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BARBARIE (Editorial de América Economía)
Por América Economía
Al cierre de esta edición la comunidad de negocios de las Américas recibió con estupor la noticia del asesinato de Federico Bloch, hasta pocos días antes presidente de Grupo Taca, uno de los más exitosos conglomerados aerocomerciales de América Latina. Bloch, de 50 años, fue encontrado en su camioneta, en las afueras de San Salvador, con un tiro en la cabeza y otro en el pecho. Era uno de los empresarios más creativos de América Latina y había renunciado a la presidencia de Taca a mediados de abril para pasar más tiempo con su familia.
Quiénes y porqué lo mataron eran preguntas sin respuesta al cierre de esta página. No sería extraño que los detalles nunca se conozcan. La justicia no es precisamente el poder más eficente en los países latinoamericanos. A casi cinco meses del asesinato de Ivannia Mora, nuestra colaboradora en San José de Costa Rica, el caso sigue tan oscuro como la tarde en que dos sicarios la balearon desde una motocicleta.
Estos asesinatos confirman lo que muchos consultores en seguridad sostienen desde hace tiempo: América Latina es la región más peligrosa del mundo. En El Salvador, sin ir más lejos, son asesinadas ocho personas al día. Esto en un país de 6,6 millones de habitantes. Según Kroll, una de las más importantes firmas del mundo especializadas en este tema, la inseguridad en América Latina se está agravando.
Peor aun, está traspasando fronteras. Detrás de la pesadilla de los secuestros que sacuden a Honduras están bandas guatemaltecas. La violencia extrema que azota a Rio de Janeiro no es ajena a los tentáculos del narcotráfico colombiano. La crisis llegó a la otrora pacífica Costa Rica tras las guerras civiles que azotaron a los demás países de América Central en los 80. En Argentina crecen los mismos secuestros que son el pan del día en Ciudad de México. El narcotráfico y los asesinatos de más de 300 mujeres en Sinaloa o Ciudad Juárez tienen el peso de aberraciones.
Además de inmenso drama humano, la violencia sitúa a América Latina cada vez más lejos de la competitividad global y perpetúa la pobreza regional. Las empresas que operan en China e India no tienen los gastos asociados a seguridad que tienen las empresas instaladas en México, Brasil o Argentina.
Es hora de hacer algo. Para que no haya más víctimas de esta insania y para que nuestros habitantes tengan esperanzas. No será fácil. Contra las suposiciones establecidas, los especialistas señalan que violencia e inseguridad no tienen relación directa con la pobreza. Hasta no hace mucho, varios países asiáticos ostentaban niveles de pobreza muy graves y nunca presentaron los indicadores que azotan a América Latina.
La violencia latinoamericana tiene raíces culturales e históricas, a lo que se suma una utilización ineficaz de los recursos del estado. Demasiadas veces los órganos responsables de la seguridad están vinculados a la delincuencia. Otras tantas, los gobiernos militares crearon fuerzas de seguridad irregulares que luego liberaron. Y está el problema de la justicia. En muchos países apenas una ridícula fracción de los delitos denunciados acaba en condena efectiva. Sea por negligencia, corrupción o escasez de recursos -o una combinación de todos estos factores- el mensaje de los sistemas de justicia en América Latina es que es muy poco probable que un delincuente termine en la cárcel. Es decir, el crimen paga. Y esto es muy difícil de desenredar.
La muerte violenta de Bloch, de Ivannia y de miles y miles de personas en la región cada año, es un llamado de atención para detener la barbarie. No podemos seguir viviendo entre charcos de sangre.
América Economía
Al cierre de esta edición la comunidad de negocios de las Américas recibió con estupor la noticia del asesinato de Federico Bloch, hasta pocos días antes presidente de Grupo Taca, uno de los más exitosos conglomerados aerocomerciales de América Latina. Bloch, de 50 años, fue encontrado en su camioneta, en las afueras de San Salvador, con un tiro en la cabeza y otro en el pecho. Era uno de los empresarios más creativos de América Latina y había renunciado a la presidencia de Taca a mediados de abril para pasar más tiempo con su familia.
Quiénes y porqué lo mataron eran preguntas sin respuesta al cierre de esta página. No sería extraño que los detalles nunca se conozcan. La justicia no es precisamente el poder más eficente en los países latinoamericanos. A casi cinco meses del asesinato de Ivannia Mora, nuestra colaboradora en San José de Costa Rica, el caso sigue tan oscuro como la tarde en que dos sicarios la balearon desde una motocicleta.
Estos asesinatos confirman lo que muchos consultores en seguridad sostienen desde hace tiempo: América Latina es la región más peligrosa del mundo. En El Salvador, sin ir más lejos, son asesinadas ocho personas al día. Esto en un país de 6,6 millones de habitantes. Según Kroll, una de las más importantes firmas del mundo especializadas en este tema, la inseguridad en América Latina se está agravando.
Peor aun, está traspasando fronteras. Detrás de la pesadilla de los secuestros que sacuden a Honduras están bandas guatemaltecas. La violencia extrema que azota a Rio de Janeiro no es ajena a los tentáculos del narcotráfico colombiano. La crisis llegó a la otrora pacífica Costa Rica tras las guerras civiles que azotaron a los demás países de América Central en los 80. En Argentina crecen los mismos secuestros que son el pan del día en Ciudad de México. El narcotráfico y los asesinatos de más de 300 mujeres en Sinaloa o Ciudad Juárez tienen el peso de aberraciones.
Además de inmenso drama humano, la violencia sitúa a América Latina cada vez más lejos de la competitividad global y perpetúa la pobreza regional. Las empresas que operan en China e India no tienen los gastos asociados a seguridad que tienen las empresas instaladas en México, Brasil o Argentina.
Es hora de hacer algo. Para que no haya más víctimas de esta insania y para que nuestros habitantes tengan esperanzas. No será fácil. Contra las suposiciones establecidas, los especialistas señalan que violencia e inseguridad no tienen relación directa con la pobreza. Hasta no hace mucho, varios países asiáticos ostentaban niveles de pobreza muy graves y nunca presentaron los indicadores que azotan a América Latina.
La violencia latinoamericana tiene raíces culturales e históricas, a lo que se suma una utilización ineficaz de los recursos del estado. Demasiadas veces los órganos responsables de la seguridad están vinculados a la delincuencia. Otras tantas, los gobiernos militares crearon fuerzas de seguridad irregulares que luego liberaron. Y está el problema de la justicia. En muchos países apenas una ridícula fracción de los delitos denunciados acaba en condena efectiva. Sea por negligencia, corrupción o escasez de recursos -o una combinación de todos estos factores- el mensaje de los sistemas de justicia en América Latina es que es muy poco probable que un delincuente termine en la cárcel. Es decir, el crimen paga. Y esto es muy difícil de desenredar.
La muerte violenta de Bloch, de Ivannia y de miles y miles de personas en la región cada año, es un llamado de atención para detener la barbarie. No podemos seguir viviendo entre charcos de sangre.
