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Monitoreo de la gobernabilidad democrática

21-08-2007

Divisoria de aguas y modernización política en la Argentina

No está bien que el presidente Kirchner elija a dedo a su esposa como candidata del oficialismo. Pero tampoco es saludable para la democracia argentina el dedo que se utiliza en la oposición, donde los líderes se autoproclaman candidatos y el resto de las candidaturas las deciden unas elitistas y oligárquicas ''mesas chicas''.
Por Gabriel C. Salvia

En la Argentina se viene repitiendo un planteo sobre la necesidad de tener dos expresiones políticas bien definidas, una de centro-derecha y otra de centro-izquierda, en las cuales deberían reagruparse la variedad de partidos y movimientos existentes. Esta idea fue planteada en su momento por Álvaro Alsogaray y actualmente es promovida, entre otros, por el presidente Néstor Kirchner.
Pero además de plantearse este argumento de gobernabilidad con las dos veredas políticas, como si no existieran también peatonales céntricas, la democracia argentina necesitaría primero la modernización interna en los propios partidos.

La divisoria política de aguas

Las políticas impulsadas por el ex presidente Carlos Saúl Menem a inicios de los noventa, motivaron al entonces líder conservador Álvaro Alsogaray a plantear la necesidad de un realineamiento político, donde por un lado estarían aquellos favorables a las reformas de mercado y por el otro lado quienes se oponían a las mismas. El ya fallecido referente de la derecha criolla lo expresó en su momento en un artículo titulado "Divortium Aquarium".
Por su parte, el actual presidente Néstor Kirchner, en la misma línea argumental que Alsogaray, ha sostenido en reiteradas oportunidades que su proyecto transversal debería culminar con dos expresiones políticas, donde la suya representaría a la centro-izquierda.
Sin embargo, salvando las diferencias económicas, la consolidación democrática argentina requiere primero de un consenso amplio en cuestiones éticas e institucionales. Y si realmente es necesaria una divisoria política de aguas, en el actual contexto argentino, la misma no sería agrupando por un lado a sectores de centro izquierda y por otro a la centro derecha. Es decir, el "divortium aquarium" debería ser, desde el punto de vista político, económico e institucional, entre liberal-progresistas y populistas-autoritarios.
Lamentablemente, con Menem y Kirchner se repite una atracción ciega entre sectores y personalidades que se sienten reinvindicados porque algunas de sus ideas supuestamente se hacen realidad, no importa si se aplican mal o bien y tampoco importan los hechos de corrupción y las prácticas que socavan la democracia en los respectivos gobiernos. Es decir, ciertos sectores y personalidades terminan comprando todo el paquete sin diferenciar lo bueno y lo malo que hay en él. 

Modernización política y fortalecimiento democrático

Ahora, más allá de pretender construir retóricamente el modelo de las democracias europeas, aún así lo más importante es la modernización de la política en la Argentina, donde lamentablemente, dejando de lado ideologías y cuestiones éticas, se repiten conductas personalistas y no se promueve la necesaria participación que requieren los partidos para fortalecerse ellos mismos y de esa manera a la democracia. 
Como bien lo señalan los analistas chilenos Eduardo Engel y Patricio Navia, "mientras más competencia y transparencia exista dentro de los partidos, mayor será la calidad de los militantes que ocupen cargos dentro de los mismos. Y, si esto sucede, más eficientes y mejor preparados serán los aspirantes a puestos de elección popular, así como aquellos nombrados en puestos de confianza del Ejecutivo". Esto que los autores trasandinos proponen en el debate político chileno es un tema ausente en la agenda pública argentina, con lo cual no es de extrañar el nivel paupérrimo de su dirigencia y las consecuencias que ello tiene en la calidad democrática del país.
Luego de la crisis del 2001 y el reclamo antisistema del "que se vayan todos", sumado a experiencias regionales donde las prácticas de corrupción llevaron a la impopularidad de los partidos tradicionales y así aparecieron líderes nacional-populistas, en la Argentina pareciera que no se aprendió ninguna lección. Efectivamente, más allá de sus diferencias, el gobierno de Kirchner y los referentes de la oposición no han hecho nada por modernizar la política. El gobierno no lo hizo en ningún sentido y hasta eliminó de la agenda pública el tema de la reforma política. Pero la oposición tampoco ha hecho algo y se repite en liderazgos personalistas, lo cual hasta se hace evidente es sus sitios de Internet donde se expresa "El partido de…", dejando en claro que allí hay un dueño y que no existe la democracia y competencia interna.
La oposición, entonces, tiene igual o mayor culpabilidad que el gobierno en el deterioro de la participación y fortalecimiento democrático. El kirchnerismo se aprovecha de las ventajas de gobernar aplicando tanto las formas legales existentes como también repitiendo los cuestionables métodos que se utilizaron antes. Pero la oposición carece de la visión de largo plazo que se requiere para lograr gobernabilidad, para lo cual primero necesita construir partidos modernos, participativos y democráticos, teniendo solamente que implementar innovadoras disposiciones al interior de los mismos.
No está bien que el presidente Kirchner elija a dedo a su esposa como candidata del oficialismo. Pero tampoco es saludable para la democracia argentina el dedo que se utiliza en la oposición, donde los líderes se autoproclaman candidatos y el resto de las candidaturas las deciden unas elitistas y oligárquicas "mesas chicas".
Contrariamente a esta forma de hacer política, en el marco de libertad de asociación que disponen, los partidos argentinos en sus cartas orgánicas podrían, por ejemplo: utilizar sistemas electorales innovadores en sus votaciones internas que alienten la participación, fomentando la competencia y garantizando una más genuina representatividad; estableciendo incompatibilidades entre el ejercicio de un cargo público electivo y la de autoridad partidaria, generando así una división del trabajo que, nuevamente, fomentaría la participación e impediría el uso de los recursos y empleos públicos destinado a la actividad partidaria que a su vez consolida la formación de nomenclaturas; impidiendo reelecciones consecutivas para cargos públicos y partidarios; y, finalmente, empezando con el ejemplo en materia de prácticas austeras y meritocráticas en la designación de colaboradores en la función pública.
No hace falta mirar muy hacia atrás para ver cuántos partidos aparecieron ocupando un determinado espacio político para el cual siempre hay demanda electoral. Pero  luego sucumbieron, entre otras cosas, por ser más de lo mismo y volverá a suceder si no se modernizan. Por eso, más allá de las ideas y estilos políticos, los partidos y sus líderes deberían empezar por diferenciarse en la forma en que gobiernan en casa.        
  
Gabriel C. Salvia es Presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).

 

Gabriel C. Salvia
Gabriel C. Salvia
Director General
Activista internacional de derechos humanos. Desde 1992 se desempeña como director en Organizaciones de la Sociedad Civil y es miembro fundador de CADAL. Como periodista trabajó en gráfica, radio y TV. Compiló varios libros, entre ellos "Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba" (2011), "Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior" (2021) y "75 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Miradas desde Cuba" (2023), y es autor de "Bailando por un espejismo: apuntes sobre política, economía y diplomacia en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner" (2017). También es autor de varios informes, entre los que se destacan "Las sillas del Consejo: autoritarismos y democracias en la evolución de la integración del órgano de DDHH de la ONU" y "Memoria cerrada: La complicidad de la revolución cubana con la dictadura militar argentina".
 
 
 

 
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