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28-10-2019

Alberto Fernández, el CEO del peronismo que llega a la Presidencia

(TN) No tendrá mucho espacio para hacer locuras, lo que es muy bueno, pero ¿puede que no tenga tampoco mucho espacio para hacer lo que hace falta y contener la emergencia? Dependerá de sus habilidades.
Por Marcos Novaro

(TN) El 10 de diciembre próximo tendremos por primera vez un presidente peronista, que no será un exgobernador, como fue tradición desde la desaparición de Juan Domingo Perón, si no un operador. Según las categorías que pusieron de moda los críticos de Cambiemos, un CEO. Un gerente que deberá rendir cuentas ante los accionistas y dependerá en gran medida de sus intereses y preferencias.

Encima, su triunfo estuvo lejos de la votación plebiscitaria que él esperaba para darle más legitimidad e impulso inicial a su gobierno. En un tiempo de escasez de recursos, le escasearán también a Alberto Fernández las credenciales plebiscitarias que estaba buscando: no podrá ignorar que debe su gobierno a una regla constitucional amañada, impuesta por Carlos Menem en 1994 para burlar a una eventual mayoría no peronista.

Y tampoco desconocer que si la campaña del oficialismo fue eficaz para remontar casi 8% de los votos desde las PASO, fue porque logró movilizar la desconfianza que una buena parte de la sociedad siente frente al regreso del peronismo al poder, más intensa cuando se trata del regreso de Cristina y sus acólitos, a quienes una amplia mayoría de los votantes, de no ser por la gravedad de la crisis económica, nunca hubiera tolerado que volvieran.

Conclusión: Alberto no tendrá mucho espacio para hacer locuras, lo que es muy bueno, pero ¿puede que no tenga tampoco mucho espacio para hacer lo que hace falta y contener la emergencia? Dependerá de sus habilidades y de lo que haga desde ahora mismo.

En una situación por demás delicada como la que va a enfrentar, va a necesitar todos sus dotes de operador. Y también puede que le vengan bien sus antecedentes ultra pragmáticos: la falta de convicciones firmes que le permitió pasar por distintas tribus peronistas, y entrar, salir y volver al kirchnerismo hasta llegar a la primera magistratura, tal vez le sea de utilidad para no enredarse en consideraciones doctrinarias y tomar medidas no muy compatibles con su programa ni con sus promesas de campaña.

El resultado de la elección también arroja una lección en este sentido: desde las PASO Alberto se mostró ortodoxamente kirchnerista, se identificó plenamente con Cristina y se negó en los debates presidenciales a hacer cualquier autocrítica sobre los 12 años de los Kirchner. Parece que el electorado moderado y dubitativo se lo cobró, porque no sumó muchas adhesiones desde agosto, y eso lo debilitó como líder del peronismo que hace falta, para que despliegue su oficio como gerente de esa compleja compañía.

Porque la menor distancia con sus adversarios le significará, para empezar, menor autonomía de sus socios. Y eleva los costos de la unidad peronista, que todavía no se han mensurado ni expuesto a la sociedad, pero pronto van a volverse visibles.

El peronismo vuelve al poder con muy distintas expectativas en su seno, con una heterogeneidad interna y una fragmentación institucional tan o más graves que las que padeció después del estallido de 2001. ¿Terminará, como entonces, reordenándose detrás del poder presidencial? Para eso harían falta recursos que el gobierno nacional ahora no va a tener, y liderazgo, cuya a priori ausencia hay que ver si es sustituible por las habilidades de un buen administrador y mediador.

El riesgo es que termine sucediendo no lo de 2003, si no lo de treinta años antes, 1973, cuando una heterogeneidad peronista aún más exacerbada convirtió la frustración de las expectativas que ella misma se había ocupado de inflar en todas direcciones, en una explosión de desgobierno, y una bomba que liquidó primero al CEO de entonces, y luego a su mismo líder.

Tampoco podrá Alberto sentarse encima del cadáver de sus adversarios para reprocharles todos los males que corroerán desde el primer minuto a su gobierno. Porque aunque se apresuró a darlo por finiquitado, se ha visto que Juntos por el Cambio está vivito y coleando. E incluso el propio Macri puede tener futuro como líder de oposición, tal vez como candidato a buscar revancha en 2023. Y porque él y los que siguen con él representando al centro medianamente desarrollado del país y sus capas medias defenderán su legado, con una combinación de crítica y colaboración que el presidente saliente ya adelantó en su discurso de reconocimiento de la derrota.

“Vamos a cooperar y esperamos que todo salga bien, y seguiremos defendiendo nuestras propuestas de cambio para el país, que siguen siendo válidas”, fue palabras más palabras menos lo que planteó. Con desayuno en la Casa Rosada incluido. Con lo cual le deja poco espacio a Alberto para que juegue a no cooperar, a la ruptura ya la tabula rasa para empezar de nuevo, o como dijo antes de la votación, para “nunca más volver a hablar con Macri”, otra boutade que no parece haberle caído bien a los votantes.

Claro que Alberto tampoco podrá cumplir la promesa que hizo en esta campaña, que no se dedicaría a echarle la culpa a su predecesor si no a solucionar los problemas. Inevitablemente tendrá que cargar las tintas sobre la herencia recibida, como ya empezó a hacer en su discurso de festejo. Pero no podrá evitar que se haga visible que sus problemas de gobierno no sólo se originan en cosas que Macri hizo mal, sino también en cosas que hizo bien, y que estas son tan o más difíciles de procesar y dejar atrás como aquellas.

Macri también se refirió en su discurso de despedida a lo que logró su gobierno y no va a ser fácil olvidar ni borrar. Para empezar por lo más obvio: las obras van a seguir ahí por largo tiempo. Muchos podrán decir, pragmáticamente, como ha sucedido en la Villa 31, que no era lo que pedían, preferían más consumo antes que un barrio más decente, mejores viviendas, servicios públicos y seguridad. La cotidianeidad pesa más que el largo plazo o los bienes públicos para muchos votantes. Pero igual los cambios en ese y otros barrios no van a desaparecer. Respecto a lo que les dio en su momento el kirchnerismo, una villa en cuatro pisos, que Cristina celebró como “el progreso que ellos podían esperar”, hay una diferencia. Una que al menos a Rodríguez Larreta sí le rindió.

Macri también se refirió a una vida pública más decente, terreno en el que Cambiemos logró cambios importantes, como la ley del arrepentido, la transparencia en las licitaciones de obra pública, en la compra de medicamentos, el desplazamiento de jueces impresentables y otros cambios que imponen una vara a la que las nuevas autoridades tendrían que adaptarse. ¿O no?

A los acusados de corrupción les encantaría borrar todo eso, hacer como si nunca hubiera sucedido. Pero va a ser difícil gestionar y satisfacer ese deseo. Podrían intentar volver inocua la ley del arrepentido, con reglamentaciones que traben su aplicación, pero también una jugarreta disimulada como esa tendría un considerable costo, porque difícilmente se logre disimular la nostalgia por un orden en que la impunidad y los pactos de silencio entre mafiosos y corruptos estaban garantizados.

Será difícil para el Frente de Todos tirar el bebé con el agua sucia. Machacar con los errores y las deficiencias del gobierno que se va, para poder no sólo disimular, sino hacer olvidar e incluso desandar cambios que incomodan no va a ser un trámite sencillo. Y también será difícil lidiar con el agua sucia, que hay mucha y viene de largo.

No conviene subestimar a la sociedad. Ella quiere equilibrios y moderación. Lo probó una vez más, salvando del abismo a Juntos por el Cambio, para que haga el trabajo de control frente al peronismo de nuevo gobernante, y muy poco renovado. Es cierto que en estas elecciones ha quedado en suspenso eso de que “la gente no va a votar ladrones”. Parece que a veces, en muy malas condiciones económicas, sí, muchos pueden votarlos. Pero tal vez sea exagerado asumir que eso habilitará cualquier cosa.

Aunque a muchos votantes hoy parece que no les importa demasiado ni la corrupción, ni la evaluación de resultados educativos, ni el ahorro en las compras y contratos públicos, borrar todo eso no tiene asegurada la indiferencia pública. Pronto se someterá a prueba de nuevo esa indiferencia: si la vicepresidente electa fuera condenada en alguna de sus muchas causas, ¿la ciudadanía tolerará que el Congreso la siga protegiendo y evitando que la detengan?; y si las causas empiezan a caer, los arrepentidos se vuelven a arrepentir y las demás pruebas desaparecen, ¿Alberto Fernández podrá evitar el desprestigio y la rabia? No parece haber en la región país alguno en que algo así sea fácil de procesar, mucho menos cuando los gobiernos no tienen otros logros compensatorios que ofrecer y el que viene difícilmente los tenga por mucho tiempo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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