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Monitoreo de la gobernabilidad democrática

05-04-2011

Ante el riesgo de la ''chavización'' en la Argentina

Nací en Berlin en el crepúsculo de Weimar, en febrero de 1932. Dos años después mis padres decidieron que ya no había lugar para nosotros en Alemania. Amo a mi país, que se llama Argentina, soy ciudadano naturalizado desde 1953, tengo esposa, hijos y nietos nativos, y me da profunda pena ver una potencial repetición de la historia cuando estoy tan cerca de cumplir 80 años.
Por Harry Ingham

La reciente visita a la Argentina del presidente autoritario de Venezuela, Hugo Chávez, debe llamar a la reflexión. En primer lugar, porque se le otorgó un premio a la libertad de prensa, un derecho que tanto el comandante bolivariano como sus dictaduras aliadas, pisotean descaradamente. En segundo lugar, porque el premio se lo otorgó una facultad de comunicación de una universidad pública, sostenida por todos los contribuyentes de la Argentina, entre ellos los que no simpatizan con el régimen autoritario del caudillo venezolano. En tercer lugar, porque la seguridad de Chávez estuvo a cargo del grupo antidemocrático Quebracho, conocido por sus prácticas fascistas, como los “eschaches”. Cuarto, porque entre los presentes en la entrega de ese premio surrealista, estaba un representante de la embajada de Irán, cuyo jefe de gobierno ha negado públicamente el Holocausto al pueblo judío y proclama que hay que borrar del mapa al estado de Israel. Y quinto, porque hay que recordar que este “neo-fascismo del siglo XXI” liderado por Chávez, tuvo como inspirador intelectual al argentino Norberto Ceresole, un reconocido antisemita que llegó a expresar “¿Quién dijo que la democracia garantiza la libertad humana?” En definitiva, esta recepción festiva a Hugo Chávez es una nueva muestra de la amenaza a la institucionalidad democrática y el ejercicio de las libertades fundamentales en la Argentina.

Por eso, ante este avance vertiginoso del chavismo en la Argentina y un comportamiento de la mayoría de los partidos de la oposición que se puede calificar, cuanto menos, como  bochornoso, no puedo menos que recordar el actuar de los políticos en la muy democrática pero luego fallida República de Weimar, instalada en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. En aquel entonces el resultado de sus luchas internas fue que Adolf Hitler, votado previamente por una minoría de los alemanes, llegó al poder el 30 de enero de 1933. Lo que pasó posteriormente todo el mundo lo sabe.

Vamos a terminar como Weimar si nuestros dirigentes de la oposición no deponen ya sus egos y sus pequeñas miserias y deciden pensar en la continuidad de la Nación. Es indispensable que los principales responsables se sienten a una mesa y debatan la manera en que el tsunami que está generando una minoría no termine arrollando a la mayoría de los argentinos.

El tiempo está jugando en contra, y la brillante campaña del “ya ganamos” que está llevando a cabo el kirchnerismo va prometiendo llegar a ser una profecía auto-cumplida, gracias al desánimo que está cundiendo entre los que quieren vivir en libertad en una república institucionalmente fuerte.

Nací en Berlin en el crepúsculo de Weimar, en febrero de 1932. Dos años después mis padres decidieron que ya no había lugar para nosotros en Alemania. Amo a mi país, que se llama Argentina, soy ciudadano naturalizado desde 1953, tengo esposa, hijos y nietos nativos, y me da profunda pena ver una potencial repetición de la historia cuando estoy tan cerca de cumplir 80 años. Todavía queda un muy pequeño margen de tiempo. Ojalá que la dirigencia democrática reaccione antes de que sea demasiado tarde.

 

Harry Ingham
Harry Ingham
 
 
 

 
 
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