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05-11-2012

Los “heroicos” fracasos del gobierno

(TN) Cristina tiene asegurada una estabilidad institucional y económica que le permite, y seguirá permitiendo por un buen tiempo, desarrollar a pleno su vocación por convertirnos en campeones morales en una gran variedad de competencias imaginarias.
Por Marcos Novaro

(TN) La conversión de fracasos políticos y económicos en victorias morales se está haciendo costumbre en el Gobierno. Una muy riesgosa y costosa costumbre.

La verdad, no hay en ello tanta novedad como podría creerse: esta costumbre viene tan del fondo de nuestra historia como el nacionalismo victimista y redencionista del que se alimenta. Pero hace tiempo que no ocurría que un presidente, como hace hoy Cristina Kirchner, recurría a ella regularmente, como instrumento de legitimación, y la convertía en un sello de identidad: el último en intentarlo había sido Leopoldo Galtieri, quien quiso hacernos creer que la “batalla del Atlántico Sur” la habíamos perdido pero lo importante era que habíamos salvado el honor, lo que nos garantizaba que la victoria final sería nuestra. Recordemos lo poco que duró en esa impostura.

Hay ciertamente unas cuantas diferencias que destacar entre ambas experiencias: además de que ahora no hay de por medio una guerra perdida con cientos de muertos, Cristina tiene asegurada una estabilidad institucional y económica que le permite, y seguirá permitiendo por un buen tiempo, desarrollar a pleno su vocación por convertirnos en campeones morales en una gran variedad de competencias imaginarias. Aunque eso no significa que pueda evitar que, a medida que pasa el tiempo, se noten más y más los costos materiales y políticos de participar en ellas. Costos que se cargan no sólo a la cuenta de los ciudadanos, sino a la del propio kirchnerismo y los logros más auténticos y concretos que en su momento supo conquistar, y que Cristina, cual irresponsable albacea, parece dispuesta a rifar sin mayor contemplación.

Ya sucedió con los superávits gemelos: en vez de intentar recuperarlos con alguna estrategia económica mínimamente razonable, Cristina optó por disimular su extravío detrás de una difusa cruzada moral, la lucha contra el “vicio dolarizador” y la conquista de la pesificación, aun al precio de prolongar un estancamiento económico cada vez más indisimulable.

Ahora está haciendo lo propio con la renegociación de la deuda de 2005. Sus beneficios, aclaremos, nunca se pudieron aprovechar del todo, porque no terminamos de salir del default pese a todas las oportunidades que hubo en los últimos años para hacerlo. Y ahora estamos a punto de liquidarlos por completo, en un enfrentamiento cada vez más agudo con las instituciones judiciales y financieras internacionales del que sólo cabe esperar más aislamiento, o incluso a una nueva cesación de pagos.

Con la ensoñación de convertir derrotas ya inevitables o inminentes en heroicas batallas morales entre el espíritu y la dignidad nacional y la maldad del mundo, el Gobierno quiere desentenderse de los costos que, con una actitud más pragmática, podría evitarnos. La idea que lo impulsa a actuar con esta “lógica del aguante” parece ser que esos costos materiales no serán tan pesados, o al menos no se le reprocharán, si puede compensarlos con logros simbólicos. ¿Tiene alguna racionalidad esta actitud? Mientras pudo disimular los costos que el país y la sociedad pagaban (en la forma de pérdida de inversiones, fuga de divisas, inflación, etc.) con beneficios provistos por otras fuentes (soja, capitales acumulados, etc.) tal vez sí: podía cerrar la ecuación política de esta estrategia porque a quienes le reprochaban desaprovechar oportunidades de crecer más y mejor, de generar más y mejores empleos, les contestaba contraponiendo una realidad que igual tendía a mejorar, a un razonamiento puramente especulativo y por tanto indemostrable, sobre lo que podría hacerse mejor y no se hacía, que llevaba las de perder a la hora de convencer a la mayoría. Pero ahora que ya no es tan claro que “las cosas igual mejoran”, ¿no sería justamente el momento de abandonar las batallas morales en vez de multiplicarlas y obsesionarse con ellas?

Es ya indisimulable que las fuentes de recursos exógenas al modelo no alcanzan para sostenerlo en buenas condiciones. Sin embargo, la ecuación política con que se lo administra no evoluciona en dirección a ahorrar esos recursos, sino al contrario, a hacer un uso cada vez más intenso de ellos con fines simbólicos: el mejor ejemplo de ello ha sido YPF, cuya confiscación el oficialismo sigue considerando un gran triunfo de la soberanía y la dignidad, pese a los reiterados fracasos en conseguir las inversiones necesarias para evitar que la empresa siga languideciendo. ¿Por qué tenemos cada vez más y no menos batallas morales?

La racionalidad del fanatismo ofrece una buena explicación al respecto: ella impulsa a los fanáticos a buscar una “prueba de la existencia de Dios”, es decir, una demostración irrefutable de que sus creencias son verdaderas y las de los demás no. Lo que sucede es que muchos en el oficialismo están convencidos de que esa “prueba” está al alcance de la mano. Así que resulta por completo lógico para ellos invertir lo que sea necesario para alcanzarla. Es cierto que no todos en el Gobierno son fanáticos. Pero también lo es que éstos han ganado posiciones clave; y el resto tiende a seguirles el paso porque no encuentran razones ni medios para oponerles. En situaciones como esta, gente relativamente normal termina actuando en forma por completo anormal, hasta que el embrujo se rompe. Cosa que esperemos suceda en esta ocasión antes de que los costos para todos sean demasiado altos.

Fuente: TN (Argentina)

 

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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