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LA LUNA DE MIEL DE KIRCHNER
No quedan dudas: los primeros cien días en funciones, del nuevo presidente argentino, Néstor Kirchner, concluyeron con una nota de dulce éxito. Como ex gobernador de una de las provincias menos pobladas del país, Kirchner comenzó con una pequeña base de apoyo para la política nacional.
Por Mark Falcoff
No quedan dudas: los primeros cien días en funciones, del nuevo presidente argentino, Néstor Kirchner, concluyeron con una nota de dulce éxito. Como ex gobernador de una de las provincias menos pobladas del país, Kirchner comenzó con una pequeña base de apoyo para la política nacional. Ganó la presidencia con un mero 20 por ciento del voto popular (gracias a la decisión del ex presidente Carlos Menem de renunciar, antes que enfrentar una segunda vuelta que le hubiera dado a Kirchner un mandato firme) y era virtualmente desconocido para muchos argentinos hasta hace algunos meses. Aún así, de pronto se ha hecho ampliamente popular - algunas encuestas señalan casi un 80 por ciento de aprobación. Esta figura establece un récord para todas las presidencias argentinas de las cuales haya datos estadísticos; como comparación, en la misma etapa de su término iniciado en 1999, el presidente Fernando de la Rúa tenía apenas un 47 por ciento. Como para subrayar la actual posición del presidente, en las primeras contiendas electorales mantenidas desde su asunción el 14 de septiembre, los candidatos a favor de Kirchner ganaron amplias mayorías en elecciones locales en la tan importante provincia de Buenos Aires y en las elecciones para jefe de gobierno en la Capital Federal (la Ciudad de Buenos Aires).
La ola de popularidad de Kirchner se debe en gran parte a una personalidad segura, e incluso confrontante, y un claro sentido del simbolismo. Durante sus primeros tres meses, el presidente básicamente le ha dicho a los argentinos que está dispuesto a terminar, no sólo con los noventas - asociados con desregulaciones, privatizaciones, y "alineamiento automático" con Estados Unidos en política exterior - sino también con los ochentas. Sus primeras medidas incluyeron virtualmente decapitar al alto mando de las fuerzas armadas y reemplazar a personal de alto rango con oficiales de bajo rango de su propia elección, anular una amnistía a los delitos cometidos por los militares durante la llamada "guerra sucia" contra las guerrillas urbanas a fines de la década de 1970, y purgar a la Corte Suprema de los designados por Menem. En la carrera hacia su asunción, se habló mucho acerca de reestablecer cierta distancia con Estados Unidos y de acercar a Argentina más a sus vecinos latinoamericanos, particularmente Brasil. Tras su asunción, en un viaje a España y Francia, Kirchner asombró a sus anfitriones leyéndoles duras lecciones. En esa ocasión, él (y aún más, su ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Bielsa) acusaron a los inversores extranjeros de obtener ganancias excesivas en su país, re-utilizando una retórica que no se oía de funcionarios argentinos desde hace más de 25 años (Para tener en cuenta, en otra visita a Washington y Nueva York sus observaciones fueron moderadas y bien consideradas.)
Los encuestadores y analistas argentinos - que están dentro de los mejores de América Latina - no pueden decidir qué hacer de lo que llaman el "Fenómeno K". Uno toma a la euforia actual como el típico período de gracia que se le daba a cualquier presidente argentino, o incluso en este sentido, a cualquiera de los presidentes democráticos recientemente elegidos en América Latina. Otros creen que los números de las encuestas reflejan esperanzas y expectativas que más vale que se realicen pronto si se quieren mantener esos números. Incluso otros advierten que su estilo de confrontación, tan popular en la actualidad, le puede dar enemigos en el futuro si las cosas no salen bien.
Es la economía, estúpido
Si bien Kirchner no ha estado dispuesto, aún, a dar a conocer un plan amplio de desarrollo para poner de nuevo al país en funcionamiento, se ha beneficiado indirecta pero materialmente de su predecesor por la devaluación del peso argentino (que antes estaba a la par del dólar y ahora tiene una relación de tres a uno). Las exportaciones más baratas han significado más negocios - la balanza comercial argentina de julio registró un superávit de 1.500 millones de dólares (4,75 por ciento más que el mismo mes del año anterior), y el superávit comercial acumulado del año excede los 10.000 millones de dólares. Sólo los más bajos costos laborales han llevado a la creación de más de 17.000 puestos de trabajo en julio y más de 51.000 en los últimos doce meses. Aún así, los números oficiales de desempleo siguen alrededor del 20 por ciento - virtualmente sin precedentes en la historia moderna de la Argentina.
El único logro económico del que indiscutiblemente se puede jactar el Presidente Kirchner es una dura postura de negociación con el Fondo Monetario Internacional. En un acuerdo anunciado a comienzos de este mes, Argentina logró limitar las demandas del Fondo de superávit fiscal, a 3 por ciento para el resto del año (tras pagar los servicios de la deuda), y el gobierno se aferró firmemente contra las demandas de aumentar los cargos de utilidad o privatizar la banca estatal. También se negó a sacar de sus considerables reservas (13.000 millones de dólares) para pagar los cerca de 3.000 millones de dólares que vencían en septiembre y se libró de tener que pagar 21.000 millones en vencimientos a instituciones financieras internacionales durante los próximos tres años.
Cómo logró Argentina virtualmente torcer al fondo a su gusto, dará mucho material para los historiadores económicos del futuro. Claramente la postura negociadora del país estaba reforzada por su disposición a caer en default - después de todo, el equipo económico de Kirchner parece haber razonado, tras lo que ha vivido el país durante los últimos dos años, que las cosas no podrían ser peor. Y, por supuesto, podría explicarse asumiendo que el FMI haría cualquier cosa para evitar un default. Hay que destacar, sin embargo, que este trabajo recibió información de que el fondo estaba perfectamente dispuesto a que los argentinos no pagaran la deuda; la verdadera presión, según esta fuente, venía del Departamento del Tesoro de Bush.
Cualquiera sea el caso, el acuerdo con el FMI es más significativo por lo que deja afuera que por sus beneficios inmediatos. Si bien Kirchner pudo evitar el default en sus propios términos, el resultado no da el golpe de confianza que el sector privado estaba esperando. Ni, como dijo un comentarista acerca de las notas diarias de Argentina, el discurso político del gobierno ha "ayudado a volver a meter en el ciclo productivo miles de dólares que aún siguen escondidos en los colchones o en cajas de seguridad." Las reglas de juego para el sector financiero aún deben ser establecidas. No está claro, agrega el analista, para qué utilizará el gobierno sus nuevos ingresos (suponiendo que se materialicen) - asistencia social, inversión pública, o pago de obligaciones. "El gobierno ganó tiempo - concluye - lo que aún queda por ver es qué uso le va a dar."
El inesperadamente favorable acuerdo con el FMI puede que también haya fortalecido a aquellos dentro de la administración de Kirchner que quieren continuar jugando duro con la comunidad financiera internacional. En el momento en que se publica este artículo, el ministro de Economía, Roberto Lavagna anunciaba en una reunión de la Organización Mundial del Comercio en Dubai que el país pretendía ofrecer a los tenedores de bonos alrededor de un cuarto de lo que se les debe - en realidad menos, si se toma en cuenta la inflación. Es imposible imaginar cómo esa decisión puede ayudar a reabrir la entrada de las nuevas inversiones tan desesperadamente necesarias para reactivar la economía argentina.
Realineamiento partidario
Desde hace ya varios años, el escenario político argentino ha estado dominado por dos grandes fuerzas - el Partido Justicialista (Peronista) y la Unión Cívica Radical (más comúnmente conocida como Partido Radical). Ambas han estado caracterizadas por un alto grado de disciplina y organización, como así también grandes dosis de personalismo. Ambas se parecen en sus programas - combinando nacionalismo y populismo y ocupando en líneas generales el mismo espacio de espectro ideológico, es decir un centro amplio (pero extendiéndose a la izquierda o a la derecha tanto como sea posible). Como resultado, a los terceros partidos les ha sido históricamente difícil ganar mucho espacio en la Argentina.
Desde el comienzo de la crisis económica de 1999-2000, sin embargo, han surgido tres nuevos fenómenos políticos. El primero es la virtual desaparición del Partido Radical, ciertamente como uno de los principales contendientes del poder. El segundo es la proliferación de fuerzas independientes. El tercero es el surgimiento de políticos de izquierda en un país en el que la izquierda no ha sido un factor significativo por más de cincuenta años.
Los radicales son el partido más antiguo de Argentina y la fuerza democrática más venerable en América Latina. Sin embargo, desde el surgimiento del General Juan Perón en 1946, los radicales raramente han sido capaces de ganar elecciones nacionales, e incluso cuando lo hicieron generalmente era porque los peronistas estaban proscriptos de participar o se abstenían. Las dos presidencias que ganaron en derecho propio, la de Raúl Alfonsín en 1983 y la de Fernando de la Rúa en 1999, fueron interrumpidas por crisis económicas forzando a ambos a renunciar a sus cargos tempranamente. Hoy los radicales tienen una minoría de asientos en las dos cámaras del Congreso y controlan un puñado de gobiernos provinciales, pero ningún observador serio de la política argentina cree que puedan convertirse en nacionalmente competitivos nuevamente en el futuro cercano. Más bien, Argentina parece estar virando hacia un predominio incuestionable de un partido como la única competencia política verdadera realizándose dentro del campo peronista. Característico de este cambio fue la incapacidad de los peronistas de producir un candidato acordado unánimemente para las últimas elecciones presidenciales; en su lugar, en un acuerdo sin precedente, tanto Kirchner como el ex presidente Carlos Menem ambos estuvieron en el ballotage. Los peronistas están comenzando a parecerse al viejo PRI mexicano, un partido "hegemónico" que solía contener todas las tendencias políticas posibles bajo un proyecto, pero con la diferencia fundamental de que - a diferencia de México - en las últimas elecciones, la elección primaria y la general ocurrieron al mismo tiempo.
En el pasado los únicos terceros partidos que pudieron ganar representación en el Congreso argentino fueron los llamados partidos provinciales, principalmente del árido norte y noroeste del país. Este es aún el caso, pero la última carrera presidencial introdujo algunas variaciones sorpresivas. Ricardo López Murphy, un economista, ex ministro, y radical de larga data, ganó cerca del 14 por ciento de los votos como candidato de un partido de su propia creación, RECREAR. Si bien en cuestiones económicas López Murphy es centro derecha, su integridad personal probó ser su cualidad más fuerte. Para sorpresa de muchos, fue apoyado por un número de líderes intelectuales del país, la mayoría de los cuales anteriormente se identificaban con la izquierda. Otro candidato de un tercer partido al que le fue bien (aunque menos de lo que se podría haber pensado un año antes) fue Elisa Carrió, fundadora de un movimiento conocido como Argentinos por una República de Iguales (ARI). Ex reina de la belleza, madre divorciada, y devota católica, la Señora Carrió ganó considerable popularidad a fines de los noventas por sus constantes denuncias de corrupción y favoritismo, aunque parece que llegado el momento de las elecciones los votantes se habían cansado de ella y de su política monotemática. Aún así, para muchos electores - particularmente residentes de las principales ciudades de Argentina - la cuestión de la corrupción se ha hecho más importante que ninguna otra.
Finalmente, uno no puede dejar de sorprenderse por el surgimiento de una fuerte tendencia izquierdista, particularmente en la capital. La reelección de Aníbal Ibarra, un izquierdista independiente, como jefe de gobierno de Buenos Aires el 14 de septiembre - contra una formidable competencia del empresario Mauricio Macri, presidente de un importante equipo de fútbol - subraya el hecho de que la ciudad ya no es un bastión del Partido Radical, como lo fue durante generaciones. (Incluso Macri, que forzó a Ibarra a una segunda vuelta, no es un radical sino un independiente, que en el pasado, al menos, ha tenido vínculos con los peronistas.) Buenos Aires es una de las pocas capitales latinoamericanas que tiene un diario de izquierda serio (Página 12), y una de las pocas capaz de dar lugar a amplias manifestaciones (casi a la escala de Europa Occidental) en protesta de las acciones de Estados Unidos en Afganistán e Irak. El dictador cubano, Fidel Castro, que llegó a la ciudad para la asunción de Kirchner, fue recibido por multitudes exaltadas y fue aplaudido de pie en el Congreso argentino; más tarde habló ante 20.000 personas en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, con uno de los característicos discursos divagantes de dos horas sobre los males de la globalización, y los Estados Unidos, que fue recibido por una atención extasiada y respetuosa. Recíprocamente, el presidente Bush es tan popular en Buenos Aires como en Berlín.
Se puede estar seguros de que Argentina no tendrá un gobierno de izquierda en el corto plazo, si no fuera por otro motivo que ese, la izquierda está dividida en demasiados grupos diferentes. Sin embargo, al tomar las calles en grandes números, la izquierda ha empujado a Kirchner algo más en esa dirección de lo que hubiera ido, al menos retóricamente y en términos de política exterior. Y siempre existe la posibilidad de que Ibarra encuentre la manera de utilizar su intendencia como un trampolín para la presidencia en el 2007. Forzó a los peronistas a apoyarlo a él en lugar de poner un candidato propio en esta última carrera, ¿quién sabe lo que le permitirán hacer las circunstancias en los próximos cuatro años?
Culpando al Gobierno
Argentina es un país nostálgico y ¿por qué no? Su pasado merece ser recordado. En 1914, era el quinto o sexto país más rico del mundo, y su estándar de vida superaba el de Europa Occidental hasta fines de la década de 1950 o comienzos de la de 1960. Durante los últimos cincuenta años, ha venido viviendo en el recuerdo de lo que fue y la esperanza de recuperar las glorias pasadas. Mientras tanto, durante ese tiempo, su ingreso per capita no ha aumentado para nada.
Esto se debe a varios factores, pero probablemente el más importante es la creencia demasiado común de los argentinos de que su falta de prosperidad es culpa del gobierno de turno. Durante décadas, éste ha sido el repetido refrán de peronistas y anti-peronistas, civiles y militares, empresarios y obreros, intelectuales y empleados públicos, izquierda y derecha. Todo gobierno, elegido o de facto, ha llegado al poder anunciando su intención de barrer con todo y comenzar de cero. Sin embargo, de alguna manera, siguen volviendo los mismos problemas. Algunos de ellos, sin lugar a dudas tienen que ver con el difícil posicionamiento de Argentina en el sistema internacional. Esos problemas incluyen al proteccionismo agrícola de Europa y Estados Unidos, descontroladas políticas crediticias de bancos privados y multilaterales (que compran la visión de sí misma de Argentina como un potencial El Dorado), y una ubicación geográfica desfavorable. Pero los problemas más perennes tienen que ver con cómo es gobernado el país más que por quién, particularmente con respecto al estado de derecho y las reglas del juego, que han cambiado con demasiada frecuencia y se adaptó con demasiada facilidad al gobierno de turno y sus amigos. En la medida en que el Presidente Kirchner lleve adelante su declarada intención de corregir estos males, continuará aumentando su fuerza más y más. Esperemos que lo haga, pero esperemos que comience por entender los costos que tendrá para él y para su país, si falla.
Mark Falcoff es investigador residente de American Enterprise Institute.
1 - El New York Times (25 de mayo) citó al presidente Kirchner diciendo, "Argentina ha demostrado que puede vivir sin acoerdar con el FMI. La economía tiene pocas chances de pagar su deuda externa."
2 - Néstor O. Scibona, "Ahora viene lo más difícil" La Nación (Buenos Aires), 11 de septiembre de 2003.
3 - Algunos expertos creen que la decisión de Argentina de votar contra la condena de Cuba por sus recientes medidas de violaciones de derechos humanos en la conferencia de la ONU en Ginebra en abril le valieron al menos 300.000 votos a Kirchner, votos que de otra manera hubieran ido a candidatos menores de izquierda.
Mark FalcoffMark Falcoff es investigador residente de American Enterprise Institute
No quedan dudas: los primeros cien días en funciones, del nuevo presidente argentino, Néstor Kirchner, concluyeron con una nota de dulce éxito. Como ex gobernador de una de las provincias menos pobladas del país, Kirchner comenzó con una pequeña base de apoyo para la política nacional. Ganó la presidencia con un mero 20 por ciento del voto popular (gracias a la decisión del ex presidente Carlos Menem de renunciar, antes que enfrentar una segunda vuelta que le hubiera dado a Kirchner un mandato firme) y era virtualmente desconocido para muchos argentinos hasta hace algunos meses. Aún así, de pronto se ha hecho ampliamente popular - algunas encuestas señalan casi un 80 por ciento de aprobación. Esta figura establece un récord para todas las presidencias argentinas de las cuales haya datos estadísticos; como comparación, en la misma etapa de su término iniciado en 1999, el presidente Fernando de la Rúa tenía apenas un 47 por ciento. Como para subrayar la actual posición del presidente, en las primeras contiendas electorales mantenidas desde su asunción el 14 de septiembre, los candidatos a favor de Kirchner ganaron amplias mayorías en elecciones locales en la tan importante provincia de Buenos Aires y en las elecciones para jefe de gobierno en la Capital Federal (la Ciudad de Buenos Aires).
La ola de popularidad de Kirchner se debe en gran parte a una personalidad segura, e incluso confrontante, y un claro sentido del simbolismo. Durante sus primeros tres meses, el presidente básicamente le ha dicho a los argentinos que está dispuesto a terminar, no sólo con los noventas - asociados con desregulaciones, privatizaciones, y "alineamiento automático" con Estados Unidos en política exterior - sino también con los ochentas. Sus primeras medidas incluyeron virtualmente decapitar al alto mando de las fuerzas armadas y reemplazar a personal de alto rango con oficiales de bajo rango de su propia elección, anular una amnistía a los delitos cometidos por los militares durante la llamada "guerra sucia" contra las guerrillas urbanas a fines de la década de 1970, y purgar a la Corte Suprema de los designados por Menem. En la carrera hacia su asunción, se habló mucho acerca de reestablecer cierta distancia con Estados Unidos y de acercar a Argentina más a sus vecinos latinoamericanos, particularmente Brasil. Tras su asunción, en un viaje a España y Francia, Kirchner asombró a sus anfitriones leyéndoles duras lecciones. En esa ocasión, él (y aún más, su ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Bielsa) acusaron a los inversores extranjeros de obtener ganancias excesivas en su país, re-utilizando una retórica que no se oía de funcionarios argentinos desde hace más de 25 años (Para tener en cuenta, en otra visita a Washington y Nueva York sus observaciones fueron moderadas y bien consideradas.)
Los encuestadores y analistas argentinos - que están dentro de los mejores de América Latina - no pueden decidir qué hacer de lo que llaman el "Fenómeno K". Uno toma a la euforia actual como el típico período de gracia que se le daba a cualquier presidente argentino, o incluso en este sentido, a cualquiera de los presidentes democráticos recientemente elegidos en América Latina. Otros creen que los números de las encuestas reflejan esperanzas y expectativas que más vale que se realicen pronto si se quieren mantener esos números. Incluso otros advierten que su estilo de confrontación, tan popular en la actualidad, le puede dar enemigos en el futuro si las cosas no salen bien.
Es la economía, estúpido
Si bien Kirchner no ha estado dispuesto, aún, a dar a conocer un plan amplio de desarrollo para poner de nuevo al país en funcionamiento, se ha beneficiado indirecta pero materialmente de su predecesor por la devaluación del peso argentino (que antes estaba a la par del dólar y ahora tiene una relación de tres a uno). Las exportaciones más baratas han significado más negocios - la balanza comercial argentina de julio registró un superávit de 1.500 millones de dólares (4,75 por ciento más que el mismo mes del año anterior), y el superávit comercial acumulado del año excede los 10.000 millones de dólares. Sólo los más bajos costos laborales han llevado a la creación de más de 17.000 puestos de trabajo en julio y más de 51.000 en los últimos doce meses. Aún así, los números oficiales de desempleo siguen alrededor del 20 por ciento - virtualmente sin precedentes en la historia moderna de la Argentina.
El único logro económico del que indiscutiblemente se puede jactar el Presidente Kirchner es una dura postura de negociación con el Fondo Monetario Internacional. En un acuerdo anunciado a comienzos de este mes, Argentina logró limitar las demandas del Fondo de superávit fiscal, a 3 por ciento para el resto del año (tras pagar los servicios de la deuda), y el gobierno se aferró firmemente contra las demandas de aumentar los cargos de utilidad o privatizar la banca estatal. También se negó a sacar de sus considerables reservas (13.000 millones de dólares) para pagar los cerca de 3.000 millones de dólares que vencían en septiembre y se libró de tener que pagar 21.000 millones en vencimientos a instituciones financieras internacionales durante los próximos tres años.
Cómo logró Argentina virtualmente torcer al fondo a su gusto, dará mucho material para los historiadores económicos del futuro. Claramente la postura negociadora del país estaba reforzada por su disposición a caer en default - después de todo, el equipo económico de Kirchner parece haber razonado, tras lo que ha vivido el país durante los últimos dos años, que las cosas no podrían ser peor. Y, por supuesto, podría explicarse asumiendo que el FMI haría cualquier cosa para evitar un default. Hay que destacar, sin embargo, que este trabajo recibió información de que el fondo estaba perfectamente dispuesto a que los argentinos no pagaran la deuda; la verdadera presión, según esta fuente, venía del Departamento del Tesoro de Bush.
Cualquiera sea el caso, el acuerdo con el FMI es más significativo por lo que deja afuera que por sus beneficios inmediatos. Si bien Kirchner pudo evitar el default en sus propios términos, el resultado no da el golpe de confianza que el sector privado estaba esperando. Ni, como dijo un comentarista acerca de las notas diarias de Argentina, el discurso político del gobierno ha "ayudado a volver a meter en el ciclo productivo miles de dólares que aún siguen escondidos en los colchones o en cajas de seguridad." Las reglas de juego para el sector financiero aún deben ser establecidas. No está claro, agrega el analista, para qué utilizará el gobierno sus nuevos ingresos (suponiendo que se materialicen) - asistencia social, inversión pública, o pago de obligaciones. "El gobierno ganó tiempo - concluye - lo que aún queda por ver es qué uso le va a dar."
El inesperadamente favorable acuerdo con el FMI puede que también haya fortalecido a aquellos dentro de la administración de Kirchner que quieren continuar jugando duro con la comunidad financiera internacional. En el momento en que se publica este artículo, el ministro de Economía, Roberto Lavagna anunciaba en una reunión de la Organización Mundial del Comercio en Dubai que el país pretendía ofrecer a los tenedores de bonos alrededor de un cuarto de lo que se les debe - en realidad menos, si se toma en cuenta la inflación. Es imposible imaginar cómo esa decisión puede ayudar a reabrir la entrada de las nuevas inversiones tan desesperadamente necesarias para reactivar la economía argentina.
Realineamiento partidario
Desde hace ya varios años, el escenario político argentino ha estado dominado por dos grandes fuerzas - el Partido Justicialista (Peronista) y la Unión Cívica Radical (más comúnmente conocida como Partido Radical). Ambas han estado caracterizadas por un alto grado de disciplina y organización, como así también grandes dosis de personalismo. Ambas se parecen en sus programas - combinando nacionalismo y populismo y ocupando en líneas generales el mismo espacio de espectro ideológico, es decir un centro amplio (pero extendiéndose a la izquierda o a la derecha tanto como sea posible). Como resultado, a los terceros partidos les ha sido históricamente difícil ganar mucho espacio en la Argentina.
Desde el comienzo de la crisis económica de 1999-2000, sin embargo, han surgido tres nuevos fenómenos políticos. El primero es la virtual desaparición del Partido Radical, ciertamente como uno de los principales contendientes del poder. El segundo es la proliferación de fuerzas independientes. El tercero es el surgimiento de políticos de izquierda en un país en el que la izquierda no ha sido un factor significativo por más de cincuenta años.
Los radicales son el partido más antiguo de Argentina y la fuerza democrática más venerable en América Latina. Sin embargo, desde el surgimiento del General Juan Perón en 1946, los radicales raramente han sido capaces de ganar elecciones nacionales, e incluso cuando lo hicieron generalmente era porque los peronistas estaban proscriptos de participar o se abstenían. Las dos presidencias que ganaron en derecho propio, la de Raúl Alfonsín en 1983 y la de Fernando de la Rúa en 1999, fueron interrumpidas por crisis económicas forzando a ambos a renunciar a sus cargos tempranamente. Hoy los radicales tienen una minoría de asientos en las dos cámaras del Congreso y controlan un puñado de gobiernos provinciales, pero ningún observador serio de la política argentina cree que puedan convertirse en nacionalmente competitivos nuevamente en el futuro cercano. Más bien, Argentina parece estar virando hacia un predominio incuestionable de un partido como la única competencia política verdadera realizándose dentro del campo peronista. Característico de este cambio fue la incapacidad de los peronistas de producir un candidato acordado unánimemente para las últimas elecciones presidenciales; en su lugar, en un acuerdo sin precedente, tanto Kirchner como el ex presidente Carlos Menem ambos estuvieron en el ballotage. Los peronistas están comenzando a parecerse al viejo PRI mexicano, un partido "hegemónico" que solía contener todas las tendencias políticas posibles bajo un proyecto, pero con la diferencia fundamental de que - a diferencia de México - en las últimas elecciones, la elección primaria y la general ocurrieron al mismo tiempo.
En el pasado los únicos terceros partidos que pudieron ganar representación en el Congreso argentino fueron los llamados partidos provinciales, principalmente del árido norte y noroeste del país. Este es aún el caso, pero la última carrera presidencial introdujo algunas variaciones sorpresivas. Ricardo López Murphy, un economista, ex ministro, y radical de larga data, ganó cerca del 14 por ciento de los votos como candidato de un partido de su propia creación, RECREAR. Si bien en cuestiones económicas López Murphy es centro derecha, su integridad personal probó ser su cualidad más fuerte. Para sorpresa de muchos, fue apoyado por un número de líderes intelectuales del país, la mayoría de los cuales anteriormente se identificaban con la izquierda. Otro candidato de un tercer partido al que le fue bien (aunque menos de lo que se podría haber pensado un año antes) fue Elisa Carrió, fundadora de un movimiento conocido como Argentinos por una República de Iguales (ARI). Ex reina de la belleza, madre divorciada, y devota católica, la Señora Carrió ganó considerable popularidad a fines de los noventas por sus constantes denuncias de corrupción y favoritismo, aunque parece que llegado el momento de las elecciones los votantes se habían cansado de ella y de su política monotemática. Aún así, para muchos electores - particularmente residentes de las principales ciudades de Argentina - la cuestión de la corrupción se ha hecho más importante que ninguna otra.
Finalmente, uno no puede dejar de sorprenderse por el surgimiento de una fuerte tendencia izquierdista, particularmente en la capital. La reelección de Aníbal Ibarra, un izquierdista independiente, como jefe de gobierno de Buenos Aires el 14 de septiembre - contra una formidable competencia del empresario Mauricio Macri, presidente de un importante equipo de fútbol - subraya el hecho de que la ciudad ya no es un bastión del Partido Radical, como lo fue durante generaciones. (Incluso Macri, que forzó a Ibarra a una segunda vuelta, no es un radical sino un independiente, que en el pasado, al menos, ha tenido vínculos con los peronistas.) Buenos Aires es una de las pocas capitales latinoamericanas que tiene un diario de izquierda serio (Página 12), y una de las pocas capaz de dar lugar a amplias manifestaciones (casi a la escala de Europa Occidental) en protesta de las acciones de Estados Unidos en Afganistán e Irak. El dictador cubano, Fidel Castro, que llegó a la ciudad para la asunción de Kirchner, fue recibido por multitudes exaltadas y fue aplaudido de pie en el Congreso argentino; más tarde habló ante 20.000 personas en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, con uno de los característicos discursos divagantes de dos horas sobre los males de la globalización, y los Estados Unidos, que fue recibido por una atención extasiada y respetuosa. Recíprocamente, el presidente Bush es tan popular en Buenos Aires como en Berlín.
Se puede estar seguros de que Argentina no tendrá un gobierno de izquierda en el corto plazo, si no fuera por otro motivo que ese, la izquierda está dividida en demasiados grupos diferentes. Sin embargo, al tomar las calles en grandes números, la izquierda ha empujado a Kirchner algo más en esa dirección de lo que hubiera ido, al menos retóricamente y en términos de política exterior. Y siempre existe la posibilidad de que Ibarra encuentre la manera de utilizar su intendencia como un trampolín para la presidencia en el 2007. Forzó a los peronistas a apoyarlo a él en lugar de poner un candidato propio en esta última carrera, ¿quién sabe lo que le permitirán hacer las circunstancias en los próximos cuatro años?
Culpando al Gobierno
Argentina es un país nostálgico y ¿por qué no? Su pasado merece ser recordado. En 1914, era el quinto o sexto país más rico del mundo, y su estándar de vida superaba el de Europa Occidental hasta fines de la década de 1950 o comienzos de la de 1960. Durante los últimos cincuenta años, ha venido viviendo en el recuerdo de lo que fue y la esperanza de recuperar las glorias pasadas. Mientras tanto, durante ese tiempo, su ingreso per capita no ha aumentado para nada.
Esto se debe a varios factores, pero probablemente el más importante es la creencia demasiado común de los argentinos de que su falta de prosperidad es culpa del gobierno de turno. Durante décadas, éste ha sido el repetido refrán de peronistas y anti-peronistas, civiles y militares, empresarios y obreros, intelectuales y empleados públicos, izquierda y derecha. Todo gobierno, elegido o de facto, ha llegado al poder anunciando su intención de barrer con todo y comenzar de cero. Sin embargo, de alguna manera, siguen volviendo los mismos problemas. Algunos de ellos, sin lugar a dudas tienen que ver con el difícil posicionamiento de Argentina en el sistema internacional. Esos problemas incluyen al proteccionismo agrícola de Europa y Estados Unidos, descontroladas políticas crediticias de bancos privados y multilaterales (que compran la visión de sí misma de Argentina como un potencial El Dorado), y una ubicación geográfica desfavorable. Pero los problemas más perennes tienen que ver con cómo es gobernado el país más que por quién, particularmente con respecto al estado de derecho y las reglas del juego, que han cambiado con demasiada frecuencia y se adaptó con demasiada facilidad al gobierno de turno y sus amigos. En la medida en que el Presidente Kirchner lleve adelante su declarada intención de corregir estos males, continuará aumentando su fuerza más y más. Esperemos que lo haga, pero esperemos que comience por entender los costos que tendrá para él y para su país, si falla.
Mark Falcoff es investigador residente de American Enterprise Institute.
1 - El New York Times (25 de mayo) citó al presidente Kirchner diciendo, "Argentina ha demostrado que puede vivir sin acoerdar con el FMI. La economía tiene pocas chances de pagar su deuda externa."
2 - Néstor O. Scibona, "Ahora viene lo más difícil" La Nación (Buenos Aires), 11 de septiembre de 2003.
3 - Algunos expertos creen que la decisión de Argentina de votar contra la condena de Cuba por sus recientes medidas de violaciones de derechos humanos en la conferencia de la ONU en Ginebra en abril le valieron al menos 300.000 votos a Kirchner, votos que de otra manera hubieran ido a candidatos menores de izquierda.
