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06-05-2014

Lecciones para Cristina de otras crisis peronistas

(TN) Al haber querido navegar a media agua entre el control de cambios y la devaluación, el gobierno de CFK está pagando los costos del ajuste sin recibir sus beneficios; casi como si quisiera sumar los dolores de cabeza de Perón y los de Menem, sin obtener en compensación ninguna de las ventajas que cada uno de ellos en su momento obtuvo de lidiar con los mismos.
Por Marcos Novaro

(TN) Tulio Halperín Donghi cuenta en sus memorias un viaje en barco de regreso de Italia a fines de los años  cuarenta en que los pasajeros, predominantemente argentinos de clase media que por primera vez habían podido visitar Europa, alternaban comentarios sobre los cada vez más insoportables abusos del régimen peronista con todo tipo de muestras de su plácido acompañamiento de la fiesta de consumo en la que dicho régimen, a través del dólar barato, estaba poniendo a su disposición bienes y servicios hasta entonces inalcanzables.

Y cuenta también cómo lo impresionó que, poco tiempo después y bastante antes de lo que se suele recordar, cuando dicha fiesta ya había terminado y escaseaba la carne, el trigo y el combustible, además de los dólares, los partidarios del régimen no disminuyeran en cambio significativamente ni se viera debilitada su disposición a respaldar a las autoridades.

Lo que Halperín Donghi atribuye menos a la propaganda y el control de los medios de comunicación o a la represión de las protestas, que al clivaje infranqueable que Perón había logrado establecer entre el pueblo y sus enemigos, y el convencimiento que sobre esa base había forjado respecto a que cualquier sacrificio que él pudiera exigirle a sus seguidores sería en su beneficio y una nimiedad comparado con los castigos que podían esperar de otro gobernante.

No hace falta que nos lo cuenten porque en general recordamos cómo al final de los años noventa, cuando otra fiesta de consumo con dólar barato estaba llegando a su fin, el gobierno peronista que entonces también concluía se las ingenió para disipar y postergar la crisis, evitando cargar con la responsabilidad del cada vez más inevitable ajuste. Menem lo hizo con instrumentos muy distintos a los utilizados por Perón.

En primer lugar y fundamentalmente, con deuda, que el estado central, las provincias y, bajo su impulso, las empresas privadas contrajeron en la expectativa de que con el tiempo los problemas de competitividad, desequilibrio cambiario y de precios relativos se disiparían. O estallarían en otras manos y otros deberían pagar.

Una estrategia financiera que pudo funcionar, además de por la atenta disposición de los prestamistas, gracias a que la arena política local esta vez, lejos de polarizarse, estuvo dominada por un amplio consenso. Que se fue fortaleciendo incluso a medida que el país se internaba en la crisis: no sólo las fuerzas de oposición, sino también los grupos de interés y sobre todo la opinión pública se abrazaron más y más al régimen de la convertibilidad como último recurso capaz de asegurar el orden social y la gobernabilidad, frente a la alternativa de segura e inmediata catástrofe que implicaba cualquier intento de salir de ella.

A la luz de estas dos experiencias históricas puede verse claramente que el problema básico que está enfrentando Cristina Kirchner hoy, en el ocaso de su gobierno, que coincide nuevamente con el de su capacidad de hacer crecer la economía y el consumo, reside en que no puede administrar su salida ni con las armas del consenso ni con las de la polarización.

Lo que cabe atribuir antes que nada a un problema estratégico que el oficialismo arrastra desde hace ya bastante tiempo: el haber intentado una y otra vez sin éxito polarizar la arena política y no haber creído nunca que iba a necesitar del consenso. Problema que cabe atribuir a una curiosa rigidez mental y que se potencia, curiosamente, a raíz de un déficit en alguna medida opuesto de su política económica: al haber querido navegar a media agua entre el control de cambios y la devaluación está pagando los costos del ajuste sin recibir sus beneficios; casi como si quisiera sumar los dolores de cabeza de Perón y los de Menem, sin obtener en compensación ninguna de las ventajas que cada uno de ellos en su momento obtuvo de lidiar con los mismos.

Con todo, y aunque para su futuro político y el de su sector el curso que se ha fijado Cristina en el final de su gobierno parece ser por completo inviable, y habrá que explicar alguna vez esta vocación autoflagelante, para el país puede resultar bastante inocuo. O al menos más inocuo que los cursos que hubiera podido tomar de inspirarse más fielmente en Perón, o en Menem.

El kirchnerismo podría haber insistido en su guerra contra el dólar y sus promesas de “nunca jamás devaluar”, o podría haber buscado años atrás la vía del endeudamiento y el consenso (al menos en el seno del peronismo). Y entonces su legado hubiera sido en apariencia más vendible, y a la postre más dañino. ¿No lo habrá hecho porque aprendió de las anteriores crisis peronistas más de lo que públicamente reconoce?

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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