Derechos Humanos y
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14-07-2003

LULA EN EL PODER: ALGUNAS NOTAS SOBRE COALICIONES Y REFORMAS EN BRASIL

Apenas tomó el bastón de mando, ''Lula'' impulsó un programa económico ortodoxo. Esto le facilitó, en igual medida, una imagen positiva en los mercados como severas críticas en la coalición que lo condujo al poder. Sin embargo, la necesidad de encarar profundas reformas, llama la atención sobre la importancia de sostener una sólida coalición de gobierno.
Por Santiago M. Alles y Matías Franchini

Jueves 10 de julio de 2003.

Luego de varios intentos fallidos de acceder a la presidencia brasileña, finalmente, Luiz Inacio "Lula" da Silva, sindicalista formado en la oposición a la dictadura militar y fundador y líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT) a fines de los '70, derrotó en dos vueltas al candidato oficial, José Serra, concretando en las urnas las tendencias electorales que por meses habían indicado, más allá de fluctuaciones propias del mismo proceso, las encuestas de opinión. La sola posibilidad de que este líder de acreditadas ideas de izquierda accediera al poder en el país más importante de la región atemorizaba profundamente a numerosos actores políticos y económicos, principalmente a los representantes financieros internacionales, motivo por el cual, a medida que Lula se acercaba a la presidencia, sumado al creciente fantasma de la deuda publica, se fueron deteriorando las variables económicas de mayor volatilidad. Sin embargo, apenas tomó el bastón de mando, el presidente brasileño impulsó un programa económico ortodoxo, dirigido a recuperar la credibilidad de los mercados y evitar el camino que Argentina recorrió durante 2001. Este programa logró lo impensable y Lula se transformó, de la noche a la mañana, en el nuevo niño mimado de la comunidad internacional, tanto política como económica.

Este brusco cambio de expectativas se tradujo en una equivalente reversión de las tendencias mostradas por los indicadores económicos referidos a deuda y moneda. En particular, las razones concretas para el desempeño brasileño en el mercado financiero son varias: el ímpetu de la inflación logró ser refrenado y sigue cayendo, a fuerza de una tasa de interés alta (que, luego que fuera reducida por el Banco Central, en la ultima semana de junio, a un 26%); la adopción de políticas ortodoxas conquistó a los inversores internacionales, y las empresas nacionales recuperaron las líneas de crédito; el saldo comercial en los últimos 12 meses ha sido sumamente positivo, con saldos que rondan los 16 mil millones de dólares; la adopción de un fuerte ajuste fiscal para obtener un superávit público primario (léase, sin incluir pago de intereses de deuda pública) equivalente al 4,25% del producto bruto interno ha sido vista como un acto de responsabilidad; entre otras. No obstante, las decisiones más ambiciosas pasan por el programa de reformas de los sistemas financiero, jubilatorio y tributario, el que ha avanzado más rápido de lo que se esperaba. Por un lado, en los primeros días de abril, Lula obtuvo su primera gran victoria cuando el Congreso brasileño aprobó una enmienda constitucional que allanaba el camino para otorgarle mayor autonomía operativa al Banco Central, frente a lo cual los inversionistas reaccionaron con optimismo, al considerar que tal medida demuestra el compromiso de Lula con una política monetaria y fiscal de mercado; la consecuencia más tangible fue la caída de la prima por sobre los bonos del Tesoro estadounidense por debajo del 10%. Por otra parte, con la aprobación de la enmienda del Sistema Financiero para enviar al Congreso en el bolsillo, el gobierno de Lula encaró con decisión las negociaciones para obtener las reformas previsional y tributaria.

Sin embargo, en este punto el liderazgo de Lula se verá puesto a prueba, al momento de disciplinar a la coalición que lo condujo al poder, en especial a los sectores más extremistas de la misma. El sistema político brasileño posterior a la democratización de mediados de los '80 ha presentado características sumamente distintivas respecto a los demás países de la región. Entre 1985 y 1994, tal como señala Scott Mainwaring(1), la combinación de fragmentación extrema del sistema de partidos, débiles disciplina y lealtad partidarias, presidencialismo y federalismo fuerte, fueron factores que impidieron a los gobiernos democráticos alcanzar la estabilización y la reforma del Estado; estas características institucionales limitan la medida en que los presidentes pueden implementar reformas de fondo. La experiencia reciente ha indicado que los presidentes brasileños gozan de una breve "luna de miel" en la que, por lo general, sus iniciativas son apoyadas por la amplia mayoría del espectro de actores políticos, siempre que logre sostener una coalición legislativa eficaz y obtenga tempranos resultados positivos; Mainwaring considera que esta ha sido la clave que ha diferenciado los fracasos de Sarney y Collor de Melo respecto al éxito logrado por Cardoso.

El sistema institucional brasileño, según señala José A. Guilhon Albuquerque(2), conduce a una doble mayoría, una presidencial y otra en el Congreso, que no siempre coinciden y que se disputan la representación del electorado. Mientras el Ejecutivo tiende a buscar el sustento electoral en las clases media y popular de los grandes centros urbanos, la base electoral de gran parte de los legisladores proviene de pequeños centros de población o de intereses corporativos. Así la formación de una base de poder para asegurar la gobernabilidad y la marcha de las reformas debe surgir de la voluntad de los líderes, especialmente del presidente electo.

El diseño institucional brasileño presenta, tal sus notas más relevantes, un marco difícil para la realización de reformas, motivo por el cual Lula se encuentra frente al desafío de conservar una coalición eficaz para la aplicación de sus políticas de gobierno. No obstante, las medidas económicas tomadas han generado no sólo alabanzas por parte de la comunidad internacional sino, por el contrario, también severas críticas por parte de relevantes actores políticos internos a la coalición que lo condujo al poder, motivo por el cual comienza a ser puesta a prueba la capacidad del presidente de mantener disciplina en sus filas. De un lado, en el Congreso deberá contener a las figuras más radicales de su propio partido, motivo por el cual ya ha dado señales de indudable significación: "Reconozco el derecho de los compañeros a hablar las bobadas que quieran, pero cuando la decisión es tomada por la mayoría, todos tienen que cumplirla". En este sentido, estos legisladores no son un desafío relevante por su número sino, principalmente, por su significación simbólica, como lo es también la decreciente relación mantenida con el Movimiento sin Tierra (MST) que, si bien no se encuentra vinculado ya al trámite legislativo, fue uno de los aliados que incluyó Lula en su coalición original. También el movimiento sindical, otro aliado histórico de Partido de los Trabajadores, esta expectante con respecto a la marcha del gobierno de Lula. Por otra parte, si bien la dura actitud tanto hacia los sectores más ortodoxos del PT como hacia el MST quizás conduzca a la fuga de los sectores extremos y consolide el gobierno con el apoyo del centro político, la decisión de sostener las principales medidas de política económica tomadas desde los primeros días de gobierno a pesar de las críticas recibidas ya dio lugar a la ruptura con el veterano líder de la centroizquierda brasileña Leonel Brizola (PDT, Río de Janeiro) quien anunció el retiro de su partido de la coalición de gobierno al sostener que Lula "no está cumpliendo con el pueblo".

Estos hechos son una clara evidencia de la acumulación de fuertes tensiones en el escenario político brasileño, consecuentes con la toma de duras medidas económicas, dirigidas ellas a contener la inflación y a lograr resultados fiscales que mejoren la credibilidad brasileña en los mercados financieros internacionales. Sin embargo, más allá de estas dificultades internas a la coalición, la posición política de Lula dista mucho de ser crítica aun, en particular gracias a la capacidad mostrada para ganar el apoyo de nuevos sectores. Las bases políticas del gobierno, en tal sentido, se han visto vigorizadas por el aporte de dos nuevos aliados: el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), de centro, y el Progresista, de derecha. Esta reformulación de la coalición oficial, en la práctica, parece brindar una gran fortaleza al gobierno de Lula, dado el peso que en el Congreso tiene el partido comandado por el ex presidente Sarney (1985-1990): el PMDB es el primer bloque en el Senado, donde tiene 22 legisladores, y el tercero en Diputados, con 68 bancas. Esta base legislativa, pieza clave para eludir cualquier dificultad derivada de la fuga de algunos sectores del propio partido y del PDT, reabre las oportunidades de conducir el proceso de reforma planeado desde el Poder Ejecutivo.

Ahora bien, ¿cuál es la fisonomía política que tiene que tener la coalición de actores sobre la que se asienta el gobierno para poder ser llevado a cabo un proceso de reformas estructurales? Estudiando las reformas estructurales llevadas a cabo en la región en los últimos años, Juan C. Torre (3)  distingue dos niveles de análisis, entre sí complementarios, al momento de evaluar las perspectivas que los gobiernos reformadores tienen de conservar su capacidad de manejar y concluir el proceso político iniciado. Por un lado, destaca que el Ejecutivo no sólo debe tener poderes formales adecuados sino, a un mismo tiempo, debe disponer de un espacio político suficiente, determinado ya por una situación de profunda crisis que amplía la capacidad de acción del Ejecutivo frente a una oposición intimidada por la situación, ya por una estable y disciplinada colación legislativa que no obstaculice el proceso de toma de decisiones, ya por una combinación de ambas. Por otro lado, las reacciones sociales se encuentran vinculadas, en términos generales, con los efectos (beneficios y pérdidas) que tienen las medidas de reforma sobre la posición de los grupos en la estructura socioeconómica, aunque este vínculo se encuentra matizado por el contexto macroeconómico en que se lanzan las reformas, por la capacidad del gobierno para intercambiar recursos de patronazgo por no-obstrucción de los sectores moderados y para aislar a los opositores duros, y por la capacidad de los opositores para construir una variante alternativa.

En este contexto, las perspectivas del gobierno de Lula para administrar un proceso de reforma estructural deberían ser analizadas en estos términos. Desde la perspectiva de la acción de gobierno, si bien el Ejecutivo brasileño posee amplias atribuciones legislativas, depende (al menos) de la aquiescencia del Congreso, en el cual se ven representados fuertes poderes sólo sensibles al patronazgo, a la vez que no se percibe un escenario de crisis como fue el vivido por la fractura final del modelo Estado-céntrico en los '80. Sin embargo, el gobierno se ha mostrado muy hábil al momento de sostener la colación oficial: al mismo momento que perdía el apoyo del PDT de Brizola, lograba el apoyo del PMDB de Sarney. La base legislativa del gobierno parece sólida, aunque la dinámica de la relación inter-poderes que surge del marco institucional, demandará al presidente y a su entorno, un estado de casi permanente negociación. Desde la perspectiva de las resistencias que la toma de medidas de ajuste puede generar, Lula cuenta con la ventaja de tener el fácil entendimiento que los líderes de origen populista tienen con las corporaciones, especialmente con la sindical en su caso particular, aunque, probablemente las mayores críticas al impulso reformista provengan de estos sectores. Así, pareciera que el éxito de Lula ha de estar basado en su capacidad de conservar una colación legislativa disciplinada, de intercambiar recursos de patronazgo por apoyo político con los gobernadores estaduales y de aislar adecuadamente la protesta que pueda generarse entre sus propias filas.

La historia contemporánea indica que para que Lula, como titular de la mayoría presidencial, encause exitosamente el programa de reformas, deberá necesariamente contar con el apoyo del Congreso Federal, titular de una mayoría distinta. Para lograr esta base de gobernabilidad, el presidente deberá resignar ciertos principios y políticas históricas del PT, y sacrificar o por lo menos aplazar, la satisfacción de los intereses de ciertos sectores tradicionalmente cercanos a su partido. Los presidentes brasileños han oscilado entre dos polos, según sostiene Mainwaring; dominan el poder de toma de decisiones pero cuando se erosiona su base política no pueden implementar grandes reformas, ya que si bien la Constitución reconocer poderes formidables al presidente, este no tiene la capacidad de oponerse por decreto a un Congreso unido en posturas contrarias. Precisamente, el mayor desafío del presidente Luiz Inacio "Lula" da Silva parece estar en lograr resultados tangibles en el corto plazo, para así poder mantener la iniciativa política que le permita avanzar en el proceso de reformas planeado.


(1) MAINWARING, Scott (1997): "Pluripartidismo, federalismo fuerte y presidencialismo en Brasil"; en SHUGART, M. S.; y MAINWARING, S. (Eds.); Presidencialismo y democracia en América Latina; Editorial Paidós; Buenos Aires, Argentina; 2002.
(2) GUILHON ALBUQUERQUE, José Augusto (2003): "Los desafíos del futuro gobierno de Lula"; en Foreign Affairs en Español, Enero- Marzo de 2003.
(3) TORRE, Juan Carlos (1998): El proceso político de las reformas económicas en América Latina; Editorial Paidós; Buenos Aires, Argentina.

* Los autores son licenciados en Ciencias Políticas con especialización en Relaciones Internacionales (UCA, Argentina).

Santiago M. Alles y Matías Franchini
 
 
 

 
 
 
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