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Instituto Václav Havel

30-07-2003

El ciudadano Havel

(The New York Times/La Nación) Nunca formó un partido político. Es natural, pues, que al retirarse vuelva a ser una voz solitaria, rodeada apenas de unos pocos asesores íntimos. Disentir tiene su precio, igual que en la era comunista. Ya no lleva en el bolsillo su navaja y cepillo de dientes, por si acaso lo arrestan. Pero le cuesta recaudar fondos para su proyecto de construir una biblioteca y un centro de conferencias donde seguiría luchando por los derechos humanos y un desarrollo equilibrado.
Por Peter S. Green

(La Nación) A los seis meses de su retiro, luego de trece años al frente de la República Checa, Vaclav Havel ha vuelto a ser el máximo disidente político. Admite que es difícil ser ex presidente en un país aún no habituado a esa figura. "Estoy buscando el modo de vivir como un simple ciudadano. No quiero ni puedo oponerme permanentemente al gobierno de turno, pero siento que puedo expresar algunas opiniones con más libertad que antes", confiesa.

Ha venido haciéndolo con cierta regularidad, fustigando, aunque en forma indirecta, a su viejo archioponente y sucesor, Vaclav Klaus. Le critica todo, desde su estilo presidencial hasta su tibio apoyo al ingreso de los checos en la Unión Europea. En junio, cuando el país se aprestaba a votar en un referéndum decisivo, Havel se presentó en un concierto de rock organizado en Praga a favor de la participación y exhortó a sus compatriotas a votar por el ingreso en la UE (lo hicieron). Sólo los criminales podían ver en ello una amenaza, les dijo. Fue una abierta bofetada a Klaus, que supervisó las privatizaciones poscomunistas, a menudo corruptas. Los klausistas devolvieron el golpe. "Sin duda, los ex presidentes tienen un papel que cumplir, pero ese tipo de comentarios socava el valor democrático de un sufragio libre", protestó Ladislav Jakl, asesor de Klaus.

El 23, en Washington, Havel recibirá de manos de George W. Bush la Medalla de la Libertad por defender la política exterior norteamericana y la expansión de la OTAN en Europa oriental. No obstante, Havel no teme dirigir un reproche implícito al presidente estadounidense. "El terrorismo es una gran amenaza y la guerra antiterrorista es algo muy importante, pero no son los únicos factores que deberían determinar el orden mundial", opina. Debemos reprimir a los gobiernos genocidas, pero el nuevo orden debería basarse en "una visión de un mundo multipolar y multicultural, donde las entidades fundamentales sean iguales, se respeten mutuamente, respeten sus diferencias y, al menos, compartan algunos principios básicos de convivencia".

Uno de los placeres del descenso al llano ha sido apartarse del mundo de la política. En 1968, en plena Primavera de Praga, Havel viajó a Gran Bretaña con Olga, su primera esposa, y un amigo, en un achacoso Simca francés. Hace poco, intentó repetir la experiencia con su segunda mujer, Dasa Verskrnova, en un Mercedes deportivo; visitarían a su amigo, el rey Juan Carlos de España. Después de trece años de viajar en limusinas blindadas y aviones oficiales (y, antes de eso, más de diez sin pasaporte), los cambios lo impactaron. "Pensaba ver muchas cosas, pero en realidad no vimos nada. Fuimos por rutas y autopistas, sin cruzar ciudades, ni aldeas, ni siquiera paisajes. Sólo vimos caminos", se lamenta. Al cabo de cuatro días, dejaron el auto en Niza y tomaron un avión a Madrid.

Un hombre libre

Su próxima tarea será escribir un "testamento personal". Les ha pedido a sus asistentes que despejen su agenda para septiembre. Vislumbra un libro a mitad de camino entre las memorias de Henry Kissinger y los escritos libertinos de Charles Bukowski. "ƒl ha cumplido su ciclo. Ha vuelto al puesto de comentarista, de autoridad moral, que ocupaba antes de ser presidente. Allí era el más fuerte", señala Jan Urban, ex disidente y activista de derechos humanos devenido en comentarista de la Radio Checa.

Nunca formó un partido político. Es natural, pues, que al retirarse vuelva a ser una voz solitaria, rodeada apenas de unos pocos asesores íntimos. Disentir tiene su precio, igual que en la era comunista. Ya no lleva en el bolsillo su navaja y cepillo de dientes, por si acaso lo arrestan. Pero le cuesta recaudar fondos para su proyecto de construir una biblioteca y un centro de conferencias donde seguiría luchando por los derechos humanos y un desarrollo equilibrado. Los empresarios ricos que ayer buscaban su favor hoy lo rehúyen: temen inquietar a Klaus o al gobierno socialdemócrata. "Es como la amistad de un cómplice secreto -explica Havel-. Así solía ser en los años de disidencia. En gran medida, es una buena señal, porque confirma mi convicción de que soy un hombre libre, difícil de manipular. ¿Qué más puedo pedir?"

(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)


Peter S. Green
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