Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

Prensa

20-01-2004

CUBA: LO QUE NO SE QUIERE VER

Fuente: La Nación (Argentina)

SUPLEMENTO ENFOQUES Diario LA NACION. Domingo 18 de Enero de 2004.

Por Fernando Ruiz

La aún abierta temporada de caza de disidentes en Cuba iniciada el 18 de marzo de 2003 reveló una vez más que la etapa superior del castrismo es su política carcelaria. En apenas un mes --que coincidió con los fragores guerreros de Bush--, setenta y cinco disidentes fueron detenidos, procesados y condenados a un total de casi mil años si se suman todas las condenas. La revolución que auguraba democracia y cambio social en 1959 se convirtió en un Estado policial. ¿Qué clase de régimen político es uno que encierra durante veintisiete años por sacar fotos periodísticas (Omar Rodríguez Saludes), veintiséis por comentar estadísticas económicas (Víctor Arroyo Carmona) o veinte por enseñar periodismo (Ricardo González Alfonso)?

Castro en este momento no tiene casi seguidores en el mundo, sino más bien toleradores. La dictadura no pide más, por ejemplo, el apoyo en las Naciones Unidas: apenas pide --y festeja si la obtiene-- la abstención de los otros gobiernos a votar en su contra.

En América latina, Cuba marca los límites geográficos de la democratización, pero también sus límites mentales. La discusión sobre Cuba en la región responde a un mundo que ya no existe. Es una discusión entre bandas organizadas que esperan el día de fundirse en una batalla final. Cada banda piensa en bloque y son incapaces de discernir tema por tema. Como en una partida de ajedrez, todas las movidas responden a una estrategia y ninguna pieza es considerada en forma individual. Era la manera de pensar de la era bipolar: maniquea, injusta y supresora del otro en tanto sujeto de alguna verdad posible. La lógica de la Guerra Fría era evitar hacer aquello que pudiera eventualmente beneficiar al enemigo, aunque eso que se evitara hacer fuera lo justo de acuerdo con los derechos humanos. Era, una vez más, el fin que justificaba los medios y por eso se toleraron y apoyaron las dictaduras en nombre de la libertad.

En Argentina, nuestros gobiernos, desde los noventa hasta hoy, han demostrado que su política hacia Cuba es la misma: cada una en su estilo, resulta completamente dependiente de lo que hace el gobierno de los Estados Unidos. Menem hacía lo que le pedían, mientras que Kirchner tiende a hacer lo opuesto de lo que le piden. La coincidencia de fondo entre ambas políticas es que consideran irrelevante su política hacia Cuba excepto en cuanto tiene de simbólico para posicionarse frente al gobierno de los Estados Unidos y frente a su público electoral interno. La otra coincidencia es que ninguna de las dos ha demostrado un compromiso real con una transición democrática y pacífica en la isla, ignorando la lucha cotidiana del movimiento disidente cubano. ¿Qué espera el canciller argentino para ordenar al embajador en La Habana que invite a los disidentes a las recepciones oficiales, como hacen las grandes democracias europeas, cuyos diplomáticos incluso concurrieron a algunos de los juicios en los que los disidentes fueron sentenciados?

La reticencia de muchos demócratas del mundo a cuestionar el castrismo contribuye a construir el poder de la dictadura, y construye también impunidad para reprimir disidentes, que son los que finalmente pagan los costos humanos de la indiferencia internacional.

Esa impunidad ofrecida desde el exterior a la dictadura hay que explicarla. La razón principal es que la activa defensa de los disidentes cubanos no forma parte aún de lo politically correct. Para un disciplinado exponente de lo políticamente correcto no es tan importante en qué lugar uno está parado, sino quiénes son los que están a su lado cuando se saca la foto. No importa tanto qué se postula o defiende, sino con quién o contra quién se hace.

En la discusión sobre Cuba las voces castristas ya están en retirada, pero no crecen en la misma proporción las anticastristas. ¿Por qué? Asumir una postura pública anticastrista remite al potencial denunciante de la dictadura a un bloque humano y argumental al que considera inaceptable pertenecer. Este bloque consta de cuatro elementos:

En la foto del anticastrismo salen todos los que defendieron las dictaduras latinoamericanas. En general, al potencial anticastrista no le gustaría estar al lado de ellos cuando sacan la foto, o al menos no aparecer sonriendo.

En la foto del anticastrismo sale el exilio de Miami, el que tiene una mala imagen en el exterior. Cristalizar la imagen del exilio ha sido uno de los principales éxitos políticos del régimen. El exilio cubano tiene una enorme variedad de grupos políticos y representa un abanico completo de una sociedad democrática. Estigmatizar el exilio es estigmatizar a la sociedad cubana y existe cierto acento racista y discriminatorio en algunos de los comentarios críticos.

En la foto del anticastrismo aparece el embargo, que es mayoritariamente rechazado en el mundo. Varias de las declaraciones que piden el fin de la dictadura también promueven el levantamiento del embargo. Algunos países de América latina y la mayoría de los países europeos coinciden con esa posición.

En la foto del anticastrismo aparece la bandera de los Estados Unidos, y si hay algo que se mantiene sólido en el mundo es el rechazo al gobierno de ese país, con variación de algunos grados, más o menos, de acuerdo a quién sea el presidente y a cuáles sean las circunstancias internacionales.

A algunos les perturbará más un elemento que otro, pero entre los cuatro reseñados suelen ser eficaces para bloquear la conversión al anticastrismo. En síntesis, el anticastrismo no ofrece un retrato de familia "políticamente correcto".

Una razón adicional para demorar el paso del castrismo al anticastrismo es que muchos tienen la impresión de que apoyar o tolerar a Castro no los salpica de sangre, pues es una dictadura que ni mata ni tortura. Ese sentimiento puede haber facilitado que el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires le entregara una distinción al dictador. Precisamente un jefe de gobierno cuya notoriedad fue construida como fiscal en la defensa de los derechos humanos. Ocurre que la fórmula represiva de Castro combina máxima contundencia represiva y menor exposición de violencia. La exhibición de violencia estatal es un recurso habitual en las dictaduras débiles o transitorias, que no resulta tan necesario en las fuertes o permanentes. En Cuba, la exhibición de violencia estatal se da cuando crece la amenaza, como ocurrió con la política del paredón en los inicios de la dictadura, con el caso del general Ochoa en 1989, o con los fusilamientos "preventivos" de tres personas en abril del 2003.

Castro prefiere reprimir en primera instancia, dado su control sobre el tiempo presente y futuro de los ciudadanos, mediante el entierro de los líderes cívicos clave en la cárcel durante decenas de años. Es el caso del comandante de la revolución Huber Matos, o actualmente de Elías Biscet, veinticinco años de cárcel, y de Martha Beatriz Roque Cabello, presidenta de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, que fue condenada precisamente por hacer eso (como hacen en nuestro país Poder Ciudadano o Conciencia) a veinte años de prisión, el pasado abril. La presidenta de Conciencia recibiría en Cuba la misma condena, por ejemplo, que recibió hace poco en Argentina quién violó y mató a una mujer en un club en la zona de Palermo.

Cuando recorrí la isla para realizar un estudio sobre los periodistas independientes, sólo uno de ellos me mostró orgulloso su laptop y su conexión a Internet. Un mes más tarde ese periodista se reveló como un agente de la seguridad del Estado que participó como acusador del resto de los periodistas independientes. Otros de los periodistas que visité tenían computadora y alguno incluso puede haber tenido algún tipo de conexión clandestina, pero temían hacerlo público para que el régimen no se las sacara. A pesar de la congresomanía internacionalista cubana, que este año organizó al menos tres eventos sobre el tema repletos de delegados de América latina, hoy Internet es Marte para Cuba. En una sociedad donde son los bueyes los que volvieron a tirar de los arados, donde la tracción a sangre es el eje del transporte público, la gente usa maletas de madera, el parque automotor principal es de las décadas del cincuenta y sesenta, las viviendas se derrumban con una frecuencia inusitada por la falta de mantenimiento, tener una computadora es un bien demasiado suntuario. La penetración de Internet (usuarios en proporción a población) en Cuba es más baja que en Surinam o Guayana Francesa y más baja que en todos los países centroamericanos y todos los países de América del Sur (www.abcdelinternet.com). Y si se pudiera discriminar entre usuarios estatales y usuarios de la sociedad civil, Cuba tendría seguramente la menor cantidad de usuarios de toda América. Las recientes restricciones a la red buscan mantener el muro de la desinformación, pero ese muro tiene cada vez más grietas.

El parlamentario cubano Silvio Rodríguez escribió, en ese poema inmenso que es La Maza, un verso que habla del "testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva, un eternizador de dioses del ocaso". Esas líneas creo que deletrean, sin querer, el rol que cumple hoy la versión actual de lo políticamente correcto con respecto a la dictadura. El ex parlamentario Pablo Milanés, coprotagonista de la Nueva Trova Cubana, está escribiendo ahora versos diferentes. Hablando de Fidel, en diciembre del 2003, dijo a una radio colombiana: "Cuando ves que es capaz de encarcelar a una gente durante veinte años porque habló dos o tres mierdas, no lo concibes".

Al fin del día, lo que la humanidad retendrá como perlas de nuestro paso por la tierra en estas últimas décadas serán las imágenes de una madre argentina en la Plaza de Mayo en un lúgubre 1977, un físico ruso exiliado en Siberia, un tornero mecánico brasileño refugiado en una catedral de San Pablo, un arzobispo salvadoreño que da confianza desde el púlpito, un estudiante chino enfrentándose con un tanque, un dramaturgo checo que escribe en su casa rodeado de policías con perros, o un periodista cubano, como Raúl Rivero. Ellos, sin ninguna piedra en la mano, sólo con la palabra y con su cuerpo, horadan la enorme pared de la mentira. Sin haberlo buscado ni estar demasiado alegres de tener que hacerlo ellos, son la pequeña luz que traspasa ese muro anunciando temerosa que allí, gracias a que hay un ser humano, hay una grieta.

Fernando Ruiz es Profesor de periodismo y democracia en la Universidad Austral. Su último libro es Otra grieta en la pared: informe y testimonios de la nueva prensa cubana. (Cadal/Adenauer, 2003).

http://www.lanacion.com.ar/suples/enfoques/0404/sz_564701.php  
LA NACION | 18/01/2004 | Página 1 | Enfoques

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