Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

Artículos

19-04-2018

El pueblo quiere a Lula libre

(La Nación) El victimismo en los países católicos es una mina de oro. Silvio Berlusconi vive de ello, con los mismos argumentos que Lula. Expiada la culpa, obtenido el perdón, siempre llega el momento de la resurrección.
Por Loris Zanatta

(La Nación) Desde que el ex presidente brasileño fue encarcelado, el lema del PT se lee en todas partes. No dudo que muchos lo expongan de buena fe, impulsados por la confianza en él, por la certeza de que sea perseguido. Pero es una frase aterradora; es un manifiesto contra el estado de derecho. Podría haber dicho "Lula libre", "viva Lula", "Amo a Lula". No: O povo quer Lula Livre.

Yo no sé si Lula es inocente o culpable: ¿cómo podría saberlo? No conozco las pruebas: leo, como todos, los diarios. No puedo dejarme influenciar por mis gustos o aversiones. ¿Me fío o no me fío de los tribunales? A veces es difícil, pero la justicia contempla varios grados de juicio: Lula los ha tenido todos. Patrañas, dicen: ¡en Brasil no hay estado de derecho! Sí y no. En la mayoría de los países, el estado de derecho un poco existe y un poco falta. Pero recuerdo que fue el propio Lula, cuando negó la extradición a Italia de un ex terrorista condenado por cuatro asesinatos, quien se puso al abrigo de la Corte Suprema. Fue una gran decepción para mí: admiraba mucho a Lula. Brasil es un estado de derecho, dijo inflando el pecho ¿Ya no es así? ¿Y es Perú un estado de derecho? Vale la pena preguntar, ya que allí los presidentes caen como palillos. Y, sin embargo, nunca escuché a nadie reclamar: el pueblo quiere a Toledo libre, el pueblo condena el golpe contra Kuczinsky. ¿Será Perú más democrático que Brasil? ¿O será que hay muchas personas a quienes les gustaría que la justicia se ajustara a sus preferencias ideológicas?

Pero en realidad todo esto no cuenta: el lema, de hecho, no se interesa de la inocencia o la culpabilidad de Lula. Dice que "el pueblo" quiere a Lula libre. Y eso es todo. ¡Inocente o culpable! Ahora, la pregunta obligada es: ¿qué pueblo? En democracia, el pueblo somos todos. Pero "el pueblo" a quien el PT alude es otro tipo de pueblo: es el pueblo de Dios, son los pobres, los últimos. Ese pueblo es moralmente superior a todos los demás pueblos. Quién sabe por qué. Todos los pueblos pueden cometer errores, condenar a Jesús y salvar a Barrabás; he visto a pueblos tirando piedras a la policía para proteger a capos de la mafia, pueblos venerar a traficantes de drogas, pueblos "enardecidos" realizar horribles "actos de repudio" contra personas indefensas. Para ese pueblo, Lula no está sujeto a la ley, es la ley la que está sujeta a Lula: Dios no se juzga, Dios es la ley. Así es como Toledo o Martinelli son vulgares ladrones y Lula un mártir. Entonces: o povo quer Lula livre. Si se gobernara con estos criterios, tendríamos los "tribunales del pueblo": ¿no hemos aprendido nada?

Pero, ¿qué induce a endiosar a Lula? Lógico: Lula ha sacado a millones de personas de la pobreza, se escucha. Lula ha hecho milagros. Entienden que no ha sido un conjunto de causas, de las cuales él fue una: ciclo económico favorable, inversiones extranjeras, reformas institucionales, esfuerzos de los trabajadores, etcétera. No: Lula ha sacado a los pobres de la pobreza, ha redimido a los humildes. Así de simple. Y por eso los ricos quieren castigarlo. Insólito; si ese fuera el caso, veríamos cosas raras: el índice de pobreza colapsó en Colombia durante las presidencias de Uribe y a nadie se le ocurriría idolatrarlo por eso. Lo mismo Toledo: deberían liberarlo y agradecerle. ¿Queremos exagerar? Hitler recogió un país abrumado por la crisis y lo trajo al pleno empleo. Espero que nadie invoque sus milagros.

En realidad, no creo que se pueda razonar sobre Lula sin incomodar a los santos. ¿Qué pasó con el hombre que dejó la presidencia hace ocho años amado por casi todos? Pintarlo como la víctima sacrificial de una oligarquía retrógrada o como el anhelado trofeo de la venganza de clase, suena como a rabioso consuelo de quienes se sienten huérfanos de un símbolo y una esperanza; de quienes prefieren su fe a los hechos. Pero no es una narración convincente. Lula y su partido han gobernado por mucho tiempo: nadie los molestó, más bien fueron aclamados. Incluso por muchos de los que hoy los maldicen. ¿Dónde estaba la mefistofélica oligarquía en todo ese tiempo? ¿Por qué de repente sueña con vengarse?

La verdad es que la caída de Lula tiene causas profundas. Veinte años atrás, el PT dominaba el Brasil más moderno, gobernaba las grandes ciudades, encarnaba el sueño de dar el salto hacia su eterno destino manifiesto: el de un país influyente, moderno e inclusivo. Esto prometió Lula cuando llegó al gobierno y renunció a la vieja parafernalia pauperista y clasista. Muchos "oligarcas" se frotaron las manos por él. Hoy el PT ha perdido peso en el sur avanzado, tiene sus fortalezas en el noreste postergado, donde maneja las viejas redes clientelares; distribuye el gasto público. Nada malo: había necesidad de planes sociales. Pero la vocación asistencial se ha sumado al repentino frenazo reformista, con lo cual se ha detenido la gran modernización. En lugar de aprovechar una coyuntura económica irrepetible para hacer reformas estructurales dolorosas pero necesarias, Lula prefirió deleitarse con su inmensa popularidad. Resultado: al cambiar el viento económico, el Brasil se sumergió en la recesión. El precio político fue pagado por Dilma Rousseff, el social por todos los brasileños.

Por último, llovió sobre mojado: estallaron los escándalos causados por la corrupción. Ni Lula ni el PT son los únicos culpables, todo el sistema sale cubierto de barro. Pero su responsabilidad política es tan grande que ningún grito a la conjura puede cubrirlo. De manera que se puede decir que Lula es el principal responsable de su ocaso. En el origen hay una ambigüedad básica, algo así como una especie de deshonestidad intelectual. Sus discursos de hoy sugieren que Lula nunca creyó del todo en el reformismo anunciado cuando llegó al poder, que no dejó de cultivar una doble moral: la corrupción no era tal si beneficiaba a una causa noble; el estado de derecho no importaba tanto si era violado por los amigos Hugo Chávez o Fidel Castro; la magistratura era su orgullo si le daba la razón. Pero en democracia, el fin no justifica los medios. La supuesta superioridad moral de su partido como partido del "pueblo" llevaba en sí el impulso redentor que hoy sobrevive en ese horrible: o povo quer Lula livre.

Da miedo que el poder judicial reemplace a la política. Siempre pensé que, si los líderes populistas del pasado eran militares, los del futuro serían jueces. Pero ni siquiera soy tan ingenuo como para no comprender que, si esto sucede, es porque la política a menudo ha fallado en sus deberes. Sucede en muchos países. Pero los devotos de Lula pueden estar confiados: su parábola no se cierra hoy ni así con el oprobio de la condena, el ultraje de la prisión. El victimismo en los países católicos es una mina de oro. Silvio Berlusconi vive de ello, con los mismos argumentos que Lula. Expiada la culpa, obtenido el perdón, siempre llega el momento de la resurrección.

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)

Loris Zanatta
Loris Zanatta
Consejero Académico
Doctor e Investigador en Historia de las Américas. Investigador en Historia e Instituciones de América Latina en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Bologna. Licenciado en Historia Contemporánea en la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de Bologna. También es autor de varios libros.
 
 
 

 
 
 
Ultimos videos