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LA CRISIS URUGUAYA Y UNA PERSPECTIVA ELECTORAL
Uruguay atraviesa la peor crisis económica y social de su historia moderna. El país se encuentra en recesión desde 1998, ha decrecido cerca de 10% en 2002, el desempleo ha alcanzado el 20% para solo retroceder al 18,2% en la última medición.
Por Pedro Isern
Uruguay atraviesa la peor crisis económica y social de su historia moderna. El país se encuentra en recesión desde 1998, ha decrecido cerca de 10% en 2002, el desempleo ha alcanzado el 20% para solo retroceder al 18,2% en la última medición. Su otrora prestigioso y confiable sistema financiero ha sufrido el año último la fenomenal corrida del 52% de los depósitos y, si bien no ha colapsado, la recuperación de la confianza en el vapuleado sistema solo se dará mucho tiempo después de la reestructuración en marcha.
En este contexto crítico solo la reconocida estabilidad institucional de su sistema político ha permitido que se pueda discutir sensatamente cuáles son las perspectivas para la transición hacia el próximo gobierno, que asumirá en enero de 2005. Nuevamente, tiene sentido especular políticamente sólo a partir de la tradición institucional uruguaya y de la debilidad del actual gobierno conducido por Jorge Battle, cosa que hace necesario preguntarse detenidamente cómo se dará esta transición a partir de un dato inédito e inexorable de la política uruguaya: el triunfo de la coalición de izquierda “Encuentro Progresista” en las próximas elecciones presidenciales.
Sostenemos que el triunfo de Tabaré Vasquez es inexorable porque debiesen suceder demasiadas cosas para que el Partido Colorado retenga el poder o para que el Partido Blanco se haga del mismo: primero y principal, que haya una recuperación económica muy importante; segundo, que el Partido Colorado supere la histórica tensión entre Battle y Sanguinetti, los dos obvios líderes de las principales corrientes internas del partido, y que el ex presidente pueda mostrar un partido totalmente encolumnado detrás de él, cuando intente (Sanguinetti) volver a la presidencia; tercero, que el Partido Blanco logre conciliar electoralmente las profundas diferencias ideológicas y políticas que expresan sus principales líneas internas; cuarto, que Tabaré Vasquez cometa demasiados errores que produzcan un éxodo de votantes hacia la cuarta y minoritaria expresión electoral, Nuevo Espacio.
Dado que muy difícilmente estas cuatro cuestiones sucedan simultáneamente, es conveniente centrarse en las perspectivas que genera el muy probable triunfo de la coalición de izquierda. El candidato natural del Encuentro Progresista es el ex intendente de Montevideo en el periodo 1990-1995 y líder del Frente Amplio, Tabaré Vasquez. El Frente Amplio nació a principios de los 70´ y ha venido a desafiar en forma creciente el histórico bipartidismo. Es importante destacar que el Frente Amplio controla (y seguirá controlando) la Intendencia de Montevideo, el segundo cargo político en importancia en la estructura institucional uruguaya.
El Encuentro Progresista es una coalición de partidos de izquierda cuya expresión mayoritaria es el Frente Amplio. A su vez, éste tiene distintas corrientes internas, entre las que se destacan la “Corriente Artiguista”, “Asamblea Uruguay” (que lidera el posible futuro ministro de economía, Danilo Astori) y el MPP (donde militan los ex Tupamaros). Pero, ciertamente, la estructura formal de poder está relegada a la real, donde es crucial la influencia de la central obrera, PIT-CNT, fundamentalmente del poderoso gremio de los estatales. La similitud con la Argentina en este punto es mera coincidencia: si bien fue Menem, un presidente justicialista que supuestamente tenía a los gremios como aliados, quién comenzó el proceso de privatizaciones que cesanteó a miles de trabajadores estatales, las posibilidades que un hipotético gobierno de Tabaré Vasquez haga lo mismo son prácticamente nulas. Es que a los intereses sectoriales de los miembros del Encuentro Progresista hay que sumarle el peculiar grado de politización que muestra una clara mayoría de la sociedad uruguaya. Mas aún, las desproligidades del proceso de privatización en Argentina han tenido una profunda influencia en la opinión pública del vecino país.
El último punto nos da pie para tratar la cuestión central de este artículo: cuáles son los escenarios posibles ante la eventual victoria de la izquierda en Uruguay. Básicamente son dos: por un lado, que Tabaré Vasquez y el Encuentro Progresista sean en el gobierno tan dogmáticos e intolerantes como han demostrado serlo en su papel de opositores, al menos hasta antes del colapso financiero de mediados del 2002. Si esto sucediera, Uruguay entraría en una declinación que se expresaría en un incontrolable déficit fiscal, default, hiperinflación y años de estancamiento. En este marco, solo la notable tradición cívica uruguaya nos impediría hablar de una posible cubanización del país vecino. Las posibilidades que esto suceda son mínimas.
El segundo escenario es el mas factible y consiste en suponer que, ante la gravedad económica y social de la crisis, Tabaré Vasquez demostrará la suficiente sensatez como para disciplinar al ala radical del Encuentro Progresista en pos de una política económica moderada, donde se haga hincapié en la necesidad de controlar el déficit fiscal, mantener y profundizar las relaciones con la comunidad financiera internacional y comenzar una ineludible y políticamente muy difícil reforma del atrofiado estado uruguayo. Sugestivamente, Tabaré Vasquez ha comenzado a transitar por este camino, al viajar a Washington en febrero de este año para reunirse con funcionarios del FMI. Ciertamente no es mucho, pero es un comienzo. Lo paradójico de la situación es que el hipotético escenario que le espera al Encuentro Progresista es dramáticamente dicotómico: Vasquez estará en la encrucijada entre ser incapaz de dominar a la poderosa ala radical de su concertación y, consecuentemente, ser el responsable de la mas corta y fracasada alternativa política en el Uruguay contemporáneo o, por el contrario, moderar a su fuerza y encauzar la economía del país. La paradoja de la cuestión es que, si lograra esto último, estaríamos en presencia de una coalición que llegó para quedarse en el poder por mucho tiempo, dado el desprestigio en que dejará el gobierno el Partido Colorado, la incapacidad de los Blancos de transformarse en una verdadera alternativa y la tendencia que muestra el comportamiento electoral de los uruguayos, particularmente los jóvenes, tendencia que estaría amparada por esa (hipotética) capacidad del Encuentro Progresista de lidiar con la peor crisis en la historia moderna del Uruguay.
Por último, ¿Existe una posible relación causal entre la crisis argentina y la uruguaya? Obviamente, al menos en términos económicos. Es que Argentina es el principal mercado para las exportaciones uruguayas (30%). Mas aún, la crisis bancaria que se desarrolló a lo largo de 2002 (y que solo ahora empieza a terminar de resolverse con la liquidación en la primera semana de marzo del Banco de Crédito) es un contagio directo de la desconfianza en el sistema financiero argentino que culminó con el corralito en diciembre de 2001.
Pero un punto principal de este análisis es marcar que la principal relación causal entre la crisis argentina y uruguaya es de carácter institucional. Es decir, la incapacidad de la dirigencia política argentina de implementar un verdadero proceso de reformas hacia una economía de mercado, en los 90´s, en lugar de un capitalismo meramente prebendario, ha hecho mas difícil de lo que ya era el comienzo de la imprescindible reforma del muy ineficiente Estado uruguayo. Como ejemplo, el poco transparente proceso de privatizaciones argentino tuvo una profunda influencia en la opinión pública uruguaya, que fortaleció la ya de por si poca predisposición del uruguayo medio a permitir la entrada de capital privado en las empresas estatales. Podemos concluir entonces que la hecatombe social, política y económica argentina no solo produjo un contagio económico reflejado en las primas de riesgo de los mercados emergentes, en la caída de inversiones extranjeras en Latinoamérica, en la recesión en la economía uruguaya que se inició en 1998; peor aún, tuvo una consecuencia institucional importante al influir negativamente en la relación de poder existente entre los actores políticos uruguayos, a la hora de comenzar un imprescindible proceso de reformas necesariamente costoso, políticamente hablando. La profunda crisis uruguaya tiene su principal causa en esa imposibilidad de comenzar ese proceso de reformas. El próximo gobierno de izquierda se enfrentará, seguramente, a la última oportunidad de hacer las reformas “a la uruguaya”, es decir, armónica y gradualmente. Para entonces, tal vez sea demasiado tarde.
Pedro Isern Munne es Vicepresidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina
Pedro IsernMaster en Filosofia Politica (London School of Economics and Political Science), Master en Economia y Ciencia Política (Escuela Superior de Economia y Administraciin de Empresas) y Licenciado en Ciencia Politica (Universidad de San Andres).
Uruguay atraviesa la peor crisis económica y social de su historia moderna. El país se encuentra en recesión desde 1998, ha decrecido cerca de 10% en 2002, el desempleo ha alcanzado el 20% para solo retroceder al 18,2% en la última medición. Su otrora prestigioso y confiable sistema financiero ha sufrido el año último la fenomenal corrida del 52% de los depósitos y, si bien no ha colapsado, la recuperación de la confianza en el vapuleado sistema solo se dará mucho tiempo después de la reestructuración en marcha.
En este contexto crítico solo la reconocida estabilidad institucional de su sistema político ha permitido que se pueda discutir sensatamente cuáles son las perspectivas para la transición hacia el próximo gobierno, que asumirá en enero de 2005. Nuevamente, tiene sentido especular políticamente sólo a partir de la tradición institucional uruguaya y de la debilidad del actual gobierno conducido por Jorge Battle, cosa que hace necesario preguntarse detenidamente cómo se dará esta transición a partir de un dato inédito e inexorable de la política uruguaya: el triunfo de la coalición de izquierda “Encuentro Progresista” en las próximas elecciones presidenciales.
Sostenemos que el triunfo de Tabaré Vasquez es inexorable porque debiesen suceder demasiadas cosas para que el Partido Colorado retenga el poder o para que el Partido Blanco se haga del mismo: primero y principal, que haya una recuperación económica muy importante; segundo, que el Partido Colorado supere la histórica tensión entre Battle y Sanguinetti, los dos obvios líderes de las principales corrientes internas del partido, y que el ex presidente pueda mostrar un partido totalmente encolumnado detrás de él, cuando intente (Sanguinetti) volver a la presidencia; tercero, que el Partido Blanco logre conciliar electoralmente las profundas diferencias ideológicas y políticas que expresan sus principales líneas internas; cuarto, que Tabaré Vasquez cometa demasiados errores que produzcan un éxodo de votantes hacia la cuarta y minoritaria expresión electoral, Nuevo Espacio.
Dado que muy difícilmente estas cuatro cuestiones sucedan simultáneamente, es conveniente centrarse en las perspectivas que genera el muy probable triunfo de la coalición de izquierda. El candidato natural del Encuentro Progresista es el ex intendente de Montevideo en el periodo 1990-1995 y líder del Frente Amplio, Tabaré Vasquez. El Frente Amplio nació a principios de los 70´ y ha venido a desafiar en forma creciente el histórico bipartidismo. Es importante destacar que el Frente Amplio controla (y seguirá controlando) la Intendencia de Montevideo, el segundo cargo político en importancia en la estructura institucional uruguaya.
El Encuentro Progresista es una coalición de partidos de izquierda cuya expresión mayoritaria es el Frente Amplio. A su vez, éste tiene distintas corrientes internas, entre las que se destacan la “Corriente Artiguista”, “Asamblea Uruguay” (que lidera el posible futuro ministro de economía, Danilo Astori) y el MPP (donde militan los ex Tupamaros). Pero, ciertamente, la estructura formal de poder está relegada a la real, donde es crucial la influencia de la central obrera, PIT-CNT, fundamentalmente del poderoso gremio de los estatales. La similitud con la Argentina en este punto es mera coincidencia: si bien fue Menem, un presidente justicialista que supuestamente tenía a los gremios como aliados, quién comenzó el proceso de privatizaciones que cesanteó a miles de trabajadores estatales, las posibilidades que un hipotético gobierno de Tabaré Vasquez haga lo mismo son prácticamente nulas. Es que a los intereses sectoriales de los miembros del Encuentro Progresista hay que sumarle el peculiar grado de politización que muestra una clara mayoría de la sociedad uruguaya. Mas aún, las desproligidades del proceso de privatización en Argentina han tenido una profunda influencia en la opinión pública del vecino país.
El último punto nos da pie para tratar la cuestión central de este artículo: cuáles son los escenarios posibles ante la eventual victoria de la izquierda en Uruguay. Básicamente son dos: por un lado, que Tabaré Vasquez y el Encuentro Progresista sean en el gobierno tan dogmáticos e intolerantes como han demostrado serlo en su papel de opositores, al menos hasta antes del colapso financiero de mediados del 2002. Si esto sucediera, Uruguay entraría en una declinación que se expresaría en un incontrolable déficit fiscal, default, hiperinflación y años de estancamiento. En este marco, solo la notable tradición cívica uruguaya nos impediría hablar de una posible cubanización del país vecino. Las posibilidades que esto suceda son mínimas.
El segundo escenario es el mas factible y consiste en suponer que, ante la gravedad económica y social de la crisis, Tabaré Vasquez demostrará la suficiente sensatez como para disciplinar al ala radical del Encuentro Progresista en pos de una política económica moderada, donde se haga hincapié en la necesidad de controlar el déficit fiscal, mantener y profundizar las relaciones con la comunidad financiera internacional y comenzar una ineludible y políticamente muy difícil reforma del atrofiado estado uruguayo. Sugestivamente, Tabaré Vasquez ha comenzado a transitar por este camino, al viajar a Washington en febrero de este año para reunirse con funcionarios del FMI. Ciertamente no es mucho, pero es un comienzo. Lo paradójico de la situación es que el hipotético escenario que le espera al Encuentro Progresista es dramáticamente dicotómico: Vasquez estará en la encrucijada entre ser incapaz de dominar a la poderosa ala radical de su concertación y, consecuentemente, ser el responsable de la mas corta y fracasada alternativa política en el Uruguay contemporáneo o, por el contrario, moderar a su fuerza y encauzar la economía del país. La paradoja de la cuestión es que, si lograra esto último, estaríamos en presencia de una coalición que llegó para quedarse en el poder por mucho tiempo, dado el desprestigio en que dejará el gobierno el Partido Colorado, la incapacidad de los Blancos de transformarse en una verdadera alternativa y la tendencia que muestra el comportamiento electoral de los uruguayos, particularmente los jóvenes, tendencia que estaría amparada por esa (hipotética) capacidad del Encuentro Progresista de lidiar con la peor crisis en la historia moderna del Uruguay.
Por último, ¿Existe una posible relación causal entre la crisis argentina y la uruguaya? Obviamente, al menos en términos económicos. Es que Argentina es el principal mercado para las exportaciones uruguayas (30%). Mas aún, la crisis bancaria que se desarrolló a lo largo de 2002 (y que solo ahora empieza a terminar de resolverse con la liquidación en la primera semana de marzo del Banco de Crédito) es un contagio directo de la desconfianza en el sistema financiero argentino que culminó con el corralito en diciembre de 2001.
Pero un punto principal de este análisis es marcar que la principal relación causal entre la crisis argentina y uruguaya es de carácter institucional. Es decir, la incapacidad de la dirigencia política argentina de implementar un verdadero proceso de reformas hacia una economía de mercado, en los 90´s, en lugar de un capitalismo meramente prebendario, ha hecho mas difícil de lo que ya era el comienzo de la imprescindible reforma del muy ineficiente Estado uruguayo. Como ejemplo, el poco transparente proceso de privatizaciones argentino tuvo una profunda influencia en la opinión pública uruguaya, que fortaleció la ya de por si poca predisposición del uruguayo medio a permitir la entrada de capital privado en las empresas estatales. Podemos concluir entonces que la hecatombe social, política y económica argentina no solo produjo un contagio económico reflejado en las primas de riesgo de los mercados emergentes, en la caída de inversiones extranjeras en Latinoamérica, en la recesión en la economía uruguaya que se inició en 1998; peor aún, tuvo una consecuencia institucional importante al influir negativamente en la relación de poder existente entre los actores políticos uruguayos, a la hora de comenzar un imprescindible proceso de reformas necesariamente costoso, políticamente hablando. La profunda crisis uruguaya tiene su principal causa en esa imposibilidad de comenzar ese proceso de reformas. El próximo gobierno de izquierda se enfrentará, seguramente, a la última oportunidad de hacer las reformas “a la uruguaya”, es decir, armónica y gradualmente. Para entonces, tal vez sea demasiado tarde.
Pedro Isern Munne es Vicepresidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina
