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16-04-2017

¿Sturzenegger hará que Macri pierda la elección?

(TN) Aunque combatir la inflación puede tener su importancia dista de ser la prioridad en las encuestas, mientras que casi siempre lo son el empleo y el consumo. Si el gobierno macrista no entiende esta sustancial diferencia es de esperar que siga equivocándose.
Por Marcos Novaro

(TN) En agosto de 1979, tras varios años de inflación en alza, fruto de la crisis del petróleo y de presupuestos cada vez más desequilibrados, Jimmy Carter nombró a Paul Volcker al frente de la Reserva Federal, la que inició un drástico programa de restricción monetaria: para el momento en que Carter debió disputar su reelección, fines de 1980, las tasas de interés habían tocado un máximo de 21,5%, algo nunca visto ni antes ni después en Estados Unidos. Gracias a ello la inflación disminuyó y Volcker lograría renovar su cargo hasta 1987. Pero Carter perdió el suyo ante Ronald Reagan. Influyó también, claro, la crisis de los rehenes en Teherán y el carisma del propio Reagan. Pero la caída de la actividad y el alza del desempleo que siguieron a la escalada de las tasas de interés fueron decisivas en el resultado.

¿Tiene alguna semejanza esta experiencia con el dilema inflacionario y electoral que enfrenta el gobierno de Mauricio Macri, y la actitud frente al mismo del presidente del Banco Central por él designado, Federico Sturzenegger?

Para empezar, comparten el que ambos funcionarios, presidente y responsable monetario, en ambos casos asumieron un compromiso igualmente firme en su lucha contra la inflación, que colocó en un plano en alguna medida secundario otros objetivos, como el ritmo de crecimiento, el alza del consumo y el empleo, etc. Sturzenegger incluso ha dicho días atrás que sólo bajando la inflación habrá auténtica reactivación, y nadie en el Ejecutivo lo contradijo, ni siquiera objetó que podría haber un desajuste temporal entre un objetivo y el otro que justo coincida con el momento en que la sociedad sea llamada a las urnas, entre agosto y octubre de este año. Pequeño problema.

Los cuatro personajes mencionados comparten también el hecho de que las complicaciones que enfrentaron eran en gran parte heredadas, pero la posibilidad de descargarlas en otros las fueron dejando pasar. Ya desde 1973 se sabía que Estados Unidos debería encarar una política de control de los precios y del gasto energético, que tardaría sin embargo años en instrumentarse, y que la oposición y su propio partido en el Congreso encima le bloquearon a Carter por otro par de años más, debido a lo cual el peso de las importaciones de petróleo seguiría siendo hasta mediados de los `80s muy difícil de sostener.

En forma equivalente, poco hizo el gobierno de Macri por explicar que además de la inflación abierta del 25 o 30% anual que recibió de Cristina, cronificada tras una década de mala administración, y aunque negada por el Indec bien visible en los supermercados, recibió también de ella una inflación mejor disimulada, reprimida por el absurdo retraso de las tarifas y del tipo de cambio, que inevitablemente habría que blanquear si se quería normalizar el manejo de la economía y reconstruir la confianza interna y externa. Peor todavía: en vez de avisar que antes de bajar la inflación tendría que subir, los funcionarios macristas de Economía y el Banco Central prometieron a fines de 2015 tasas en baja, comprometiéndose para colmo a lograr porcentajes precisos: 25% para 2016 y 17% para 2017.

Por último, igual que a Carter y Volcker, a Macri y Sturzenegger los extravía su optimismo. Ante todo la creencia de que, aunque la economía no repunte a tiempo, igual la sociedad valorará su esfuerzo. A lo que se suma la aun más irrealista pretensión de lograr objetivos contradictorios con el simple expediente del esfuerzo: con medidas puntuales contra la suba de precios, más presión sobre el gasto público, y sobre todas las cosas más suba de tasas, la inflación debería disminuir pronto y drásticamente, evaporándose la inercia que lleva y sin perjudicar demasiado otros frentes y el consenso social.

De allí que en vez de conformarse con una reducción “modesta”, que sería igual todo un éxito para un plan de estabilización gradualista con sostenido déficit fiscal como el que aplican, por ejemplo pasar del 40% del 2016 a 20 o 22% este año, Macri y su jefe del Central se ataron a una meta extrema, bajarla a entre 12 y 17%. Algo que ya sonaba exagerado a fines de 2015, pero que ahora, visto lo sucedido en el último año y medio, sólo cabría llamar voluntarismo puro.

Las únicas ventajas que tienen por delante los argentinos, vis a vis sus predecesores norteamericanos, son de orden político: primero, nadie les reprochará inconsecuencia si se desvían de su meta a tiempo, y por ahora tiempo tienen, concluidas las paritarias podrán relajar disimuladamente las metas autoimpuestas y apelar a las cláusulas gatillo con los salarios que queden rezagados; segundo, mal que nos pese nuestro Banco Central no influye tanto como pretende en el comportamiento económico general y por tanto las señales que emite difícilmente alcancen, por más que continúen en el tiempo, para inducir a los actores públicos y privados a desinvertir, no consumir ni gastar; y tercero y fundamental, no habrá elecciones presidenciales sino solo legislativas este año y los oficialistas no tendrán enfrente nadie muy desafiante que digamos, pues tardará todavía bastante tiempo en surgir un Reagan o alguien equivalente en la oposición.

Contrario sensu, Macri y Sturzenegger enfrentan un grave desacople entre su percepción del problema económico argentino y la visión que de él tiene el grueso de la sociedad, mientras que Carter y Volcker no padecieron nada parecido frente a sus conciudadanos: para los norteamericanos efectivamente tener una inflación de 12 o 13% anual era un drama, y uno encima inédito, por lo que valía la pena hacer esfuerzos y hasta algún sacrificios para combatirla; en cambio para el grueso de los argentinos convivir con el doble de esa tasa, mientras se puedan seguir aumentando los salarios en proporción similar, no es un gran problema y ha llegado a ser incluso algo normal. Igual que sucedió en los años cincuenta y hasta los ochenta (para desgracia de gobiernos como los de Frondizi y Alfonsín), aunque combatir la inflación puede tener su importancia dista de ser la prioridad en las encuestas, mientras que casi siempre lo son el empleo y el consumo. Si el gobierno macrista no entiende esta sustancial diferencia es de esperar que siga equivocándose.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)

Marcos Novaro
Marcos Novaro
Consejero Académico
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia política y columnista de actualidad en TN. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) y "Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina" (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2019).
 
 
 

 
 
 
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