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20-03-2018

Cristóbal López, Carlos Lascurain y qué deben cambiar los empresarios argentinos

(TN) Los políticos son señalados por la sociedad por los casos de corrupción pero... ¿qué pasa con los hombres de negocios?
Por Marcos Novaro

(TN) Acaban de procesar al expresidente de la UIA y actual jefe de su rama metalúrgica, Carlos Lascurain, por su participación en la evaporación de unos cuantos millones en el pozo sin fondo de la corrupción que fue durante el kirchnerismo la mina de Río Turbio.

Mientras, Cristóbal López disfruta de unos días de libertad, pero si soñaba en un regreso triunfal ya tuvo tiempo de desasnarse: el Gobierno apelará el cambio de carátula insólitamente decidido por Jorge Ballestero y Eduardo Farah, y anunció que hará todo lo necesario para mantener las causas contra él en el fuero penal, en tanto la Justicia intervino Oil Combustibles por irregularidades de los administradores que López había dejado a cargo, desarmando su estrategia de “salida con bajo costo” del grupo Indalo. Encima el juez Farah quiso dar explicaciones sobre su fallo y se embarró más de lo que estaba: “No cobré un peso”, declaró. Si hacía falta aclararlo es porque está en problemas.

Con ritmos y cursos diversos, lo destacable es que se ha abierto y se va a seguir ampliando el capítulo “empresario” de la revisión judicial de la corrupción, lo que equilibra un poco las cosas en línea con un reclamo social extendido: no sólo los funcionarios y políticos son responsables de este problema, también lo son quienes suelen quedarse con la parte del león de los negociados y acostumbran a reciclarse haciéndose amigos de cualquier poder de turno. Es cierto que a los otros los elegimos y por ello su pecado es doble, su traición no sólo a las leyes sino a la democracia agrava las cosas. Pero el daño que producen empresarios venales que actúan durante períodos mucho más extensos y en particular el efecto de su comportamiento sobre la economía de un país que arrastra serios problemas de empleo, pobreza y competitividad compensan bastante esa diferencia política.

Además en nuestro caso venimos de la frustración experimentada con el caso Odebrecht, que no dio ninguno de los frutos que se esperaba. Al contrario, parece haber quedado sepultado definitivamente en el olvido, abonando encima la tesis de que Mauricio Macri no estaba para nada interesado en que los empresarios, sus pares finalmente, desfilaran por los tribunales. ¿Será que en los casos de López y Lascurain se avanza porque son kirchneristas y el develamiento de sus tropelías puede enchastrar sólo a ex funcionarios de ese signo? No deja de ser una pregunta legítima. Por más que el Presidente haga esfuerzos por desmentirlo.

Algunos de esos esfuerzos fueron visibles en los últimos días. Estuvieron detrás, para empezar, de la batalla dialéctica que llevó al Gobierno a chocar con la UIA y el uso para contraponer dos “modelos” empresarios.

De un lado, el de los que el ministro Cabrera definió como “llorones” que huyen de la competencia, no invierten y buscan enriquecerse gracias a privilegios asegurados por el Estado. No lo dijo expresamente pero se infiere de su argumento que entre esas vías espurias para “enriquecerse castigando a todo el pueblo” está la obtención de contratos opacos, precios políticos, mercados cautivos y demás canales por los que se “monetiza” la corrupción.

Del otro, los empresarios “auténticamente capitalistas” llamémoslos, que buscan ganar dinero produciendo cada vez mejor para mercados competitivos. Son estos los que Macri suele celebrar en sus discursos, y lo ha hecho también en los últimos tiempos en Expoagro (el sector agropecuario es el que más se acerca a sus ojos al ideal, al que los demás deberían imitar, y no le falta razón en ello), y al hacer referencia a los llamados unicornios, empresas de tecnología e Internet que se han internacionalizado y tienen muy pocos vínculos con los poderes públicos, que no les interesa ampliar.

Al resto del empresariado Macri pareciera estar preguntándole: ¿a quién se quieren parecer?, ¿de qué lado del cambio se van a poner? El peligro que corre es no recibir la respuesta deseada. Por temor a los costos y riesgos que supone abandonar lo conocido, muchos más que los ya jugados en la corrupción y la captación de rentas políticas tal vez se inclinen por el statu quo, y si no resistan, al menos se nieguen a subir al tren de la innovación. La experiencia de cambios frustrados, especialmente perjudiciales para quienes más confiaron en ellos, es muy larga en nuestro país.

Es lo que sucedió en alguna medida con los grupos económicos mayormente rentistas de donde viene el propio Macri. Esos grupos habían crecido en áreas de baja o nula competencia desde los años sesenta, pero luego de la hiperinflación de fines de los ochenta abrazaron y promovieron reformas de mercado. Diez años después buena parte de ellos había tenido que vender sus principales activos a multinacionales, algunos cambiaron de rubro a tiempo pero otros lo intentaron y fracasaron. El famoso mercado los estaba dejando fuera de juego.

No les fue mucho mejor a las grandes empresas especializadas que desde fines de los noventa y sobre todo en la primera parte de los 2000 se abocaron a volverse competitivas sin interferencias políticas, en algunos casos lo lograron y se internacionalizaron, pero empezaron a quedar más y más marginadas de los mercados primero locales, y luego también de los globales, debido a las intervenciones cada vez más inconsistentes y destructivas del kirchnerismo entonces gobernante, que enriquecieron enormemente en cambio a los López y los Lascurain de este mundo.

Con esos antecedentes detrás, ¿por qué confiar ahora en el cambio?, ¿porque los ricos deberían tener más responsabilidad social y patriotismo?, ¿por qué exigírselo a ellos y no al resto de la sociedad? ¿Cómo no entender que en este marco el nacionalismo, el proteccionismo y hasta el anticapitalismo funcionen también en sectores empresarios como legitimaciones eficaces de la cuota de asistencia que creen merecer del Estado?

Lascurain sigue siendo al día de hoy presidente de ADIMRA, una de las cámaras empresarias más grandes del país, y si uno entra a la página web de esa asociación lo primero que ve es con una producción documental que, con guión de Felipe Pigna, ilustra sobre la historia del sector y de la industria en general en clave fanáticamente populista: ¿no es una inconsistencia que los empresarios, algunos muy poderosos como el propio Lascurain, abracen estas lecturas de nuestra historia? Parece que no. Y que no lo han hecho sólo por oportunismo político, para congraciarse con los Kirchner, sino porque realmente creen que el mundo debe funcionar así.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

 

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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