Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

Libros

03-08-2003

Otra grieta en la pared

Capítulo II

El objetivo del poder es diseminar la desconfianza entre la sociedad disidente para anularla, bloquearla, sacarle energías y facilitar su dominación. Las dictaduras cuidan la acumulación y preservación de su poder mediante la siembra de la desconfianza. Es por eso que la construcción de la democracia es también la construcción de la confianza entre los cubanos.

2. La verdad y la mentira

La dictadura es un tipo de régimen político en el que el pueblo tiene el poder pero no lo ejerce, porque para el pueblo el poder siempre está disponible. Nada se le puede oponer a un pueblo rebelado. No hay aparato represivo que sea capaz de frenar una acción colectiva masiva y unitaria de la sociedad civil. Pero las dictaduras que se consolidan son las que tuvieron éxito en disuadir y aislar los brotes de oposición colectiva.

Quienes viven bajo una dictadura toleran una cierta degradación de sus derechos y, por lo tanto, aceptan una rebaja de su dignidad humana. Aceptan no participar en las decisiones públicas con pensamiento propio, aceptan integrar organizaciones en las que no participarían si no se sintieran presionados, aceptan mentir muchas veces sobre sus opiniones públicas, aceptan manifestar apoyos que no son sinceros, aceptan que la escuela enseñe a sus hijos ideas e historias en las que muchos de ellos no creen. En fin, aceptan vivir en la mentira. La paradoja es que ellos mismos se convierten en víctimas individuales de su propia forma de acción colectiva. La actitud pública que ellos tienen como ciudadanos del régimen socialista cubano es la actitud que impide que cada uno se desarrolle plenamente como individuo. Son sus propios carceleros, porque ellos tienen la llave para salir pero no la usan.

En Cuba, los periodistas libres, y toda la sociedad cubana disidente, son islas de libertad que se juntan hasta formar un archipiélago. Con su actitud individual rompen la cadena del consenso de la dictadura. No manifiestan si no están de acuerdo, no votan si no están de acuerdo, no dicen lo que no piensan, no repiten lo que no creen. Dicen y viven la verdad, y se niegan a ser cómplices de la mentira que constituye casi la primera institución política del régimen, como ocurre con cualquier dictadura. Así como la mentira es la principal arma de defensa de las dictaduras – posiblemente más que la fuerza –, la verdad es la principal arma para derribarlas. Fidel Castro sostiene que el embargo bloquea el desarrollo económico de Cuba. Fidel Castro sostiene que todo el pueblo lo apoya y eso se demuestra con las votaciones y manifestaciones masivas. En Cuba hay una plena equidad social, sostiene Fidel Castro. Estas mentiras estructurales son repetidas por todo el sistema de poder cubano, hasta por el último Comité de Defensa de la Revolución (CDR) en el pueblo más pequeño del territorio.

El disidente soviético y Premio Nobel de Literatura Alexander Solzjenitsin escribió su manifiesto más conocido el 12 de febrero de 1974. No se puede vivir en la mentira era el título de la proclama en que convocaba a los soviéticos a decir la verdad porque, si esa sola actitud individual se hacía colectiva, el régimen temblaría.

“¡No estamos dispuestos a dispensar nuestra colaboración personal a la mentira! Aunque la mentira cubra todo con su ponzoña, aunque la mentira reine por doquier, nosotros no claudicaremos. Aseguremos, de todos modos: ¡No dominará con mi ayuda!”
El disidente pidió a los moscovitas que no fueran a manifestaciones contra su voluntad, que no repitieran como verdaderas ciertas frases y sentencias en las que no creían, que abandonaran toda reunión donde el orador mintiera o hiciera “propaganda descarada” y, entre otras acciones de sinceramiento, que no se comprara la prensa “en la que la información esté amañada falsamente o se escamoteen hechos fundamentales”. Al día siguiente, Solzjenitsin fue detenido y luego desterrado.
Al describir la caída de la dictadura comunista checoeslovaca, el disidente Vaclav Havel descubrió cuán central era sostener la mentira para el régimen:

“La experiencia de mi país fue muy sencilla: cuando la crisis interna del sistema totalitario se hace profunda hasta tal punto que ya para todos es obvia, y cuando un número cada vez mayor de personas aprende a hablar en un lenguaje propio y a rechazar el lenguaje charlatán y mentiroso del poder, la libertad ya está muy cerca, casi al alcance de la mano. De repente, salta a la vista que el ‘monarca está desnudo', y el misterioso resplandor de la palabra libre y del comportamiento libre resulta ser más fuerte que el más poderoso ejército, que la policía, o que la jerarquía del partido, más decisivo aún que la destrucción sistemática y centralizada de la economía, o que los centralizados y avasallados medios de difusión, principales responsables de la propagación del mentiroso lenguaje de la utopía oficial.”

En Cuba hay personas que siguen el camino trazado por Solzjenitsin y descripto por Havel. Hay mujeres y hombres libres que no se someten, o que se han rebelado después de formar parte de las estructuras del poder totalitario. Y su acto más radical de libertad, en el contexto en el que viven, consiste en el simple hecho de decir la verdad, que quizás es lo primero que todos los padres del mundo intentan asegurar a sus hijos.


Esto debería ser contado por medio de imágenes, pero la seguridad del Estado me madrugó un martes. A las 7 de la mañana tocó mi puerta un oficial de migraciones, acompañado por un policía de civil, y sobre mi cama comenzó un interrogatorio. Durante el día, ya instalado en una cárcel para extranjeros del Ministerio del Interior, en el barrio Vedado, tuve cuatro largos interrogatorios más. Y me sacaron todo el material audiovisual que había acumulado en mis entrevistas. Por lo tanto, deberán creerme. Contaré con palabras las imágenes que tomó mi cámara y transcribiré textualmente los ricos testimonios que recogí de los periodistas independientes. Antes de viajar a Cuba había grabado entrevistas telefónicas con la mayoría de ellos, a los que luego conocí y visité en sus casas. Existía la posibilidad de que me sacaran todo el material y por eso preferí llegar a Cuba habiendo recogido ya todos los testimonios.


Mi inmersión en el periodismo independiente cubano resultó tan inesperadamente profunda que incluyó largas conversaciones con los oficiales de la Seguridad del Estado. Durante mi detención estuve cara a cara con los mismos oficiales que interrogan habitualmente a los periodistas in dependientes. Ellos no se identifican, lo hacen con seudónimo o con nombre falso. Están en guerra, con “mentalidad de fortaleza sitiada”, como pretenden que esté toda la sociedad cubana. Mientras esperaba en una camioneta del Ministerio del Interior que me llevaría a la cárcel, un oficial de civil se acercó a los dos que estaban más próximos a mí y los saludó diciendo: “Estamos rodeados y no precisamente de aguad”. Mi ínfima experiencia carcelaria no tuvo ningún punto de comparación con la que viven los disidentes, pues es imposible para un extranjero sentir y sufrir lo que el régimen tiene preparado para ellos. El único parecido fue que, apenas por un día, probé el agua con azúcar que intenta representar un desayuno.
Durante mucho tiempo el encargado de vigilar la prensa independiente en La Habana se hacía llamar Aramis, y los dos oficiales de la policía política que me interrogaron decían llamarse Ernesto, de algún modo para degradarme – como argentino que hace contacto con elementos contrarrevolucionarios-, frente a ellos que son fieles herederos del argentino Che Guevara. Incluso uno de ellos duplicó su cubanía revolucionaria y firmó mi declaración con el siguiente nombre: Ernesto Nacer Martí. Me preguntaron mi opinión sobre el Che y no me animé a decir lo que pienso. Si hubiera sido un poco más valiente les hubiera contestado que no fue demócrata, ni fue un pacifista, y por lo tanto no me parece un modelo. Matar para imponer las ideas me parece una actitud fascista y lamento que el Che sea un icono universal, incluso en las manifestaciones pacifistas de cualquier gran ciudad del mundo. Además, el Che fue un inspirador decisivo de miles de latinoamericanos que ingresaron a la lucha armada, y esa no fue precisamente una decisión política democrática, sino más bien todo lo contrario. Sería revelador para muchos mitificadores del Che ver cómo su historia es ejemplo para los jóvenes estalinistas de la Seguridad del Estado cubana. En esas pocas horas de encierro pude comprobar algo que me dijeron sobre la policía política varios periodistas en las entrevistas, pero me costaba entender: “Son iguales a nosotros, pero malos, muy malosd” . Uno de los más relevantes nuevos periodistas cubanos, me dijo:
“Con Aramis tenemos vidas paralelas. Cuando yo estoy ingresando a la prensa independiente, Aramis también está iniciando su carrera como oficial de calle. Yo iba avanzando mi carrera por un lado y Aramis también iba avanzando por la suya, tengo entendido que hoy es de la sección de Seguridad del Estado que tiene que ver con los periodistas independientes, eso es lo que puedo aportarle. Hay muchas historias mías y de Aramis. [...] Siempre hay un contrapunto. [...] No sé si se acordará de la novela Los miserables, el contrapunto entre el protagonista y el policía, y hay hasta comportamientos psicológicos bastante similares. No sé si ganaré yo, pero sí que valió la pena luchar.”


Según el periodista libre Jesús Álvarez Castillo, Aramis fue el cerebro principal de los sucesos que en Ciego de Ávila terminaron el 4 de marzo de 2002 con una decena de militantes de los derechos humanos, entre ellos dos periodistas independientes. La policía política mantiene con estos periodistas lo que se denomina en el idioma político-policial cubano “conversaciones de intereses” . Esta charla amigable que sufren los periodistas puede consistir en inesperadas visitas al domicilio o en una citación al cuartel sin explicación alguna. Se trata de hablar sobre lo que les convendría hacer para no tener problemas, y dan suficiente información como para que el periodista no tenga dudas de que su vida privada está vigilada.
También está controlado todo el cuerpo diplomático, en primer lugar por su propio personal de origen cubano, al que se debe contratar en una agencia estatal específica. Un caso interesante sobre la omnipresencia del régimen es el de la sede diplomática de los Estados Unidos. En ese lugar es donde la mayoría de los periodistas independientes accede a Internet. Pero allí no son atendidos por ningún funcionario estadounidense, sino por empleados de nacionalidad cubana contratados a esa agencia estatal, y por lo tanto personal seleccionado.
Los periodistas independientes tienen la certeza de que todos esos empleados, por presión o por vocación, son informantes de la policía política. Los periodistas, además, son activos trabajadores en un país donde uno tiene la impresión de que es muy poco lo que se trabaja. Incluso, son cada vez menos los que trabajan. En los últimos meses, por ejemplo, el gobierno cerró la mitad de los ingenios azucareros de Cuba por baja productividad. El drama cotidiano del transporte público hace incierta la llegada al centro de trabajo, y allí suele haber pocos estímulos para el esfuerzo. Los reporteros libres, en cambio, parecen tener cada día más trabajo. A veces, entre alertas por la violación a los derechos humanos y artículos más largos, escriben doce notas en una sola semana.
Estos periodistas independientes son hombres libres en su conciencia y frente a la humanidad, pero en Cuba son presos ambulantes. Ocasionalmente pueden estar en la calle, pero violan las leyes que impone el dictador y la policía lo sabe. A ratos los toleran, a ratos los persiguen. Las estrategias represivas varían y tienen el tacto especial y la adecuación al caso específico de quien maneja todas las palancas del poder. Existen las grandes condenas y el pequeño acoso, como multar a un periodista por dormir en la casa de su novia, que no es su “residencia oficial”.
La dictadura combate toda comunicación que no proceda de ella, e intenta cortar ese proceso en cualquiera de sus etapas: detienen o maltratan de alguna forma cubierta o encubierta a los periodistas, les roban sus elementos de trabajo, los trasladan cientos de kilómetros, cortan sus líneas de comunicación, castigan a las fuentes informativas y a los extranjeros que hablan con ellos y los apoyan. Pero los periodistas no se esconden, ni hacen nada clandestino. Cuando usan el teléfono o el fax saben que no están solos, que alguien escucha detrás de la línea, y no por eso reducen su crítica.


Varios me mostraron desde la ventana de sus casas cuáles eran los “chivatos”, aquellos informantes constantes de su vida cotidiana. Algunos me lo decían con certeza y otros no tanto. “Nosotros creemos que es esa señora, que avisa a aquella otra que es la que tiene el contacto con la policía política, pero puede ser algún vecino que no me imagine”, dijo un periodista en una de las ciudades del interior de Cuba. En sus publicaciones aparecen sus datos personales, firman con nombre y apellido, dan su teléfono y dirección a quien se lo pida y en sus ocasionales videos se muestran de cuerpo entero. “Nuestra forma de conspirar es hacer todo público”, dijo uno de ellos. No se ocultan. Como escribió Andre Sajarov, disidente soviético, “como no tengo nada que ocultar, me limito a pasar por alto a nuestro ejército de sombras muy bien pagadas”. Son libres y además valientes. “El periodista independiente, el que asume esa posición de verdad, es un valiente, es un valiente porque nos estamos jugando, como decimos aquí los cubanos, de diez a veinte años todos los días”, sostiene una de ellas.


Los periodistas saben que hay leyes elaboradas contra ellos, cuya existencia es un reconocimiento público de que comenzaron a molestar al régimen. La sanción de la ley 88 (Ley de Protección de la Independencia Nacional y de la Economía de Cuba), en marzo de 1999, fue dirigida especialmente a ilegalizar su trabajo. El periodista Víctor Arroyo aseguró que, en el texto de esa ley, sólo faltaba la lista de periodistas para detener. Cuando el régimen se decidió a usar esa ley, cuatro años más tarde, el nombre de Arroyo figuró en los primeros lugares de la lista de condenados, con veintiséis años de prisión.


En esa ley se previeron varios años de cárcel (hasta veinte) por colaborar con un medio extranjero, y como no hay un solo medio oficial cubano que les publique o difunda, todos los periodistas libres trabajan con medios extranjeros. Pero ellos lo siguen haciendo a la luz pública, sin ocultarse. María Elena Alpízar, periodista libre de 61 años, le dijo a un oficial de la policía política: “No me tenga miedo, el miedo en todo caso lo tendría que tener yo”. Cada vez que termina de leer su nota a Radio Martí, que es escuchada en toda la isla, dice: “Desde Placetas, en la región central, María Elena Alpízar Ariosa”.
La ley 88 fue sancionada catorce meses después de la visita del papa Juan Pablo II a la isla. La estrategia represiva del régimen parece estar condicionada en primer lugar por necesidades internacionales, así que cuando el Papa abandonó Cuba, el dictador se sintió con las manos libres para acentuar otra vez una represión que en los meses previos había suavizado. Pero hay quien dice que es una ley que nació derrotada, como Víctor Arroyo, periodista libre en la provincia de Pinar del Río:
“Lo único que faltó en esa ley fue un listado de los periodistas independientes y su dirección, pero yo creo que ya para ese momento el régimen había perdido tiempo, había perdido un precioso tiempo porque la prueba fue que tras esa ley, sencilla y llanamente, lo único que pasó fue que aumentó el número de periodistas independientes, aumentaron el número de sus reportes y la calidad. Yo recuerdo que durante aquellos días, el entonces director de Radio Martí, el señor Tejera, hizo toda una serie de programas y de verdad que aquello fue fantástico, cómo creció toda la actividad del periodismo que se mantiene. Los periodistas independientes hay veces que nos acordamos de esa ley cuando algunas personas como usted o alguien nos la menciona, pero sencillamente trabajamos con una tranquilidad asombrosa dentro del país. Yo, en particular, casi nunca me acuerdo de ella. Los oficiales políticos del régimen hablan de ella constantemente en los interrogatorios y demás. Pero lo que pasa es que es tan evidente la información que nosotros damos, es tan comprometedora para el régimen, es tan real que el régimen la diseñó y la edificó fuera de tiempo. Ya era tarde.”
Incluso, a veces son matrimonios, y hasta familias enteras, que viven esa libertad a un precio temible, pues la dictadura cobra caro el desafío. El gran dilema de la ruptura parece ser que para estar de acuerdo con la propia conciencia hay que ponerse al país en contra. Hay periodistas oficiales que piensan en convertirse en independientes y éstos les sugieren que lo piensen bien pues pueden descarrilar sus vidas. Muy pocos conservaron su empleo. Muchos de ellos son ignorados por los vecinos, y a veces repudiados. Varios de sus hijos tienen problemas en sus escuelas, y el régimen siempre ha dicho que “la universidad es para los revolucionarios”, por lo que es un territorio de difícil acceso para los que cruzaron la línea.
El matrimonio de periodistas libres formado por Mario Mayo y Maidelin Guerra, creador de la agencia periodística Félix Varela, en Camagüey, ha decidido no tener hijos hasta que el sistema no pueda usarlos como método de presión, y esperan ansiosos la caída del régimen para concebir. Según el registro de Reporteros sin Fronteras, durante el año 2000 hubo treinta y nueve detenciones, treinta durante el 2001 y casi cuarenta durante el 2002. Uno de los elegidos este último año fue el propio Mario Mayo. Unos días después de que Mario publicara información sobre la policía política, una vecina lo acusó ante el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de su cuadra de haber estado gritando en su casa contra el régimen. Lo amenazaron por “usurpación de funciones públicas” porque ejercía el periodismo sin título universitario. A veces las detenciones momentáneas incluyen a los hijos, como en el caso de la periodista Milagros Beatón, de Santiago de Cuba, quien fue citada junto a sus hijas de 10 y 13 años.
La policía secreta intenta infiltrar a las agencias de prensa. Durante 2002, en una de las agencias periodísticas des- cubrieron que una de sus jóvenes periodistas tomaba anotaciones sobre diálogos privados y hacía preguntas que no parecían necesarias. Simplemente anunciaron en una de sus reuniones semanales que no iban a continuar con la agencia, y siguieron reuniéndose sin avisarle. Quien me narró el episodio no tenía resentimiento contra la informante pues decía que seguramente la policía política había encontrado alguna forma de presionarla, algo que en el actual sistema totalitario muy fácil.
Otras veces la Seguridad del Estado reprime mucho a algunos periodistas y a otros no los molesta para nada, para generar dudas entre ellos. Algunos me han dicho que prefieren trabajar sólo con sus familiares para evitar las infiltraciones. El objetivo del poder es diseminar la desconfianza entre la sociedad disidente para anularla, bloquearla, sacarle energías y facilitar su dominación. Las dictaduras cuidan la acumulación y preservación de su poder mediante la siembra de la desconfianza. Es por eso que la construcción de la democracia es también la construcción de la confianza entre los cubanos.

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LARGAS CONDENAS A PERIODISTAS INDEPENDIENTES EN CAMAGÜEY
08/04/2003

Por Ramón Armas Guerrero / El Mayor Camagüey, (NPC).-_ El juicio sumario celebrado el pasado jueves 3 de abril contra los periodistas Normando Hernández González, director del Colegio de Periodistas de Camagüey; Mario Enrique Mayo , director de la agencia de prensa Félix Varela; Alejandro González Raga, periodista independiente camagüeyano y Alfredo Pulido López, periodista de la agencia de prensa El Mayor, estos dos últimos miembros del Comité Ciudadano Promotor del Proyecto Varela en Camagüey, culminó con sanciones que oscilan entre 14 y 25 años.
A la vista oral sólo le fue permitida la entrada a los familiares y se dio a conocer la identidad de Otuardo Hernández Rodríguez, agente de los órganos de la inteligencia, hasta ese momento delegado en Camagüey del Partido Pro Derechos Humanos, quien laboró de manera encubierta dentro de los grupos de oposición, testificando a favor de la fiscalía e incriminando a los acusados.
Durante el desarrollo del juicio, los abogados de la defensa trabajaron con profesionalidad y maestría, logrando reducir algunas condenas, no obstante, las autoridades comunicaron al siguiente día a los familiares los veredictos que siguen: para Normando Hernández González, 85 años de cárcel; Mario Enrique Mayo , 80 años; Alejandro González Raga, 14 años y Alfredo Pulido López, 14 años.
En los registros practicados en los domicilios de los encartados, las autoridades decomisaron libros, materiales didácticos y noticiosos, equipos de fax, radios, grabadoras, cámaras fotográficas y de video, medicinas, vales de entrega de dinero de la Western Union.
El proceso judicial que comenzó a las 9 a.m. y terminó a las 8 p.m. estuvo matizado por la solidaridad de un nutrido grupo de amigos que permaneció durante todo el tiempo, en los alrededores de la instalación. Al momento de redactar esta nota, se desconoce el lugar donde extinguirán las sanciones los cuatro periodistas camagüeyanos.

Nueva Prensa Cubana (www.nuevaprensa.org) / Reportó desde Camagüey, Ramón Hugo Armas Guerrero / E1 Mayor.

Fernando J. Ruiz
Fernando J. Ruiz
Consejero Académico
Doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra y Licenciado en Ciencias Políticas, Universidad Católica Argentina (UCA). Profesor e investigador tiempo completo de Periodismo y Democracia e Historia de la Comunicación en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral (Argentina). Es autor de los libros “Las palabras son acciones: historia política y profesional del diario La Opinión de Jacobo Timerman, 1971-77”, “Otra grieta en la pared: informe y testimonios de la nueva prensa cubana”, “El señor de los mercados. Ambito Financiero, la City y el poder del periodismo económico”. Es el presidente del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).
 
 
 

 
 
 
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