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04-08-2014

Kicillof presidente, Argentina que reviente

(TN) Ningún candidato opositor ha logrado fortalecerse demasiado, en un escenario de fuerte incertidumbre sobre el futuro y relativa paridad entre expectativas de cambio y de continuidad, que puede hacer pensar que todavía es posible instalar una figura nueva, capaz de convencer a parte de la sociedad de que profundizar el modelo es la mejor forma de conjugar esas dos ansias en una fórmula que administre lo que viene. Rol para el cual el candidato predilecto es en estos días, a los ojos de casi todos los kirchneristas de paladar negro, el ministro Kicillof.
Por Marcos Novaro

(TN) La fecha límite pasó y nuestro país cayó en cesación de pagos. Aunque en sentido estricto no había dejado esa condición del todo desde 2001 hasta acá; de allí los reclamos de los holdouts, del Club de París, etcétera.

Así que podría considerarse que lo sucedido sólo es el agravamiento de una enfermedad ya crónica. Puede además que sea de corta duración y se llegue todavía a algún arreglo por intermedio de un banco internacional, o puede que no, y el nuevo default se estire hasta enero próximo, o incluso más allá.

Puede también que en los próximos días se extienda el incumplimiento a una mayor porción de los compromisos externos del país, porque el juez Thomas Griesa disponga en septiembre un bloqueo más amplio, o que el asunto quede acotado a los bonos que se pagan a través del Banco de Nueva York.

Y puede, por último, que el frente externo se siga complicando, porque el juez declare al país en desacato, al gobierno norteamericano hasta aquí refugiado en un prudente silencio no le quede otra que respaldarlo y del lado argentino se insista en cambiar la sede de pago de toda la deuda, avanzando hacia una reestructuración general que intente evadir en forma definitiva a los tribunales de EEUU; o tal vez nada de eso suceda porque el juez y los demandantes prefieran esperar y no darle más excusas al Gobierno de Cristina Kirchner para seguir escalando y politizando el conflicto. Quién sabe.

En cualquier caso, lo que es seguro es que ha quedado de momento clausurada la vía elegida a comienzos de este año por el kirchnerismo para administrar la transición hacia las elecciones de 2015: un más o menos controlado y parcial ajuste externo, junto al cumplimiento prorrateado de los compromisos hasta aquí impagos, para poder habilitar la toma de deuda y financiar los desequilibrios de precios relativos y de las cuentas públicas, y llegar así a la entrega del mando sin un ajuste mayor.

Esto equivalía a una más o menos prolija bomba de tiempo. Pero una que podía conformar tanto a sus bases, sobre todo las que más dependen del gasto público, como a una parte de los empresarios, los sectores medios y las organizaciones del peronismo tradicional, sindicales y territoriales que aunque ya no lo apoyasen encontrarían en este recorrido motivos para despedirlo con un moderado conformismo.

Finalmente, a ellos mayoritariamente beneficiaría un esquema cuya principal virtud habría sido postergar costos y mantener el nivel de los gastos privados y públicos en escalas elevadas. Insosteniblemente elevadas, como muchos de esos actores perfectamente advierten.

¿Qué opciones tiene ahora a la mano el gobierno? La que muchos observadores destacan es una que consiste en esencia aumentar los gastos para contener el efecto recesivo de la desconfianza y la falta de inversiones y crédito, y polarizar la escena política instalando un conflicto irreconciliable entre la patria y sus defensores, es decir el gobierno, y el resto del mundo. En otras palabras, radicalización política y económica realimentándose entre sí.

Algunos datos del proceso político y económico de los últimos meses puede que hayan llevado al gobierno, en particular a quienes conforman hoy el núcleo duro de la toma de decisiones, Cristina, Kicillof, parcialmente Zannini, a creer que esto es viable. Por un lado, la inflación se desaceleró, así que aunque un aumento del déficit público y de la presión cambiaria ahora podría realimentarla, no habría por qué esperar que lo haga hasta niveles críticos, inmanejables.

Por otro, la recesión impactó como era de prever en el empleo y el consumo, pero no afectó mayormente el apoyo al gobierno: las encuestas de opinión siguen arrojando aproximadamente un tercio de adhesiones a la presidente, y un porcentaje no despreciable de opiniones moderadamente críticas o pesimistas que todavía están inclinadas a darle un voto de confianza a sus esfuerzos por “evitar males mayores”, en lo que se incluye claro una adhesión a su posición frente a los holdouts.

Por último, ningún candidato opositor ha logrado fortalecerse demasiado, en un escenario de fuerte incertidumbre sobre el futuro y relativa paridad entre expectativas de cambio y de continuidad, que puede hacer pensar que todavía es posible instalar una figura nueva, capaz de convencer a parte de la sociedad de que profundizar el modelo es la mejor forma de conjugar esas dos ansias en una fórmula que administre lo que viene.

Es decir, que la clave está en encontrar una suerte de Insaurralde de alcance nacional, y de compromisos menos lábiles con el proyecto K. Rol para el cual el candidato predilecto es en estos días, a los ojos de casi todos los kirchneristas de paladar negro, el ministro Kicillof.

¿Y qué sucedería si esta hipótesis no se verifica, si la radicalización política y la escalada del conflicto con los holdouts funcionan por un corto tiempo, y decaen en cuanto se comprueba que gracias al mayor gasto sin respaldo de crédito ni ingresos genuinos la inflación se reanima sin que lo haga el consumo? O peor, ¿Qué grado de aislamiento del peronismo alcanzaría un gobierno que se ejerce en su nombre pero pretende lo herede un quasi extraterrestre, si el conflicto social se encrespa, como va a suceder si los problemas de empleo se agravan, y ya echarle la culpa de ello a los “buitres” no consuela ni a los sindicatos ni a los jefes territoriales?, ¿Podría el Ejecutivo todavía retroceder sobre sus pasos, desescalar el conflicto externo y buscar un arreglo, endeudarse a tiempo para generar una mínima reactivación, reconciliarse con los moderados del peronismo respaldando una candidatura más consensuada?

Lo que es seguro es que, puesto ante la perspectiva de perder, el kirchnerismo va a preferir hacerlo con candidatos propios antes que adosado a otros ajenos. Por la simple razón de que al menos con aquéllos tendrá garantizado preservar un piso de adhesiones propias y una representación parlamentaria y territorial con la que seguir siendo un factor de poder.

Si Scioli, o incluso Randazzo no pueden ofrecerle al núcleo K, aun en el mejor de los casos, más que 25-30% de los votos en primera vuelta, y en listas que éste debería compartir con peronistas muy poco leales, le va a convenir obviamente correr el riesgo de hacer una elección mediocre, pero con los jóvenes para la liberación a la cabeza. Y lo cierto es que mientras una reactivación económica importante no sea asequible ese porcentaje no se podría jamás superar. Y, por otro lado, a menos que se produzca un verdadero colapso económico y social, Cristina podría estar todavía en condiciones de transferir a sus candidatos algo no mucho menor a ese volumen de votos. ¿Así que por qué no intentar la vía de la radicalización?

Por ahora es lo que se va a intentar. Después, si las cosas salen mal, tal vez todo vuelva a cambiar.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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