Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

Prensa

29-01-2010

La democracia actual tiene matices autoritarios

Fuente: El Cronista Comercial (Buenos Aires, Argentina)

Héctor Ricardo Leis
Politólogo y miembro del Consejo Académico de CADAL

Muchos analistas interpretan la última ola de democratización, surgida en el contexto de la decadencia y posterior colapso del comunismo soviético, como un proceso definitivo e irreversible de consolidación de la democracia en el mundo. Pero este optimismo puede ser poco realista. Falta saber si la democracia no puede en ninguna circunstancia derrumbarse a si misma, dejándonos desamparados y sin saber a donde recurrir. En el pasado la democracia se veía amenazada externamente por actores de convicción no-democrática que, consecuentemente, pretendían instituir regímenes no-democráticos. Pero hoy casi no existen actores que se declaren enemigos de la democracia. Desde el punto de vista discursivo el triunfo de la democracia parece total.

Mientras que la legitimidad de la democracia ya no parece ser cuestionada, lo mismo no se puede decir de su ejercicio. El debate que demanda el siglo XXI acerca de la democracia no es sobre su legitimidad, y sí sobre su calidad y condición de existencia. Algunos analistas observan que en la primera década de este siglo hubo un proceso de relativa erosión de la democracia en el mundo, en función del creciente autoritarismo y anomalías de funcionamiento que se desarrollaron en el interior de un importante número de democracias surgidas, en particular, en el contexto de la última ola de democratización. La diferenciación teórica y práctica entre democracia y autoritarismo nunca fue tan difícil de realizar como hoy, en la medida en que sus características antagónicas no siempre se encuentran separadas en regímenes opuestos, sino que muchas veces conviven dentro del propio régimen democrático.

¿Cómo fue esto posible? Explicar dicha circunstancia torna necesario repensar el concepto de democracia realmente existente en el siglo XXI. De hecho, faltan elementos teóricos para entender los cambios de la democracia contemporánea. El cumplimiento de las formalidades de la democracia representativa no es garantía suficiente para inhibir un ejercicio populista del poder que desprecia tanto los controles institucionales como los marcos constitucionales, produciendo un creciente malestar en variados sectores de la ciudadanía, especialmente en las clases medias. No obstante, la creciente disconformidad de los ciudadanos con la moral cívica de sus representantes, no los lleva a expresar sentimientos o pensamientos antidemocráticos. La impunidad de los representantes políticos en la práctica corrupta del poder público, sea en beneficio personal y/o del partido gobernante, se constituye cada vez más en un hecho corriente de la vida de las democracias emergentes.

En la última ola autoritaria, la demanda democrática fue simbolizada, en general, por el pedido de elecciones inmediatas. Esto creó un imaginario democrático sesgado, por así decirlo, ya que la democracia era identificada casi exclusivamente con la existencia de elecciones para la designación de representantes. Pero el ejercicio de una buena democracia supone mucho más que el funcionamiento de una democracia representativa en sentido estricto. Como bien saben los historiadores, las democracias orientadas por la voluntad de las mayorías no siempre garantizan un buen gobierno. La historia política de las naciones muestra que el primer paso claro en la dirección de la democracia moderna fue constitucional. Pero una Carta Magna universalista y republicana no es solamente un pre-requisito para la existencia de elecciones, es mucho más que eso.

El ejercicio de la democracia representativa sin la aplicación de los debidos rigores de la ley para la clase política permite la paradójica expropiación de la ciudadanía de los individuos en nombre de ellos mismos. El populismo ha sido muchas cosas a lo largo de la historia y por ese motivo no siempre les gusta a los cientistas políticos utilizar este concepto. Ha sido de derecha y de izquierda, democrático y no-democrático, pero en todos los casos, sin excepción, sus prácticas apelan a la supuesta legitimidad política de la mayoría contra los rigores de la ley. Desde el punto de vista populista la ley vale mucho menos que la voluntad de la mayoría. En vez de promover el difícil equilibrio entre la voluntad de la mayoría y la libertad y los derechos de los ciudadanos, expresados muy especialmente en la obediencia a la ley por parte de la clase política, el populismo promueve el conflicto entre ambos aspectos de la democracia. Los liderazgos populistas surgidos de elecciones pueden reivindicar el carácter democrático de su mandato apenas parcialmente. Su utilización de la voluntad de la mayoría para no subordinarse totalmente al rigor de la ley los torna también autoritarios.

Fuente: El Cronista Comercial (Buenos Aires, Argentina)

 

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