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02-03-2016

Macri ofreció balance y programa, sin necesidad de «relato»

(TN) El Presidente dio su primer discurso ante la Asamblea Legislativa. Fue en la 134° apertura de las sesiones ordinarias. Habló la mitad del tiempo sobre la herencia recibida y la otra mitad, de los proyectos de su Gobierno.
Por Marcos Novaro

(TN) Entre las muchas novedades que mostró el discurso de inauguración de las sesiones legislativas en el primer año de gestión macrista se destaca una: el tránsito del kirchnerismo a la normalidad democrática supone un mundo de diferencias institucionales, políticas, económicas y culturales que se revelan por sí solas. No hace falta y ni siquiera conviene que nadie en el Ejecutivo se detenga a machacar con ellas. Lo mejor es dejar que por sí mismas muestren sus beneficios.

El estado K pretendió monopolizar el control de todo a su alrededor: el dinero, el poder, también los sentidos y las explicaciones. Chocó sin embargo contra una sociedad pluralista que se negó a acomodarse a esas reglas de juego y defendió su autonomía. Fue esa sociedad, antes de que el macrismo despegara en las encuestas y se volviera siquiera imaginable un gobierno de ese signo, la que frenó los delirios estalinistas de los K. Y sería ridículo entonces que quienes tienen ahora el encargo de desmontar ese estado a la vez desbordado y degradado, inflado y desnaturalizado, pretendan usar el mismo método, nos quieran explicar todo lo sucedido en el pasado, lo que está sucediendo y lo que vaya en adelante a pasar.

Mauricio Macri tuvo el mérito de reconocer estos límites en su primer discurso de inauguración del año legislativo. Fue medido y equilibrado, no inscribió la tarea de gobierno emprendida en ninguna interpretación global de la historia, en ninguna promesa de regeneración ni en ninguna lucha entre el bien y el mal, sino que apeló al sentido común colectivo: explicó en forma bastante sintética algunos errores cometidos, la necesidad de corregirlos, y los cambios que para adelante su gobierno buscará introducir.

Con ello alcanzó para irritar a los diputados camporistas. Pero eso no es responsabilidad suya, ni tampoco es su problema, todo lo contrario.

Su balance crítico del estado de la Nación recibido de su predecesora no disparó la reacción de esos legisladores por haber cargado las tintas en demasía, sino porque estos están mal preparados para acomodar cualquier crítica y tienden a considerarla una agresión injustificada. Y porque además hacerlo les permite dar rienda suelta a su desesperado afán por retener protagonismo. Que en este y otros casos, como las plazas del pueblo y demás muestras de pueril rebeldía, no hace más que favorecer al gobierno que dicen querer combatir.

Nada mejor para Macri que haber tenido que confrontar en vivo y en directo con los diputados de Máximo Kirchner y sus cartelitos de denuncia y resistencia. Para convencer al resto de los legisladores de oposición que les conviene apostar a la colaboración. Y a la opinión pública que por más costos que en la transición impongan las nuevas autoridades conviene que ellas tengan éxito, porque la alternativa de seguir con el modelo anterior no podría ofrecer nada bueno.

Con eso Macri tuvo sostén suficiente para darle fuerza al resto de su discurso, el que se ocupó de explicar las medidas que promueve y promoverá. Entre las que destacó la resolución del default y la normalización de las relaciones de la Argentina con el mundo. Un objetivo que, de nuevo, no tuvo tampoco que inscribir en ningún megarelato para poder presentarlo como algo a la vez razonable y urgente a los ojos de la amplísima mayoría tanto de los legisladores como de los ciudadanos.

La normalidad tiene un enorme poder curativo sobre las heridas abiertas por 12 años de delirios y hay que dejarle hacer su trabajo. Ella disipará como un mal sueño recelos y fantasías que parecían ser buenas explicaciones solo porque el ambiente estaba por completo contaminado con sus parámetros. Y al hacerlo la brujería remitirá sola como explicación de nuestros males. Andar por la vida portando antorchas dejará de ser una costumbre socialmente tolerada una vez que cunda el ejemplo y se demuestre que detrás de nuestros problemas no está ningún espíritu maligno ni un designio perverso, sino en muchos casos solo nuestros propios defectos.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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