Derechos Humanos y
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13-08-2003

CHÁVEZ NO CUMPLIRÁ LO PACTADO

Hugo Chávez, si le conviene, firma cualquier papel que le pongan delante. Es una vieja e inveterada costumbre. En 1992, cuando era teniente coronel del ejército, pese a su juramento de defender las leyes vigentes y someterse a la autoridad de la institución a la que pertenecía, asaltó la casa presidencial y dejó decenas de cadáveres en las calles de la capital.
Por Carlos Alberto Montaner
Hugo Chávez, si le conviene, firma cualquier papel que le pongan delante. Es una vieja e inveterada costumbre. En 1992, cuando era teniente coronel del ejército, pese a su juramento de defender las leyes vigentes y someterse a la autoridad de la institución a la que pertenecía, asaltó la casa presidencial y dejó decenas de cadáveres en las calles de la capital. Ese acto terrible, al margen de la sangrienta insubordinación, revelaba una faceta siniestra de su carácter: la mínima importancia que Chávez les concede a los compromisos adquiridos. Las únicas lealtades que reconoce son las establecidas con su proyecto político personal y con su peligrosísima urgencia mesiánica. A todo eso, claro, le llama ''la historia'', como suele suceder con los caudillos enfermos de narcisismo que no han recibido tratamiento psiquiátrico adecuado.
Hace pocas fechas Chávez aceptó someterse al referéndum revocatorio contemplado por la constitución venezolana, la ''bicha'' que él mismo concibió e impuso, pero sin intenciones reales de cumplir lo pactado. Firmó presionado por César Gaviria, Jimmy Carter y el resto de los ''amigos'' que median en el conflicto que estremece al país desde hace más de dos años. Si se hubiera negado habría disminuido su ya mínima cuota de legitimidad democrática. También firmó para ganar tiempo, formar cuadros y esperar el momento de pasar a la acción.
Poco después de signar el acuerdo con la oposición le tocó el turno al ''Grupo de Río''. Junto a otros presidentes, reunidos en Cusco, Perú, puso su nombre al pie de un documento en el que conminaban a las narcoguerrillas colombianas a desarmarse y se comprometían a defender colectivamente la democracia. Pero pocas horas más tarde se desdijo, utilizando para ello su tribuna favorita, Aló, presidente, un circo radial y televisado cuya carpa monta semanalmente desde Caracas.
La expresión que Chávez utilizó para cancelar su compromiso con los países del Grupo de Río es muy gráfica. Aceptó haber firmado con ''reserva estratégica total''. ¿Qué quiere decir eso? La frase significaba que había suscrito el texto por puro compromiso, sin la menor intención de cumplir su contenido. Actitud, por cierto, que descubre otro rasgo de su sicología: Chávez carece de firmeza. Prefiere engañar a discrepar. Rehuye el enfrentamiento personal. Podía haberse negado a calzar el documento con su nombre, pero esa posición lo hubiera llevado a un encontronazo con Lago, Uribe o Fox, así que optó por mentir: rubricó la declaración y luego, una vez en Venezuela, retiró su firma.
Chávez sólo va a someterse al referéndum revocatorio si la presión internacional y nacional es de tal naturaleza que se le hace evidente que será inexorablemente derrocado si no cumple la ley. Para evitar que los venezolanos sean contados hará cualquier cosa. Intentará subterfugios legales. Recurrirá a la violencia selectiva. Generará todo tipo de desórdenes que justifiquen la declaración de ''estado de excepción'' y la suspensión parcial o total de la constitución. ¿Por qué? Porque sabe que sería fácilmente barrido en las urnas. El 70% de los venezolanos desea que termine la pesadilla del peor gobierno que ha conocido el país. La devaluación de la moneda, el desempleo y el desabastecimiento han crecido de forma asombrosa. La corrupción y la incompetencia han llegado a cotas nunca vistas. La violencia se ha multiplicado hasta convertir a Caracas en una de las ciudades más peligrosas del mundo. A Chávez hoy lo rechazan los pocos ricos que quedan en la nación, la golpeada clase media y una buena parte de los sectores más pobres. Como consecuencia de ello, dos sentimientos dominan obsesivamente a los venezolanos: la desesperanza y el deseo de huir.
El escritor cubano Fernando Velázquez, autor de la formidable novela La última rumba en La Habana, recordaba recientemente la tremenda frase de Bolívar: ''La única cosa que se puede hacer en América es emigrar''. ¿Es eso cierto en el caso venezolano? No... todavía. Chávez, no hay duda, pretende continuar desmantelando paulatinamente el estado de derecho, mientras deliberadamente arruina al sector empresarial --es así como desarrolla su proyecto revolucionario--, pero es posible que ese peculiar camino no conduzca hacia una variante de la dictadura comunista, como sueña el antiguo golpista, sino a un caos generalizado en el que la república prácticamente se paralice como consecuencia de la desobediencia casi total de las instituciones públicas, incluidas las fuerzas armadas.
Cuando se llegue a ese punto, y ante el riesgo de perder el poder, Chávez y la línea dura de su movimiento armarán y encuadrarán a sus partidarios en brigadas especiales, y, unidos a la facción militar más radical --la que está más cerca de Castro, cuidadosamente cultivada por los servicios cubanos--, intentarán la revolución total mediante actos de represión masivos encaminados a intimidar y someter a la sociedad a cualquier precio. Chávez lo advirtió en su entusiasmada carta de marzo de 1999 al terrorista Ilich Ramírez Sánchez, el Chacal, preso en París acusado de decenas de crímenes: ``Todo tiene su tiempo: de amontonar piedras o de lanzarlas''.
Chávez las está amontonando. Cuando llegue el momento las lanzará todas sin ninguna compasión.
Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner
Escritor y Periodista, nacido en Cuba, vive en España hace más de 40 años. Autor entre otros libros "Viaje al Corazón de Cuba"
 
 
 

 
 
 
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