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URUGUAY: DEL REFERENDO A LAS PRESIDENCIALES
El referendo sobre la reforma impulsada en el área petrolera por el presidente Jorge Batlle a constituido una oportunidad inmejorable para la oposición, la cual ha testeado su fortaleza electoral con las elecciones presidenciales de noviembre próximo ya en el horizonte. En un país en el que el bipartidismo está roto, el Frente Amplio por primera vez tiene la oportunidad de acceder al poder y, frente a tal desafío, necesita posicionarse como una opción real de poder.
Por Santiago Alles
En muchos sentidos, la sociedad uruguaya es muy diferente al estándar de la región. Por un lado, se trata de una población ciertamente homogénea, no sólo en lo étnico y lingüístico (en lo que desempeñó un papel no menor la inmigración, que dio origen a una población europea), sino más importante en lo que hace a la equidad e integración sociales. Por otra parte, desplazándonos hacia lo político, la democracia uruguaya se edificó ya a principios del siglo pasado sobre la disputa por el poder entre los dos partidos políticos más antiguos de toda América Latina, Colorado y Nacional (o Blanco). Estos partidos políticos, originalmente facciones políticas antes que partidos en un sentido moderno, lograron adaptarse al ritmo en que se transformaba el sistema político. La democracia gozó a partir de entonces de una continuidad envidiable para los estándares latinoamericanos y, cuando a principios de los ’70, irrumpió un gobierno autoritario (1973-1985), este tuvo una amplia participación de sectores civiles y su carácter represivo no adquirió el color brutal que tuvieron muchas otras dictaduras de la época en el Cono Sur, en especial si se la compara con su vecina rioplatense.
Sin embargo, en las últimas décadas, un tercer partido (de centro-izquierda) ha ganado un lugar de relevancia en el terreno político uruguayo. Si bien el punto de partida del Frente Amplio, liderado hoy por el médico oncólogo Tabaré Vázquez, se encuentra en los finales de la década del ’60, recién desde mediados de los ’80 ha significado un desafío de relevancia para los partidos tradicionales. Así, Tabaré (como es conocido popularmente) accedió a la intendencia de Montevideo en 1989 y, gracias a una gestión sobria, ha conservado para beneficio del Frente Amplio el control de un distrito que concentra alrededor de la mitad de la población. Desde el bastión que significa la capital, Tabaré se lanzó a competir en las elecciones presidenciales de 1994 y 1999, en las que cayó derrotado por Julio María Sanguinetti (Colorado) y por Jorge Batlle (Colorado) respectivamente. Sin embargo, la segunda derrota del Frente Amplio arrojó un dato significativo para el bipartidismo uruguayo: con casi el 40% de los votos, Tabaré (ahora bajo la alianza Encuentro Progresista-Frente Amplio) alcanzó la segunda vuelta y sólo fue derrotado por una inédita alianza entre blancos y colorados (Batlle 54% vs. Vázquez 46%). El avance de la centro-izquierda encarnada en el Frente Amplio de Tabaré mostraba así evidentes signos de consolidación, a la vez que el sistema político veía el fin de un bipartidismo centenario.
El gobierno de Jorge Batlle se inició con un programa económico orientado hacia la apertura económica y el impulso a la inversión privada, pero se ha encontrado desde entonces permanentemente asediado por una fuerte oposición desde la izquierda, que ha obtenido resultados más que satisfactorios del uso del mecanismo de consulta popular: el artículo 79 de la Constitución de 1967 establece que si un 25% de los inscriptos para votar se manifiesta en contra de una ley antes de que cumpla un año de aprobada, se debe convocar a un referéndum por el cual los ciudadanos tienen la posibilidad de derogar la norma. Si bien algunas reformas (terminal portuaria, ferrocarriles, concesión de rutas) iniciadas en un principio por el gobierno de Batlle lograron quedar firmes, la oposición logró luego paralizarlas gracias a un lento proceso de recolección de firmas que desincentivó a la participación inversora privada ante el riesgo de una vuelta atrás. No obstante, la suerte (o, mejor, la capacidad) del gobierno fue decayendo, lo cual quedó reflejado en la reforma del sistema de telecomunicaciones. La reforma impulsada por el gobierno de Batlle fue hostigada con dureza por el sindicato y nunca gozó de estima popular, por lo cual, ante el éxito de la recolección de firmas y las magras perspectivas de cara al referendo, Batlle se vio obligado a ingresar al Congreso él mismo un proyecto de ley derogando su propia reforma.
La reforma impulsada en el área petrolera por el presidente Jorge Batlle, a diferencia de lo ocurrido en telecomunicaciones, no surgió del mismo Ejecutivo sino que, por el contrario, fue consecuencia de un proyecto elaborado en el seno del Congreso gracias a la colaboración de varios legisladores del Frente Amplio, entre los que se destaca el propio senador Danilo Astori, quien sería ministro de Economía de Vázquez en un eventual gobierno frenteamplista. El núcleo de la reforma de ninguna forma implicaba la privatización de la empresa petrolera estatal uruguaya (Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Pórtland, ANCAP) sino que rompía con el monopolio para importar, exportar y refinar petróleo, a la vez que abría la puerta a su capitalización con recursos privados por vía de la asociación. Sin embargo, los cálculos del gobierno fallaron y esta reforma, a pesar de haber sido diseñada por legisladores frenteamplistas, también fue sometida a impugnación, proceso en el cual la oposición de centro-izquierda ha visto el trampolín desde el cual lanzarse a las presidenciales del año que viene, por tercera vez liderada por Tabaré. La recolección de firmas abrió la puerta al referendo, pero esta vez el gobierno de Batlle no retrocedió, a pesar de encaminarse a una derrota segura.
El debate de la campaña, por un lado, abrió la oportunidad de debatir el rol y la composición de las empresas públicas uruguayas de cara al mercado. Mientras la izquierda frenteamplista rápidamente se alió con los trabajadores de ANCAP en contra de la reforma del sector, los partidos tradicionales apoyaron la apertura del mercado. Así, la posición tomada por Tabaré, y apoyada por numerosas figuras del ambiente cultural (desde escritores como Mario Benedetti y Eduardo Galeano hasta músicos y artistas populares), cuestionaba la reforma como una forma de entregar los recursos productivos nacionales a los intereses extranjeros. Los ex presidentes Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-1999) y Luis Lacalle (Nacional, 1990-1995) apoyaron la reforma, llamando la atención sobre la necesidad de apertura del mercado en el sector de acuerdo con los plazos estipulados por lo pactado en el ámbito del MERCOSUR y sobre la necesidad de recurrir al sector privado para capitalizar la empresa, ante la imposibilidad del Estado de sostener una sólida política de inversiones. Por otro lado, gracias al enfoque que todo el tiempo intentó darle la propia campaña frenteamplista, el debate fue empujado hacia una evaluación de la gestión de Jorge Batlle, la cual goza de una muy baja popularidad: si bien en Uruguay existe una histórica resistencia hacia las privatizaciones, para muchos uruguayos este fue un referéndum sobre la gestión de Batlle, por lo cual el «No» debía remontar el voto contra el gobierno. En este sentido, los magros resultados económicos logrados por el gobierno no brindaron ninguna ayuda a los defensores de la reforma, que este año terminará con un producto bruto interno con una contracción de 1% (y que, con sus 12 mil millones de dólares estimados, se encuentra a una distancia sideral de los 22.300 millones que redondeó en 1998), una inflación del 22% y un desempleo abierto del 18% (que, sumado al subempleo, ronda el 45%).
El resultado del plebiscito fue el esperado. El «Sí» obtuvo una cómoda ventaja por sobre el 50% requerido al romper con la barrera del 60% y le permitió a Tabaré Vázquez posicionarse en forma decisiva de cara a las próximas elecciones presidenciales, al tiempo que el gobierno de Batlle y los partidos tradicionales sufrieron una dura derrota electoral. En este sentido, la lectura del resultado fue bien expresada por Jorge Brovetto (Frente Amplio): “El pueblo ha tomado varias decisiones: no sólo de defensa del patrimonio nacional, sino también sin duda fue un voto de censura a un gobierno al que no se le tiene confianza”. El ganador de la jornada del domingo 7 fue, sin lugar a dudas, Tabaré Vázquez, más allá que haya evitado aparecer en la primera fila de los festejos. Los partidos tradicionales enfrentan ahora un panorama difícil. Si bien el partido Colorado cuenta con la candidatura casi natural de Sanguinetti, tampoco ella es segura porque quien fuera dos veces presidente uruguayo no parece dispuesto a arriesgar su prestigio sin la certeza de alcanzar cuando menos el balotaje, y su renuncia abriría paso a una interna sin candidatos sólidos. El panorama del partido Nacional no es más auspicioso, porque ni siquiera la candidatura de Lacalle parece asegurada (aunque es el candidato más probable) y deberá disputarla con otros cuatro dirigentes blancos. La situación del Encuentro Progresista-Frente Amplio es notoriamente más auspiciosa, porque cuenta ya con un candidato (y líder) sólido tanto hacia adentro como hacia fuera de la coalición, y porque en el referendo incluso logró derrotar a los sectores moderados de la izquierda, que apoyaban algunos tramos de la reforma. Según reflejan las encuestas, Tabaré estaría disfrutando de una intención de voto próxima al ansiado 50%.
Más allá de la reforma en sí, el referendo arroja en lo político un resultado simple. El bipartidismo uruguayo no sólo quedó decididamente terminado cuando el Encuentro Progresista-Frente Amplio obtuvo la victoria en primer vuelta en las últimas elecciones presidenciales y forzó así un balotaje, sino que ahora el sistema político parece desplazarse a un inédito momento de predominio de la centro-izquierda, lo que en buena medida se encuentra en consonancia con las tendencias políticas dominantes en toda América del Sur. Luego de años de lento ascenso hacia el poder, Tabaré Vázquez ha quedado como el gran candidato para las elecciones próximas, motivo por el cual los meses que vienen serán el campo en el cual deba empezar a mostrar sus dotes de jefe de Estado, de cara tanto a la propia sociedad uruguaya como a toda la comunidad internacional. Esta victoria en el referendo no significa que Tabaré ya haya ganado las presidenciales, pero para el líder de un partido político joven (y que, más allá de la intendencia de Montevideo, siempre ha sido opositor) calzarse el traje de gobierno posible es una tarea ardua que requiere de trabajo y responsabilidad. Ese será su desafío para los próximos meses.
Santiago AllesSantiago M. Alles es maestrando en Estudios Latinoamericanos (USAL, España) y es licenciado en Ciencias Políticas (UCA, Argentina).
Es profesor asistente de "América Latina en la Política Internacional" (UCA).
En muchos sentidos, la sociedad uruguaya es muy diferente al estándar de la región. Por un lado, se trata de una población ciertamente homogénea, no sólo en lo étnico y lingüístico (en lo que desempeñó un papel no menor la inmigración, que dio origen a una población europea), sino más importante en lo que hace a la equidad e integración sociales. Por otra parte, desplazándonos hacia lo político, la democracia uruguaya se edificó ya a principios del siglo pasado sobre la disputa por el poder entre los dos partidos políticos más antiguos de toda América Latina, Colorado y Nacional (o Blanco). Estos partidos políticos, originalmente facciones políticas antes que partidos en un sentido moderno, lograron adaptarse al ritmo en que se transformaba el sistema político. La democracia gozó a partir de entonces de una continuidad envidiable para los estándares latinoamericanos y, cuando a principios de los ’70, irrumpió un gobierno autoritario (1973-1985), este tuvo una amplia participación de sectores civiles y su carácter represivo no adquirió el color brutal que tuvieron muchas otras dictaduras de la época en el Cono Sur, en especial si se la compara con su vecina rioplatense.
Sin embargo, en las últimas décadas, un tercer partido (de centro-izquierda) ha ganado un lugar de relevancia en el terreno político uruguayo. Si bien el punto de partida del Frente Amplio, liderado hoy por el médico oncólogo Tabaré Vázquez, se encuentra en los finales de la década del ’60, recién desde mediados de los ’80 ha significado un desafío de relevancia para los partidos tradicionales. Así, Tabaré (como es conocido popularmente) accedió a la intendencia de Montevideo en 1989 y, gracias a una gestión sobria, ha conservado para beneficio del Frente Amplio el control de un distrito que concentra alrededor de la mitad de la población. Desde el bastión que significa la capital, Tabaré se lanzó a competir en las elecciones presidenciales de 1994 y 1999, en las que cayó derrotado por Julio María Sanguinetti (Colorado) y por Jorge Batlle (Colorado) respectivamente. Sin embargo, la segunda derrota del Frente Amplio arrojó un dato significativo para el bipartidismo uruguayo: con casi el 40% de los votos, Tabaré (ahora bajo la alianza Encuentro Progresista-Frente Amplio) alcanzó la segunda vuelta y sólo fue derrotado por una inédita alianza entre blancos y colorados (Batlle 54% vs. Vázquez 46%). El avance de la centro-izquierda encarnada en el Frente Amplio de Tabaré mostraba así evidentes signos de consolidación, a la vez que el sistema político veía el fin de un bipartidismo centenario.
El gobierno de Jorge Batlle se inició con un programa económico orientado hacia la apertura económica y el impulso a la inversión privada, pero se ha encontrado desde entonces permanentemente asediado por una fuerte oposición desde la izquierda, que ha obtenido resultados más que satisfactorios del uso del mecanismo de consulta popular: el artículo 79 de la Constitución de 1967 establece que si un 25% de los inscriptos para votar se manifiesta en contra de una ley antes de que cumpla un año de aprobada, se debe convocar a un referéndum por el cual los ciudadanos tienen la posibilidad de derogar la norma. Si bien algunas reformas (terminal portuaria, ferrocarriles, concesión de rutas) iniciadas en un principio por el gobierno de Batlle lograron quedar firmes, la oposición logró luego paralizarlas gracias a un lento proceso de recolección de firmas que desincentivó a la participación inversora privada ante el riesgo de una vuelta atrás. No obstante, la suerte (o, mejor, la capacidad) del gobierno fue decayendo, lo cual quedó reflejado en la reforma del sistema de telecomunicaciones. La reforma impulsada por el gobierno de Batlle fue hostigada con dureza por el sindicato y nunca gozó de estima popular, por lo cual, ante el éxito de la recolección de firmas y las magras perspectivas de cara al referendo, Batlle se vio obligado a ingresar al Congreso él mismo un proyecto de ley derogando su propia reforma.
La reforma impulsada en el área petrolera por el presidente Jorge Batlle, a diferencia de lo ocurrido en telecomunicaciones, no surgió del mismo Ejecutivo sino que, por el contrario, fue consecuencia de un proyecto elaborado en el seno del Congreso gracias a la colaboración de varios legisladores del Frente Amplio, entre los que se destaca el propio senador Danilo Astori, quien sería ministro de Economía de Vázquez en un eventual gobierno frenteamplista. El núcleo de la reforma de ninguna forma implicaba la privatización de la empresa petrolera estatal uruguaya (Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Pórtland, ANCAP) sino que rompía con el monopolio para importar, exportar y refinar petróleo, a la vez que abría la puerta a su capitalización con recursos privados por vía de la asociación. Sin embargo, los cálculos del gobierno fallaron y esta reforma, a pesar de haber sido diseñada por legisladores frenteamplistas, también fue sometida a impugnación, proceso en el cual la oposición de centro-izquierda ha visto el trampolín desde el cual lanzarse a las presidenciales del año que viene, por tercera vez liderada por Tabaré. La recolección de firmas abrió la puerta al referendo, pero esta vez el gobierno de Batlle no retrocedió, a pesar de encaminarse a una derrota segura.
El debate de la campaña, por un lado, abrió la oportunidad de debatir el rol y la composición de las empresas públicas uruguayas de cara al mercado. Mientras la izquierda frenteamplista rápidamente se alió con los trabajadores de ANCAP en contra de la reforma del sector, los partidos tradicionales apoyaron la apertura del mercado. Así, la posición tomada por Tabaré, y apoyada por numerosas figuras del ambiente cultural (desde escritores como Mario Benedetti y Eduardo Galeano hasta músicos y artistas populares), cuestionaba la reforma como una forma de entregar los recursos productivos nacionales a los intereses extranjeros. Los ex presidentes Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-1999) y Luis Lacalle (Nacional, 1990-1995) apoyaron la reforma, llamando la atención sobre la necesidad de apertura del mercado en el sector de acuerdo con los plazos estipulados por lo pactado en el ámbito del MERCOSUR y sobre la necesidad de recurrir al sector privado para capitalizar la empresa, ante la imposibilidad del Estado de sostener una sólida política de inversiones. Por otro lado, gracias al enfoque que todo el tiempo intentó darle la propia campaña frenteamplista, el debate fue empujado hacia una evaluación de la gestión de Jorge Batlle, la cual goza de una muy baja popularidad: si bien en Uruguay existe una histórica resistencia hacia las privatizaciones, para muchos uruguayos este fue un referéndum sobre la gestión de Batlle, por lo cual el «No» debía remontar el voto contra el gobierno. En este sentido, los magros resultados económicos logrados por el gobierno no brindaron ninguna ayuda a los defensores de la reforma, que este año terminará con un producto bruto interno con una contracción de 1% (y que, con sus 12 mil millones de dólares estimados, se encuentra a una distancia sideral de los 22.300 millones que redondeó en 1998), una inflación del 22% y un desempleo abierto del 18% (que, sumado al subempleo, ronda el 45%).
El resultado del plebiscito fue el esperado. El «Sí» obtuvo una cómoda ventaja por sobre el 50% requerido al romper con la barrera del 60% y le permitió a Tabaré Vázquez posicionarse en forma decisiva de cara a las próximas elecciones presidenciales, al tiempo que el gobierno de Batlle y los partidos tradicionales sufrieron una dura derrota electoral. En este sentido, la lectura del resultado fue bien expresada por Jorge Brovetto (Frente Amplio): “El pueblo ha tomado varias decisiones: no sólo de defensa del patrimonio nacional, sino también sin duda fue un voto de censura a un gobierno al que no se le tiene confianza”. El ganador de la jornada del domingo 7 fue, sin lugar a dudas, Tabaré Vázquez, más allá que haya evitado aparecer en la primera fila de los festejos. Los partidos tradicionales enfrentan ahora un panorama difícil. Si bien el partido Colorado cuenta con la candidatura casi natural de Sanguinetti, tampoco ella es segura porque quien fuera dos veces presidente uruguayo no parece dispuesto a arriesgar su prestigio sin la certeza de alcanzar cuando menos el balotaje, y su renuncia abriría paso a una interna sin candidatos sólidos. El panorama del partido Nacional no es más auspicioso, porque ni siquiera la candidatura de Lacalle parece asegurada (aunque es el candidato más probable) y deberá disputarla con otros cuatro dirigentes blancos. La situación del Encuentro Progresista-Frente Amplio es notoriamente más auspiciosa, porque cuenta ya con un candidato (y líder) sólido tanto hacia adentro como hacia fuera de la coalición, y porque en el referendo incluso logró derrotar a los sectores moderados de la izquierda, que apoyaban algunos tramos de la reforma. Según reflejan las encuestas, Tabaré estaría disfrutando de una intención de voto próxima al ansiado 50%.
Más allá de la reforma en sí, el referendo arroja en lo político un resultado simple. El bipartidismo uruguayo no sólo quedó decididamente terminado cuando el Encuentro Progresista-Frente Amplio obtuvo la victoria en primer vuelta en las últimas elecciones presidenciales y forzó así un balotaje, sino que ahora el sistema político parece desplazarse a un inédito momento de predominio de la centro-izquierda, lo que en buena medida se encuentra en consonancia con las tendencias políticas dominantes en toda América del Sur. Luego de años de lento ascenso hacia el poder, Tabaré Vázquez ha quedado como el gran candidato para las elecciones próximas, motivo por el cual los meses que vienen serán el campo en el cual deba empezar a mostrar sus dotes de jefe de Estado, de cara tanto a la propia sociedad uruguaya como a toda la comunidad internacional. Esta victoria en el referendo no significa que Tabaré ya haya ganado las presidenciales, pero para el líder de un partido político joven (y que, más allá de la intendencia de Montevideo, siempre ha sido opositor) calzarse el traje de gobierno posible es una tarea ardua que requiere de trabajo y responsabilidad. Ese será su desafío para los próximos meses.
