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01-10-2019

Alberto Fernández, rechazado en Mendoza como hijo putativo de Alfonsín

(TN) ¿Alcanza con Mendoza para que Macri remonte la presidencial? Seguramente, no. Pero tal vez sí para que su coalición siga en pie y se convierta en una oposición unida. Y puede que eso obligue a que también el PJ vuelva a unirse.
Por Marcos Novaro

(TN) Alberto Fernández cometió un grave error al llevar a los gobernadores peronistas (a casi todos, faltó Schiaretti, previsor) a participar en la campaña electoral de Mendoza. Fue un show de vuelos privados y malversación de recursos provinciales que Alfredo Cornejo ridiculizó durante los festejos de la amplia victoria lograda por el candidato radical a sucederlo. Y que puede quedar en la memoria como el primer trastazo del candidato de Cristina, en su pretensión de convertirse en nuevo líder del peronismo nacional. Más ahora que parece nadie más que los gobernadores de esa fuerza van a poder cursar los cielos de la patria en paz, por obra de sus amigos de APLA.

¿Por qué Alberto cometió semejante metida de pata? Puede imaginarse que se dejó tentar por la posibilidad de conquistar varios objetivos simultáneos: ofrecer una victoria “de su cosecha” a ese peronismo territorial que espera ungirlo como garante de una nueva pax peronista con CFK y sus seguidores en octubre próximo; mostrarle a La Cámpora, a la que pertenece quien se candidateaba por el FdeT a esa gobernación, que él es quien puede acercarle los votos de clase media necesarios para que ella vea satisfechas sus ambiciones de poder; y finalmente, last but not leastquebrar la voluntad de competir de Juntos para el Cambio y en particular quebrar al radicalismo, para empezar a moldear a su futura oposición, recreando la escena de competencia que él conoció y disfrutó junto a Néstor Kirchner a partir de 2003. Una en que el PJ estaba dividido pero lo estaban aún más el resto de las fuerzas políticas, por lo que al Ejecutivo nacional le era sencillo formar mayorías legislativas repartiendo recursos entre la multitud de bloques y legisladores sueltos que pululaban en el Congreso.

Esto último permite entender no sólo los gestos de Alberto, sino también la virulenta respuesta que ellos merecieron de parte de los radicales mendocinos, y de los del resto del país: hace tiempo que el proclamado discípulo de Néstor viene tratando de seducir a sectores radicales para que rompan con Macri y con la disciplina partidaria; apenas horas antes de la votación mendocina había declarado que él se sentía hijo putativo de Alfonsín, lo que no sirvió de mucho para ganarse la simpatía de quienes se consideran sus únicos herederos legítimos.

Alberto debería haberlo previsto: ni él tiene para ofrecer perspectivas muy favorables para su eventual gobierno, como para que sea tentador participar en él, a diferencia de lo que le sucedió a Néstor desde poco después de asumir, y tras heredar una gestión en la que venían ya participando muchos radicales bajo el auspicio nada menos que del Padre de la Democracia, ni los radicales vienen de un fracaso como el de 2001. Ellos creen que en todo caso quien fracasó fue Macri y eso les permitirá tomar el control, o al menos compartir de aquí en más la conducción, de la coalición todavía hoy gobernante; así que no tienen motivos para romper la disciplina partidaria, mucho menos para dar un salto de garrocha como el que en su momento acometieron los “Radicales en la Convergencia” (sector que encabezó en 2007 el mendocino Julio Cobos, recordemos, asesorado por Cornejo).

La urgencia de Alberto por dividir a la que va camino de volverse su principal oposición legislativa, de todos modos, tiene mucha lógica: el propio peronismo va a estar muy dividido, y lo que es todavía peor, va a tener como principal subbloque, con más de sesenta bancas en Diputados y alrededor de una decena en el Senado, al camporismo. Más o menos lo que tenía el duhaldismo en los primeros tiempos de Néstor. En las otras dos decenas de “bancadas” que componen hoy el variopinto arco peronista de cada una de las dos cámaras, se puede hallar, además, aún menos albertistas de los pocos kirchneristas que había a principios de 2003. Y no es seguro que remediarlo vaya a ser una tarea rápida y sencilla: mientras que a esta altura esa fragmentación es mucho más habitual e intensa, la disposición de recursos en el Ejecutivo nacional para compensarla y administrarla se ha ido agotando. ¿Cómo no estar preocupado?

También en este aspecto, Alberto va camino a recibir un legado complicado no sólo de Macri, sino del experimento que abandonó, o lo forzaron a abandonar, en 2008. Ante lo cual tal vez le convenga más intentar una innovación, que una reiteración: en vez de intentar dividir a los demás partidos, podría buscar unificar el propio, que vuelva a funcionar el PJ como un órgano común a todas las facciones peronistas hoy dispersas y descoordinadas, lo que dejó de funcionar precisamente en 2003, y desde entonces no ha generado más que problemas cada vez más graves para nuestro sistema político.

 

 

Es cierto que el kirchnerismo obtuvo beneficios de gobernar sin partido, fragmentando a su base de apoyo para que nadie pudiera desafiarlo, y concentrando el poder en el vértice para monopolizar las decisiones y no discutirlas con nadie. Pero fue pan para hoy y hambre para mañana. Apenas los recursos se empezaron a agotar, la división del peronismo se volvió en contra suya: les sucedió en 2009 y de vuelta en 2013, y desde esa última fecha hasta ahora el sistema no hizo más que favorecer a los de afuera, a Macri y su acotada coalición, que de otro modo nunca hubiera podido ganar, ni mucho menos gobernar y sostenerse en el poder en medio de la crisis.

Alberto F. va a necesitar del PJ. Lamentablemente no parece advertirlo, o al menos no ha dado señales de que la unidad partidaria sea una prioridad. Más bien ha dado unas contrarias, como las que comentamos hacia los radicales, de querer aprovecharse de la fragmentación, agravándola. Imagina seguramente que así le bajaría el precio a los legisladores que necesitará para aprobar sus proyectos de ley, sobre todo cuando estos desmientan sus promesas de dejar atrás el ajuste y “ponerle plata a la gente en el bolsillo”. Y que en todo caso va a ser más fácil remar contra la desilusión si en la escena política no hay ninguna otra voz representativa capaz de desafiarlo.

Pero para poder repetir la experiencia aunque más no sea momentáneamente exitosa de gobernar sin partido, le faltarán recursos y le sobrarán problemas. Le conviene, por eso, y desde el vamos, tratar de completar el proceso de reunificación peronista, que apenas si ha comenzado. Y que para avanzar necesitará de un gran esfuerzo institucional, no es fácil reconstruir instituciones que han sido por largos años despreciadas y maltratadas. Suprimir o al menos reformar profundamente las PASO, inventadas precisamente para anular la vida partidaria, y rehabilitar los tradicionales procesos de internas podrían ser pasos importantes. La UCR y también el PRO le llevan la delantera en este sentido a los peronistas, y sería bueno que estos lo reconozcan, en vez de intentar una vez más nivelar para abajo.

 

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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