estadounidense. Es el America First, Second and Last.

Donald Trump (y sus similares en otras latitudes) está impulsando un orden mundial radicalmente distinto al establecido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos y las democracias europeas. El destino podrá ser un mundo dominado por un pequeño club de autócratas, en que la interacción entre Estados se base en el proteccionismo, el expansionismo territorial, la imposición, el uso (o al menos la amenaza del uso) de la fuerza y la indiferencia ante la suerte de otros pueblos o naciones. De regreso a la isla de El Señor de las Moscas.

Con todo y sus grandes deudas o la enorme brecha entre la teoría y la práctica, nuestras oportunidades para tener una vida libre “del temor y la necesidad” (recordando a Roosevelt) son mayores en un mundo organizado con base en los valores y las instituciones características del Mundus Liberalis (en lo doméstico y en lo internacional). Al menos son mayores que en uno dominado por estados autoritarios, sean de inspiración socialista-comunista o de cuño populista, nacionalista y “nativista”. El orden internacional plasmado (si bien a manera de aspiración) en la Carta de la ONU y la Declaración Universal de los Derechos Humanos sigue siendo nuestra mejor apuesta. Los gobiernos, las estructuras de gobernanza global liberal y las sociedades en todo el mundo debemos resistir y defenderlo a toda costa.


Vicerrector Académico de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.


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Alejandro Anaya Muñoz
  • Alejandro Anaya Muñoz
  • Vicerrector Académico de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México
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