Derechos Humanos y
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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

13-04-2008

La antorcha olímpica chorreó su sangre en Buenos Aires

Imagino a los dictadores de Pekín observando enormemente satisfechos las imágenes de Buenos Aires: ¡qué contraste con el feo espectáculo de París, de Londres, de San Francisco! ¡Qué bien se portaron esos argentinos! Es que Buenos Aires dio aire a la asediada antorcha sangrienta de Pekín, después de las palizas mediáticas de las tres ciudades anteriores. Entonces, ya no habló más el COI, aunque fuese tímidamente, de la situación de los derechos humanos en China. Por algo el deporte es la actividad favorita de las dictaduras y los totalitarismos: por esta abrumadora capacidad anestesiante y emboludecedora que sólo él tiene.
Por Pablo Díaz de Brito

Solamente faltó un José María Muñoz, aquel infame relator de fútbol del Proceso, que con su repugnante tono melodramático fue la voz del Mundial de Fútbol de 1978 realizado en la Argentina. Hablo, claro, de la recorrida de la llama olímpica por Buenos Aires. Los argentinos que se reúnen en las calles, emocionados, los medios que se congratulan: no hubo disturbios, dicen exultantes, no se "empañó" la sagrada ceremonia. El final, imperdible: al Kitsch deportivo se sumó el musical, con la inenarrable Soledad. ¿Qué más se puede pedir? Pero hay más, sin embargo: el periodista Gonzalo Bonadeo, feliz él en su obesidad sonriente portando la antorcha. Juan Pablo Varsky, otro: escribe una columna en primera persona en La Nación en la que se explaya sobre sus profundas emociones. Que son, por supuesto, inolvidables. Palabrita clave del repertorio melodramático argentino. Ya se sabe, cuando nos emocionamos todos los argentinos, pero todos juntos..., porque, ¡qué lindo es ser argentinos así, todos juntos, en paz!

En el 78 yo era colimba. Hinchaba rabiosa y silenciosamente por Holanda, partido a partido. Me tocó sufrir la final en casa, estando de licencia. Los argentinos, tan felices ellos, salían a tocar bocina, toda la familia argentina en el autito, bocineando y cantando: ¡el que no salta es holandés! Yo andaba masticando bronca por el centro, puteando liberatoriamente: ¡boludos!; claro, no estaba en el cuartel, donde tenía que cuidarme de no incurrir en traición futbolística a la patria. Se dirá: qué tiene que ver, esto es democracia, fue una fiesta deportiva en libertad. No, argentos, no. El hecho, tan obvio como negado, es que la antorcha olímpica chorrea sangre, como en 1978 la copa del mundo: esto lo saben, no digo Gaby Sabattini, pobrecita, pero sí Bonadeo, sí Varsky, sí muchos argentinos que mostraron su sonrisa beatífica ante el paso de la llamita. Y que no pueden decir "yo no sabía". Imagino a los dictadores de Pekín observando enormemente satisfechos las imágenes de Buenos Aires: ¡qué contraste con el feo espectáculo de París, de Londres, de San Francisco! ¡Qué bien se portaron esos argentinos! (Pese a que los cagamos hace unos años con el cuento chino de las inversiones por 20mil palos verdes, agregarán, picaros, los burócratas del PCH). Es que Buenos Aires dio aire, y perdón por este paupérrimo juego de palabras, a la asediada antorcha sangrienta de Pekín, después de las palizas mediáticas de las tres ciudades anteriores. Ya no habló más el COI, aunque fuese tímidamente, de la situación de los derechos humanos en China, por ejemplo. Y el presidente chino, Hu Jintao, sí que habló, él sí, con la recobrada arrogancia del dictador que se sabe titular de la segunda potencia económica del mundo. Nada de dialogar con "la banda del Dalai", bramó Hu. Nada de entrometerse con los "asuntos internos de China y sus provincias", por el Tíbet, que no es provincia china, como sabe todo el mundo, sino un país anexado con una invasión militar. El PCCH se reunió para repudiar la valiente resolución del Europarlamento con idéntico tono arrogante. Volvió por supuesto a reinar el clásico argumento de las dictaduras represoras: el latiguillo de "los asuntos internos" para no dar cuentas de su brutalidad. Como el Proceso, como Pinochet y como un largo etc. Repito: los argentinos, que sonreían satisfechos, que salieron a las calles de Buenos Aires para "participar de la ceremonia en paz", no pueden no saber de su complicidad activa con la dictadura china. "Separemos por favor el deporte de la política", fue el precario y viejo argumento ad hoc, usado mil veces en el pasado por los José María Muñoz de todas las latitudes y tiempos y reaparecido ahora en Buenos Aires. De nuevo: de Mauricio Macri, un inválido intelectual y moral, ¿qué otra cosa se puede esperar? Pero de otras figuras y de algunos medios había derecho a esperar algo, un poquito. Me sentí como el personaje de Nanni Moretti cuando le pide a D'Alema que, por favor, diga "algo de izquierda". Nada más que yo le pedía a cualquiera, a Lilita, a, no sé, a Sebreli, al que fuera, que, por favor, dijera algo "disidente", crítico, sobre esta orgía de conformismo nauseabundo, este baño colectivo de argentinidad sonriente y boluda. Me los imagino, a los concurrentes, luego de aplaudir y sonreír con "orgullo argentino" el paso de la antorcha que va a Pekín, salir caminando satisfechos, siempre "en familia", por supuesto.

Por algo el deporte es la actividad favorita de las dictaduras y los totalitarismos: por esta abrumadora capacidad anestesiante y emboludecedora que sólo él tiene. Por esto también es fácil imaginar a las legiones de chinos con sus sonrisas prefabricadas, de felicidad decididamente falsa e idiota, recibiendo la llama en agosto en una Pekín militarizada y silenciada. Para que "el deporte no se contamine con la política", como repitieron de manera obsesiva los medios argentinos, para que no se arruine la "fiesta del deporte, del espíritu olímpico". La falacia de esta frase hecha, repetida por generaciones, no puede ser mayor ni más hipócrita: las ceremonias de deportes de masas, organizadas por el Estado, SON políticas, lo son hasta la médula. ¿Cuándo se va a entender esto? Creo que hasta Macri se da cuenta de la enorme valencia política de las imágenes de Buenos Aires para el régimen chino. Por supuesto, de la suerte de los tibetanos y de los propios chinos, le importa mucho menos que el futuro del tercer arquero suplente de Boca. Y parece que no solamente a él. Qué lindo día argentino, el de la antorcha: verdaderamente perfecto.

Pablo Díaz de Brito es periodista.

 

Pablo Díaz de Brito
Pablo Díaz de Brito
Periodista.
 
 
 

 
 
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