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14-01-2020

Una gran ventaja para Alberto Fernández: compararse con Axel Kicillof

(TN) Los traspiés del gobernador bonaerense dan brillo al método del Presidente. Aunque los dos apuntan al mismo lado: con diferentes modales, más impuestos y transferencias discrecionales de recursos.
Por Marcos Novaro

(TN) No fueron pocos los que disfrutaron, a ambos lados de la grieta, viendo a tropezar a Axel Kicillof en el intento de aprobar su impuestazo. Pero nadie salió de ese episodio tan favorecido como Alberto Fernández: le permitió presentarse como un presidente que, además de resolver sus problemas, resuelve los de los demás.

Apenas días después de que el mandatario recibiera un fenomenal cheque en blanco para hacer y deshacer a voluntad en materia de impuestos, gastos, tarifas y demás, el gobernador del principal distrito del país tuvo que recurrir a él para que lo ayudara a destrabar su propio paquete impositivo, usando sus buenas relaciones con intendentes propios y ajenos y varios de los líderes de la oposición bonaerense.

El Presidente podrá recordárselo desde ahora, cada vez que le haga falta. Y también que lo tras cartón lo va a salvar del default: le está por enviar U$S250 millones para pagar vencimientos de deuda a fin de mes. Al hacerlo, atendió los deseos de Cristina Kirchner. Y la ayuda de todos modos le salió barata, porque la van a pagar los porteños vía un recorte de su coparticipación.

El distrito de Horacio Rodríguez Larreta es no sólo, para todos en el oficialismo, la encarnación de los "ricos que no quieren ser solidarios" y del macrismo que resiste, es también el único que tiene su participación en los impuestos nacionales a tiro de decreto presidencial. Una de esas curiosidades que prueban lo poco que sobrevive del centralismo porteño en un país que vive manoteándole el bolsillo a sus contribuyentes más expuestos, los que tienen menos protección política.

La asistencia para evitar el default bonaerense nos dice también que Fernández entiende, muy correctamente, que si la cosa se le complica mucho a Kicillof, también se le va a complicar a él. Pero más allá de esa comunión, por de pronto le sacó una buena ventaja al gobernador, en una relación que definirá en buena medida la distribución de aquí en más del poder en el país: gracias a cómo se dieron las cosas en la legislatura provincial, puede descartar que el kichnerismo duro vaya a usar el poder del distrito para acorralarlo. Porque de los dos, el gobernador es el que está más cerca del precipicio, y la aprobación acotada de su paquete impositivo asegura que seguirá siendo así. El Presidente le mandó un aviso de la subordinación con que concibe esa relación: "este chiquito va a ser un gran gobernador" dijo, magnánimo, cuando se anunció el salvataje. Faltó que le pellizcara el cachete.

Pero más importante que todo esto fue para Fernández poder ilustrar ante la sociedad, en las jugadas inaugurales de su gestión, las diferencias y las ventajas de su método para gobernar. Respecto al que practicó su predecesor, pero también al método conocido del kirchnerismo histórico. Para poder sostener la idea de que él "volvió mejor". Y orientar las desconfianzas que puedan persistir a sus aliados más tercos.

Claro, no todo fue mérito propio. La primera ventaja con que corrió fue temporal: mordió primero, así que mordió mejor. Cuando Kicillof llegó con su plan de aumentar el inmobiliario bonaerense a los sectores medios y altos, ya el gobierno nacional se había quedado con la mayor parte del excedente disponible, vía impresionantes subas simultáneas en las retenciones, bienes personales, ganancias y aportes patronales, que pesan sobre esos mismos sectores. Que el gobernador encontró, por tanto, con los bolsillos esquilmados y la paciencia agotada.

No importó que argumentara, con algo de razón, que el principal impuesto que él deseaba subir, el inmobiliario, no afecta tanto la producción como los que había subido días antes el mandatario. Llegó tarde, así que por más adecuados que fueran esos argumentos para un debate de largo aliento sobre lo injusto o nocivo que resulta nuestro sistema impositivo, tuvieron de momento una validez acotada, y para el ánimo de los contribuyentes y los legisladores de oposición, nula.

Lo fundamental no fue, de todos modos, que le ganara de mano, si no que Fernández aprovechó bien su oportunidad, y Kicillof no. La unificación de las bancadas peronistas en el Congreso Nacional y la distribución de áreas de influencia con Cristina funcionaron muy eficazmente para evitarle a aquel dolores de cabeza en el frente interno. Y en el externo, el mandatario sacó provecho de las diferencias en Juntos por el Cambio, de modo que al menos algunos opositores colaboraron con él, apostando a recibir algo de la torta de plata que iba a administrar.

Nada parecido hizo Kicillof, y eso que lo necesitaba en mayor medida, porque su frente interno es un conventillo y la oposición controla el Senado provincial. Estaba obligado a ser más componedor y en cambio optó por cortarse solo, pretendiendo que el 52% de los votos fuera suficiente aval para que nadie se le pusiera enfrente. Y no lo fue: resultó tan torpe en su apuesta a todo o nada, y tan poco convincente en sus explicaciones respecto a que sólo iban a pagar más los muy ricos, que a la oposición no le significó mayor esfuerzo ni costo político ponerle abiertamente un palo en la rueda. A un gobierno que recién está empezando, y que acaba de sopapearla en las urnas, era difícil plantearle semejante desafío. Pero el gobernador se los hizo fácil. Por arte de magia todas las peleas entre los cambiemitas provinciales, que le ofrecían una variedad de opciones para negociar, desaparecieron. Difícil hacerlo peor.

El episodio fue provechoso para Fernández no sólo en la sorda e inconfesada disputa de poder que tiene por delante en el Frente de Todos, con casi todos. Lo fue también para su pretensión de colocarse por encima de la "grieta", la polarización que divide a la sociedad y la política en múltiples terrenos, uno de los más importantes, cuántos impuestos se justifica que el Estado cobre, a quiénes y para qué.

Con Kicillof fracasando en su pretensión de llevarlos bien arriba, sobre las espaldas de los sectores que la nación ya había castigado, Fernández puede presentarse ante ellos como el mal menor. Y como el exministro de Economía no va a resignar su pretensión de gravar todo lo posible a los "ricos" para redistribuir ingresos, por las vías que tenga a mano, como dijo a continuación de las modificaciones introducidas por el Senado a su proyecto, el Presidente puede estar seguro que seguirá haciendo su papel de mal mayor.

Así queda consagrada la moderación relativa del jefe de Estado. Pero, la suya y la de Kicillof, ¿son dos ideas diferentes, o dos formas de recorrer el mismo camino, una más moderada en su formulación, pero en concreto más efectiva, la otra más ansiosa y atropelladora en su presentación, y a la postre más bien estéril?

El mandatario dijo que hay que darle tiempo hasta marzo. Entonces sí, habiendo renegociado la deuda, que se ve cree que le va a llevar muy poco tiempo, podrá decirnos, o va a querer decirnos, para dónde va a enfilar. "Mi modelo económico no está aún a la vista, esperen", parece decirnos. ¿Será cierto?, ¿acaso las medidas de emergencia que ha estado tomando no delinean ya ese modelo, no son un buen indicio de lo que vendrá después?, ¿en qué puede sorprendernos ya su proyecto?

Tal vez se termine sorprendiendo él mismo de lo mucho que medidas de emergencia pensadas solo para una coyuntura terminan condicionando el rumbo de mediano y largo plazo de una gestión. Lo difícil que es, una vez que se adoptó un método para superar los problemas iniciales, torcerlo o alterarlo siquiera un poco. Porque lo cierto es que, en lo esencial, Fernández ya eligió: al subir decididamente tributos sobre la actividad productiva y las inversiones, las desalentó; tal vez consuman un poco más algunos sectores, pero se compensará con lo que consuman de menos otros, puede que tan pobres como los primeros. No hay diferencia en ese sentido entre los jubilados que cobran algo más que $20 mil y seguirán cobrando lo mismo por un tiempo, y los empleados públicos que cobran hasta $60.000 y recibirán aumento. Bueno, sí, la diferencia es el poder de lobby y a quién votaron en general unos y otros.

Las transferencias de ingresos generan, además, su propia lógica reproductiva, sus costos, tensiones y desalientos: si le saco a la Ciudad de Buenos Aires para darle algo más a Provincia, puedo estar seguro de los votos que pierdo, pero no de los que gano. Si al que siembra le saco todo o casi todo lo que pueda ganar, lo aliento al año siguiente a comprar un bono público, que vendrá con premio si se apura a comprarlo, estimulando aún más que antes la actividad financiera en detrimento de la producción, lo que se criticaba que hacía Mauricio Macri hasta diciembre.

Encima, una vez que le di a algunos sacándole a otros, los demás van a querer que haga lo mismo en su beneficio para no sentirse discriminados u olvidados, con lo cual el gobierno se vuelve centro de todo tipo de demandas, que no hay modo de desatender si se quieren seguir ganando elecciones. Ser el gran distribuidor de las rentas tiene sus beneficios pero también sus contraindicaciones.

Los problemas de justicia asignativa se generalizan, más en tiempos de escasez. En 2003 Néstor Kirchner hacía este tipo de cosas pero parecía que la plata la estaba sacando de la galera y no perjudicaba a nadie al asignar beneficios. Pero ahora está bien a la vista que cada beneficio para algunos es un perjuicio para otros, en un puro juego de "suma cero". Y es probable que los unos no lo recuerden por mucho tiempo y los otros no lo olviden. Sobre todo si la economía no empieza a crecer pronto.

Como sea, Fernández probó tener una gran ventaja, en particular sobre Kicillof, pero más en general sobre las políticos que predominaron en la última década: cree en pocas cosas, así que su inclinación a cargarse de grandes argumentos para inflar su voluntad, y desbarrancar por el lado del voluntarismo, es más acotada.

No fue lo que sucedió con Cristina. Y tampoco con Macri, que aunque también profesaba creencias más bien difusas, se comportó en temas que exigían mucho pragmatismo bastante fanáticamente y se rodeó de gente inclinada a imitarlo, abrazando una suerte de fanatismo de la vacuidad. Con Fernández es más improbable que algo así suceda, y ese es tal vez el mejor dato a favor que arroja su primer mes de gestión, y el que le aportó ya mayores beneficios. Habrá que ver qué sucede cuando contar con alguna idea más o menos consistente hacia adelante se vuelva más necesario.

Y habrá que ver también qué pasa si la promesa de un futuro algo mejor que el presente de suma cero actual se complica: el Presidente no debería confiarse tanto de la ventaja de su método y que él le vaya a garantizar en cualquier caso la preeminencia en su coalición. Porque el gobernador, igual que la vicepresidenta, pertenecen a ese tipo de políticos muy carismáticos capaces de sobrevivir a casi cualquier golpe (lo acaba de demostrar subiéndose al tren de la alegría marplatense y apropiándose de la "mejor temporada en años"), mientras que él siempre va a estar más atado a administrar lo que hay, y a tener que dar explicaciones por lo que falta.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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