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LA DECISIÓN DE NO ACOMPAÑAR A ESTADOS UNIDOS YA ESTA AFECTANDO A CHILE
El escaso apoyo de América Latina a los Estados Unidos en la guerra de Irak cobró en Chile su primera víctima. Su oposición a la tesis norteamericana en el Consejo de Seguridad de la ONU le ha costado la postergación sin fecha de la firma del Tratado de Libre Comercio, que tantas expectativas había producido en las proyecciones de crecimiento 2003-2005.
Por Julio Burdman
El escaso apoyo de América Latina a los Estados Unidos en la guerra de Irak cobró en Chile su primera víctima. Su oposición a la tesis norteamericana en el Consejo de Seguridad de la ONU le ha costado la postergación sin fecha de la firma del Tratado de Libre Comercio, que tantas expectativas había producido en las proyecciones de crecimiento 2003-2005.
En un contexto internacional particularmente adverso para la región, el presidente Lagos optó por correr el riesgo frente al estrecho margen de maniobra que hoy tiene la política exterior hacia Estados Unidos de cualquier país al Sur del Río Grande, considerando no sólo el 11-S sino fundamentalmente el deterioro de la imagen regional en los últimos cuatro años. Y también, optó por aferrarse a la creencia de que la racionalidad de la política comercial, y los códigos de la política propiamente dicha, se mueven por carriles separados. Otras visiones sostienen la probabilidad de que el propio embajador norteamericano en Chile, Edward Brownfield, haya enviado señales confusas al respecto, minimizando el efecto que tendría una oposición chilena.
Aunque desde sectores del gobierno chileno se atribuye la postergación a cuestiones técnicas de la agenda diplomática, lo cierto es que la misma proviene del Departamento de Estado norteamericano y surge por una decisión política.
Chile tiene la mala suerte de ser desde enero uno de los quince países que conforman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y su decisión de no apoyar la guerra no fue bien recibida por los legisladores norteamericanos, lo que había revertido el voto favorable que algunos senadores y diputados republicanos (incluidos algunos miembros del Comité de Medios y Arbitrios), que se manifestaban a favor del TLC con Chile hasta el 8 de marzo, fecha de la declaración de Lagos anticipando el voto negativo de su país.
Por este motivo, desde Estados Unidos se promovió la separación del tratamiento de los proyectos de TLC de Chile y Singapur, que hasta entonces habían corrido el mismo camino: el 27 de marzo pasado se convocó a la firma del proyecto de Singapur el 6 de mayo próximo -y luego se envía al Congreso, donde se aprobaría-, mientras que el pliego de Chile quedó sin fecha programada.
¿Qué produjo la bifurcación de los dos compañeros de ruta? Que Singapur apoyó decididamente la guerra; más aún, desde el 11 de septiembre es un aliado incondicional de Estados Unidos en su guerra al terrorismo, tiene un acuerdo para la utilización de bases norteamericanas en Singapur e inclusive combatió en su propio territorio al grupo terrorista asiático Jemaah Islamiya, vinculado a Al Qaeda.
La postergación no implica que Chile no vaya a conseguir el TLC, después de trabajar en ello por más de una década. Según el analista político Jorge Olave, la interpretación chilena es que, en la medida que Estados Unidos continúe comprometido con el proyecto ALCA, no puede dejar de lado el TLC con Chile. Bush no tiene ningún plazo legal para firmar el Tratado y mandarlo al Congreso, con lo que el caso chileno puede quedar en observación respecto de futuras señales. Siguiendo con esta lógica, de mantenerse el proyecto de ALCA 2005 el TLC con Chile podría ver la luz entre fines de 2003 y principios de 2004, y aún así no alterar el cronograma. No existen argumentos todavía para replantearse el escenario del ALCA, salvo uno: una reelección de Bush en un contexto de guerra en Medio Oriente que prefiera -como en este caso- no encarar pasos conflictivos en otros frentes. Esta interpretación optimista de la postergación, que prevé novedades en cuestión de meses, no descarta otros ‘castigos’ en otras áreas de la relación bilateral.
De esta forma, el gobierno chileno aceptó cierto riesgo sobre una política de Estado en función de la posición principista del presidente Lagos. En el seno del gobierno, predominó el ala política -los "asesores"- del Partido Socialista y no la posición de la canciller Soledad Alvear, más pro-norteamericana que su Presidente. Puso en evidencia también que es el pensamiento de Lagos, y no la visión de la Cancillería, lo que conduce la política exterior chilena.
La postergación del TLC con Chile es así el primer gesto importante de 'castigo' por parte del país del Norte hacia los estados latinoamericanos que no acompañaron la decisión de atacar Irak y, más ampliamente, que no están interpretando correctamente las nuevas reglas y desafíos norteamericanos. Desde el 11 de septiembre, en una región que ya venía apartándose de la política norteamericana en varios frentes, no hay espacio para tonalidades grises en la relación con el país más poderoso de la tierra.
Julio Burdman es analista político-económico especializado en América Latina. Es Director de Investigaciones del Centro de Estudios Nueva Mayoría y Director del Observatorio Electoral Latinoamericano.
Julio BurdmanJulio Burdman es Politólogo (UBA). Director del Observatorio Electoral Latinoamericano.
El escaso apoyo de América Latina a los Estados Unidos en la guerra de Irak cobró en Chile su primera víctima. Su oposición a la tesis norteamericana en el Consejo de Seguridad de la ONU le ha costado la postergación sin fecha de la firma del Tratado de Libre Comercio, que tantas expectativas había producido en las proyecciones de crecimiento 2003-2005.
En un contexto internacional particularmente adverso para la región, el presidente Lagos optó por correr el riesgo frente al estrecho margen de maniobra que hoy tiene la política exterior hacia Estados Unidos de cualquier país al Sur del Río Grande, considerando no sólo el 11-S sino fundamentalmente el deterioro de la imagen regional en los últimos cuatro años. Y también, optó por aferrarse a la creencia de que la racionalidad de la política comercial, y los códigos de la política propiamente dicha, se mueven por carriles separados. Otras visiones sostienen la probabilidad de que el propio embajador norteamericano en Chile, Edward Brownfield, haya enviado señales confusas al respecto, minimizando el efecto que tendría una oposición chilena.
Aunque desde sectores del gobierno chileno se atribuye la postergación a cuestiones técnicas de la agenda diplomática, lo cierto es que la misma proviene del Departamento de Estado norteamericano y surge por una decisión política.
Chile tiene la mala suerte de ser desde enero uno de los quince países que conforman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y su decisión de no apoyar la guerra no fue bien recibida por los legisladores norteamericanos, lo que había revertido el voto favorable que algunos senadores y diputados republicanos (incluidos algunos miembros del Comité de Medios y Arbitrios), que se manifestaban a favor del TLC con Chile hasta el 8 de marzo, fecha de la declaración de Lagos anticipando el voto negativo de su país.
Por este motivo, desde Estados Unidos se promovió la separación del tratamiento de los proyectos de TLC de Chile y Singapur, que hasta entonces habían corrido el mismo camino: el 27 de marzo pasado se convocó a la firma del proyecto de Singapur el 6 de mayo próximo -y luego se envía al Congreso, donde se aprobaría-, mientras que el pliego de Chile quedó sin fecha programada.
¿Qué produjo la bifurcación de los dos compañeros de ruta? Que Singapur apoyó decididamente la guerra; más aún, desde el 11 de septiembre es un aliado incondicional de Estados Unidos en su guerra al terrorismo, tiene un acuerdo para la utilización de bases norteamericanas en Singapur e inclusive combatió en su propio territorio al grupo terrorista asiático Jemaah Islamiya, vinculado a Al Qaeda.
La postergación no implica que Chile no vaya a conseguir el TLC, después de trabajar en ello por más de una década. Según el analista político Jorge Olave, la interpretación chilena es que, en la medida que Estados Unidos continúe comprometido con el proyecto ALCA, no puede dejar de lado el TLC con Chile. Bush no tiene ningún plazo legal para firmar el Tratado y mandarlo al Congreso, con lo que el caso chileno puede quedar en observación respecto de futuras señales. Siguiendo con esta lógica, de mantenerse el proyecto de ALCA 2005 el TLC con Chile podría ver la luz entre fines de 2003 y principios de 2004, y aún así no alterar el cronograma. No existen argumentos todavía para replantearse el escenario del ALCA, salvo uno: una reelección de Bush en un contexto de guerra en Medio Oriente que prefiera -como en este caso- no encarar pasos conflictivos en otros frentes. Esta interpretación optimista de la postergación, que prevé novedades en cuestión de meses, no descarta otros ‘castigos’ en otras áreas de la relación bilateral.
De esta forma, el gobierno chileno aceptó cierto riesgo sobre una política de Estado en función de la posición principista del presidente Lagos. En el seno del gobierno, predominó el ala política -los "asesores"- del Partido Socialista y no la posición de la canciller Soledad Alvear, más pro-norteamericana que su Presidente. Puso en evidencia también que es el pensamiento de Lagos, y no la visión de la Cancillería, lo que conduce la política exterior chilena.
La postergación del TLC con Chile es así el primer gesto importante de 'castigo' por parte del país del Norte hacia los estados latinoamericanos que no acompañaron la decisión de atacar Irak y, más ampliamente, que no están interpretando correctamente las nuevas reglas y desafíos norteamericanos. Desde el 11 de septiembre, en una región que ya venía apartándose de la política norteamericana en varios frentes, no hay espacio para tonalidades grises en la relación con el país más poderoso de la tierra.
Julio Burdman es analista político-económico especializado en América Latina. Es Director de Investigaciones del Centro de Estudios Nueva Mayoría y Director del Observatorio Electoral Latinoamericano.
