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Argentina y Uruguay, nacidos del mismo árbol
Vaivenes sociales, el Río de la Plata, la música, la literatura y el fútbol. En definitiva, una cultura hermanada. No se puede abordar la historia uruguaya si no se estudia, en paralelo, la argentina. Nuestra clase política tiene la vara alta.Por Hugo Machín Fajardo
Tratamos el mismo asunto orientales y argentinos/ Nacimos de un mismo gajo del árbol de nuestros sueños/ (Diez décimas de saludo al pueblo argentino, Alfredo Zitarrosa).
El presidente Alberto Fernández le va a quedar debiendo una a los uruguayos. Hay dos vivencias. Una, diplomática, con sus marchas y contramarchas por la que Fernández no asiste a la asunción del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, pues, coincidentemente, el 1° de marzo debe ofrecer su primer mensaje como jefe del Estado al Congreso Nacional. De esa manera, evitaría encontrarse con el presidente brasileño Jair Bolsonaro quien, como es sabido, no concurrió el 10 de diciembre a la toma de mando de Fernández, pero llegará a Montevideo. Ambos tienen pendiente un encuentro al que no le han fijado fecha.
Aunque el presidente de Argentina adelantó que estará en Montevideo el día siguiente de la posesión de Lacalle Pou -después de todo, el futuro primer mandatario oriental acompañó al presidente uruguayo Tabaré Vázquez cuando asumió Fernández-, sobrevuela la idea de que la no invitación del gobierno uruguayo entrante a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela es el motivo por el que el jefe del Estado argentino no se haga presente el 1° de marzo en la capital charrúa.
La otra vivencia es a la que alude Zitarrosa y que se ha mantenido viva, pese a diferentes avatares ocurridos en los 213 años de vida independiente argentina, y en los 190 de la uruguaya. Es la raíz común que naturaliza la residencia de 135.000 uruguayos residentes en Argentina, así como los miles y miles de argentinos que se sienten en su casa durante el verano uruguayo.
Es una cultura que se nutre y trasciende a la Guerra Grande (1839-1851), terminada con el Tratado del Pantanoso firmado por Justo J. Urquiza y Manuel Oribe bajo la premisa “ni vencidos ni vencedores”, guerra que difuminó las fronteras entre argentinos y uruguayos y posibilitó la presencia de numerosos intelectuales argentinos refugiados en las murallas montevideanas. Juan Bautista Alberdi, José Rivera Indarte, Miguel Cané -durante seis años editaron, junto al uruguayo Andrés Lamas, el periódico El Nacional-; cultura que acogió al ex preso político del rosismo Hilario Ascasubi, continuador de la poesía gauchesca del uruguayo Bartolomé Hidalgo; a Esteban Echeverría, autor de El matadero, considerado por algunos críticos el primer cuento argentino que trata sobre la política y la economía argentinas, y rechaza la polarización -brecha que entonces (1838-1840) hundía en la violencia a su país-, y quien ya como exiliado, escribió el Dogma socialista, en Montevideo, donde falleció (en 1851), sin conocer la paz del 8 de octubre.
Cultura que no desconoce la incidencia de Juan Manuel de Rosas en la gestación de la República Oriental del Uruguay; ni el mayor o menor apoyo de sectores argentinos a las revueltas blancas de fin del siglo XIX y 1904; ni el encuentro de 1948 entre el presidente uruguayo Luis Batlle Berres y el argentino Juan Domingo Perón en aguas del río Uruguay, zona neutral, para dirimir situaciones conflictivas; ni “la cortina de nylon” que descorrió Perón en el Río de la Plata en la década del ‘50 y sus amenazas de bombardear a Radio Carve de Montevideo cuando presidía Batlle Berres, casado con la argentina Matilde Ibáñez; ni los puentes cortados entre 2006 y 2010 por el matrimonio Kirchner.
No se puede abordar la historia uruguaya si no se estudia, en paralelo, la historia argentina. Se trata de una misma historia escrita y aprendida de diferente manera, según en qué orilla del Río de la Plata respectivamente se ubiquen historiador y lector.
El primer jefe americano que derrotó a los españoles de Montevideo en junio de 1814 fue un argentino -Carlos María de Alvear- sin que existiera propiamente la Argentina, hasta 1816. Entre los primeros gobernadores montevideanos durante la dominación porteña en la Tacita del Plata hubo argentinos -Nicolás Rodríguez Peña, Estanislao Soler-. El primer gobernador y capitán general provisorio -entre diciembre de 1828 y abril de 1830- de lo que sería el Uruguay fue otro argentino, José Rondeau. Hubo cinco argentinos en el casi medio centenar de hombres que integraron la cruzada libertadora de 1825, luego bautizada de “los 33 orientales”. Esa insurrección oriental encabezada por Lavalleja para rescatar a la Provincia Cisplatina en manos brasileñas desde 1822 contó con el apoyo de Rosas y los saladeristas bonaerenses.
Desde mayo de 1810, Buenos Aires entendía pertinente la subsistencia de la misma unidad política del Virreinato del Río de la Plata, que incluía a la Banda Oriental y al Paraguay.
Como bien anota el historiador argentino José Luis Romero, luego de 1830 Argentina y Uruguay, por mucho tiempo, tuvieron un destino común desde que fue un caudillo oriental rural -José Artigas- quien, primero, propuso el federalismo en la comarca y sembró la disyuntiva que permanecería durante décadas en la región.
El primer periodista asesinado en Uruguay fue el argentino Florencio Varela, a quien, en marzo de 1848, apuñaló Andrés Cabrera en la esquina de Rincón y Misiones, asesino nacido en Islas Canarias “que en la noche del 20 había fugado par el Campo de Oribe”, puede leerse en el libro escrito sobre este hecho por el Cané, quien junto al uruguayo Lamas fundara uno de los mejores periódicos de la época: El Iniciador.
Y otros nombres que recuerda el nomenclátor montevideano son testimonios de una presencia -en muchos casos, ilustre- de argentinos que incidieron en nuestra historia. “Una emigración de estadistas y escritores mantenía consigo, en el destierro, el nervio de la época de organización y de cultura”, escribió sobre ellos Rodó.
El ya nombrado Alberdi, fundador de las bases constitucionales argentinas, vivió en La Nueva Troya, como bautiza Alejandro Dumas, padre, a la Montevideo sitiada entre 1843 y 1851. Sarmiento, el reformador de la escuela argentina -una bandera blanquiceleste con el Sol central en cada escuela, desde La Quiaca hasta la Patagonia- dejó su huella en Uruguay. José María “El Manco” Paz, que recuperó su sable de pelea en la defensa de Montevideo. Y podríamos seguir con Rivadavia, Urquiza, Mitre, José Mármol, Lucas Obes, que fuera procurador general de la Provincia Cisplatina, Fiscal general durante la administración de Rondeau en la pre-República, ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda durante la primera presidencia de Rivera, y fundador de la villa del Cerro.
Pero no solamente en la Patria Vieja o en el período inmediato a la República es que se anudaron esos indisolubles lazos que llegan hasta el presente.
Gardel, La Cumparsita de Matos Rodríguez, Canaro, Romeo Gavioli, Julio Sosa, Horacio Arturo Ferrer, para nombrar solamente a unos pocos tangueros uruguayos a los que Buenos Aires les dio el espaldarazo mundial. El Negro Rada y Jaime Roos, seguidores de Zitarrosa en el cariño argentino.
El elenco de Hupumorpo, Telecataplún y Jaujarana. China Zorrilla, Villanueva Cosse, Carlos Perciavalle, Gabriela Acher, Juan Manuel Tenuta, más Natalia Oreiro, Adrián Caetano, Jorge Drexler, son algunos de los tantos y tantos uruguayos bienqueridos en el país de San Martín y Borges.
¿Y el grito de “¡U-ru-gua-yo/ u-ru-gua-yo!...” que en muchas tardes domingueras atronó en La Bombonera, en Núñez, o Avellaneda, y en tantos estadios argentinos? Ya fuera para ovacionar la “Boina Fantasma” de Severino Varela, las diabluras de Walter Gómez o del Negro Cubilla, el empuje del “Chivo” Pavoni, las maravillas de “el Príncipe” Francescoli o los goles de Forlán. Aliento que, pese a la irracionalidad barrabravesca que ha ganado al futbol en ambas márgenes del Plata, sigue siendo distintivo para el futbolista oriental que juegue y se juegue en los campos argentinos. Hoy son decenas.
El Uruguay y el Plata no separan, unen una misma tierra barrida por el pampero que generó una cultura hermanada. No hubo ni hay contingencia capaz de evitarlo.
Sí, el presidente Fernández les debe una a todos los uruguayos. Para la información, se confirma la presencia en la ceremonia uruguaya en la que se posesiona Lacalle Pou, de los presidentes Sebastián Piñera, Chile; Iván Duque, Colombia; Mario Abdo Benítez, Paraguay; así como Felipe VI, rey de España; el director de Asuntos Latinoamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, Mauricio Claver – Carone, junto al responsable interino para asuntos americanos en el Departamento de Estado, Michael Kozak.
Hugo Machín FajardoRedactor Especial del Portal Análisis LatinoPeriodista desde 1969, una forzada interrupción entre 1973 -1985, no le impidió ejercer el periodismo clandestino. Secuestrado en 1981 por la dictadura uruguaya, permaneció desaparecido y torturado hasta 1982, en que fue recluido en el Penal de Libertad hasta 1985. Ex -docente de periodismo en Universidad ORT, de Montevideo. Ex vicepresidente de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU). Jurado del Premio Periodismo para la Tolerancia, 2004, de la Federación Internacional de Periodistas (FIP) /Unión Europea. Coordinó "Periodismo e Infancia-2005". Integró diversas redacciones periodísticas de medios y agencias de noticias en Montevideo, Uruguay. Actualmente se desempeña como free -lance.
Tratamos el mismo asunto orientales y argentinos/ Nacimos de un mismo gajo del árbol de nuestros sueños/ (Diez décimas de saludo al pueblo argentino, Alfredo Zitarrosa).
El presidente Alberto Fernández le va a quedar debiendo una a los uruguayos. Hay dos vivencias. Una, diplomática, con sus marchas y contramarchas por la que Fernández no asiste a la asunción del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, pues, coincidentemente, el 1° de marzo debe ofrecer su primer mensaje como jefe del Estado al Congreso Nacional. De esa manera, evitaría encontrarse con el presidente brasileño Jair Bolsonaro quien, como es sabido, no concurrió el 10 de diciembre a la toma de mando de Fernández, pero llegará a Montevideo. Ambos tienen pendiente un encuentro al que no le han fijado fecha.
Aunque el presidente de Argentina adelantó que estará en Montevideo el día siguiente de la posesión de Lacalle Pou -después de todo, el futuro primer mandatario oriental acompañó al presidente uruguayo Tabaré Vázquez cuando asumió Fernández-, sobrevuela la idea de que la no invitación del gobierno uruguayo entrante a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela es el motivo por el que el jefe del Estado argentino no se haga presente el 1° de marzo en la capital charrúa.
La otra vivencia es a la que alude Zitarrosa y que se ha mantenido viva, pese a diferentes avatares ocurridos en los 213 años de vida independiente argentina, y en los 190 de la uruguaya. Es la raíz común que naturaliza la residencia de 135.000 uruguayos residentes en Argentina, así como los miles y miles de argentinos que se sienten en su casa durante el verano uruguayo.
Es una cultura que se nutre y trasciende a la Guerra Grande (1839-1851), terminada con el Tratado del Pantanoso firmado por Justo J. Urquiza y Manuel Oribe bajo la premisa “ni vencidos ni vencedores”, guerra que difuminó las fronteras entre argentinos y uruguayos y posibilitó la presencia de numerosos intelectuales argentinos refugiados en las murallas montevideanas. Juan Bautista Alberdi, José Rivera Indarte, Miguel Cané -durante seis años editaron, junto al uruguayo Andrés Lamas, el periódico El Nacional-; cultura que acogió al ex preso político del rosismo Hilario Ascasubi, continuador de la poesía gauchesca del uruguayo Bartolomé Hidalgo; a Esteban Echeverría, autor de El matadero, considerado por algunos críticos el primer cuento argentino que trata sobre la política y la economía argentinas, y rechaza la polarización -brecha que entonces (1838-1840) hundía en la violencia a su país-, y quien ya como exiliado, escribió el Dogma socialista, en Montevideo, donde falleció (en 1851), sin conocer la paz del 8 de octubre.
Cultura que no desconoce la incidencia de Juan Manuel de Rosas en la gestación de la República Oriental del Uruguay; ni el mayor o menor apoyo de sectores argentinos a las revueltas blancas de fin del siglo XIX y 1904; ni el encuentro de 1948 entre el presidente uruguayo Luis Batlle Berres y el argentino Juan Domingo Perón en aguas del río Uruguay, zona neutral, para dirimir situaciones conflictivas; ni “la cortina de nylon” que descorrió Perón en el Río de la Plata en la década del ‘50 y sus amenazas de bombardear a Radio Carve de Montevideo cuando presidía Batlle Berres, casado con la argentina Matilde Ibáñez; ni los puentes cortados entre 2006 y 2010 por el matrimonio Kirchner.
No se puede abordar la historia uruguaya si no se estudia, en paralelo, la historia argentina. Se trata de una misma historia escrita y aprendida de diferente manera, según en qué orilla del Río de la Plata respectivamente se ubiquen historiador y lector.
El primer jefe americano que derrotó a los españoles de Montevideo en junio de 1814 fue un argentino -Carlos María de Alvear- sin que existiera propiamente la Argentina, hasta 1816. Entre los primeros gobernadores montevideanos durante la dominación porteña en la Tacita del Plata hubo argentinos -Nicolás Rodríguez Peña, Estanislao Soler-. El primer gobernador y capitán general provisorio -entre diciembre de 1828 y abril de 1830- de lo que sería el Uruguay fue otro argentino, José Rondeau. Hubo cinco argentinos en el casi medio centenar de hombres que integraron la cruzada libertadora de 1825, luego bautizada de “los 33 orientales”. Esa insurrección oriental encabezada por Lavalleja para rescatar a la Provincia Cisplatina en manos brasileñas desde 1822 contó con el apoyo de Rosas y los saladeristas bonaerenses.
Desde mayo de 1810, Buenos Aires entendía pertinente la subsistencia de la misma unidad política del Virreinato del Río de la Plata, que incluía a la Banda Oriental y al Paraguay.
Como bien anota el historiador argentino José Luis Romero, luego de 1830 Argentina y Uruguay, por mucho tiempo, tuvieron un destino común desde que fue un caudillo oriental rural -José Artigas- quien, primero, propuso el federalismo en la comarca y sembró la disyuntiva que permanecería durante décadas en la región.
El primer periodista asesinado en Uruguay fue el argentino Florencio Varela, a quien, en marzo de 1848, apuñaló Andrés Cabrera en la esquina de Rincón y Misiones, asesino nacido en Islas Canarias “que en la noche del 20 había fugado par el Campo de Oribe”, puede leerse en el libro escrito sobre este hecho por el Cané, quien junto al uruguayo Lamas fundara uno de los mejores periódicos de la época: El Iniciador.
Y otros nombres que recuerda el nomenclátor montevideano son testimonios de una presencia -en muchos casos, ilustre- de argentinos que incidieron en nuestra historia. “Una emigración de estadistas y escritores mantenía consigo, en el destierro, el nervio de la época de organización y de cultura”, escribió sobre ellos Rodó.
El ya nombrado Alberdi, fundador de las bases constitucionales argentinas, vivió en La Nueva Troya, como bautiza Alejandro Dumas, padre, a la Montevideo sitiada entre 1843 y 1851. Sarmiento, el reformador de la escuela argentina -una bandera blanquiceleste con el Sol central en cada escuela, desde La Quiaca hasta la Patagonia- dejó su huella en Uruguay. José María “El Manco” Paz, que recuperó su sable de pelea en la defensa de Montevideo. Y podríamos seguir con Rivadavia, Urquiza, Mitre, José Mármol, Lucas Obes, que fuera procurador general de la Provincia Cisplatina, Fiscal general durante la administración de Rondeau en la pre-República, ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda durante la primera presidencia de Rivera, y fundador de la villa del Cerro.
Pero no solamente en la Patria Vieja o en el período inmediato a la República es que se anudaron esos indisolubles lazos que llegan hasta el presente.
Gardel, La Cumparsita de Matos Rodríguez, Canaro, Romeo Gavioli, Julio Sosa, Horacio Arturo Ferrer, para nombrar solamente a unos pocos tangueros uruguayos a los que Buenos Aires les dio el espaldarazo mundial. El Negro Rada y Jaime Roos, seguidores de Zitarrosa en el cariño argentino.
El elenco de Hupumorpo, Telecataplún y Jaujarana. China Zorrilla, Villanueva Cosse, Carlos Perciavalle, Gabriela Acher, Juan Manuel Tenuta, más Natalia Oreiro, Adrián Caetano, Jorge Drexler, son algunos de los tantos y tantos uruguayos bienqueridos en el país de San Martín y Borges.
¿Y el grito de “¡U-ru-gua-yo/ u-ru-gua-yo!...” que en muchas tardes domingueras atronó en La Bombonera, en Núñez, o Avellaneda, y en tantos estadios argentinos? Ya fuera para ovacionar la “Boina Fantasma” de Severino Varela, las diabluras de Walter Gómez o del Negro Cubilla, el empuje del “Chivo” Pavoni, las maravillas de “el Príncipe” Francescoli o los goles de Forlán. Aliento que, pese a la irracionalidad barrabravesca que ha ganado al futbol en ambas márgenes del Plata, sigue siendo distintivo para el futbolista oriental que juegue y se juegue en los campos argentinos. Hoy son decenas.
El Uruguay y el Plata no separan, unen una misma tierra barrida por el pampero que generó una cultura hermanada. No hubo ni hay contingencia capaz de evitarlo.
Sí, el presidente Fernández les debe una a todos los uruguayos. Para la información, se confirma la presencia en la ceremonia uruguaya en la que se posesiona Lacalle Pou, de los presidentes Sebastián Piñera, Chile; Iván Duque, Colombia; Mario Abdo Benítez, Paraguay; así como Felipe VI, rey de España; el director de Asuntos Latinoamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, Mauricio Claver – Carone, junto al responsable interino para asuntos americanos en el Departamento de Estado, Michael Kozak.