Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

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26-02-2009

“¡Vivan las dictaduras!”

Chávez en Venezuela utiliza la democracia como atajo para instalar una tiranía. Y esto es lo que, por ingenuidad o por convicción, están avalando en Uruguay y en otros lugares los que se felicitan por el “ejemplo democrático” de Venezuela.
Por Claudio Paolillo

¿Puede una dictadura ser “legal”? ¿Puede ser “constitucional” o, incluso, “democrática”? Aunque los binomios dictadura-ley, dictadura-constitución y dictadura-democracia están formados por palabras que expresan radicales antinomias, de cuando en cuando a la Humanidad le da por parir personajes que consiguen, durante un tiempo histórico relativamente breve, hacer pasar en ciertas sociedades esas flagrantes contradicciones como si fueran armoniosas parejas que se complementan mutuamente.

Los antecedentes intelectuales del nazismo —y el propio nazismo— fueron un excelente ejemplo de eso. Cuando en enero de 1871, Bismarck creó el “Segundo Reich”, una fachada democrática encubrió la verdadera naturaleza del régimen. El imperio alemán fungía como “democrático” a través del Reichstag, pero sus miembros, electos mediante el voto universal masculino, tenían escasísimos poderes. El poder radicaba esencialmente en el emperador, que designaba por sí y ante sí al canciller, quien era responsable por sus actos ante el emperador y no debía rendir cuentas al Reichstag. La Asamblea no podía mantener ni derribar al canciller, porque esto era una prerrogativa del monarca. “En contraste con el desarrollo conseguido en otros países de Occidente, la idea de democracia del pueblo soberano, de la supremacía del Parlamento, nunca llegó a echar raíces en Alemania, ni siquiera después de haber comenzado el siglo XX”, comenta William L. Shirer en su magnífica obra “Auge y caída del Tercer Reich” (1). De modo que la “democracia” de Bismarck era, en realidad, una autocracia militarista dirigida por el emperador.

En la primera mitad del siglo XIX, Hegel, desde su cátedra en la Universidad de Berlín, glorificó al Estado como algo “supremo” en la vida humana. Hegel sostenía que el Estado lo era todo, o casi todo, y que tenía “el derecho supremo contra el individuo, cuyo supremo deber es ser miembro del Estado”. El filósofo alemán llamaba “héroes” a los conductores del Estado y les aconsejaba: “pretensiones morales irrelevantes de por sí no deben ser puestas en colisión con consideraciones históricas de valor mundial y con el cumplimiento de las mismas. La letanía de virtudes privadas, modestia, humildad, filantropía y paciencia no debe alzarse contra eso. Una forma tan poderosa —el Estado— tiene que hollar muchas flores inocentes, hacer añicos muchos objetos en su camino”. No fue casualidad que Marx y Lenin se inspiraran en estas enseñanzas de Hegel para la fundación del comunismo. Tampoco lo fue que Bismarck y Hitler abrevaran en el pensamiento hegeliano para imponer, el primero, la autocracia durante el “Segundo Reich” y, el segundo, el nazismo durante el “Tercer Reich”.

Todo esto viene a cuento por la reciente consagración plebiscitaria de la dictadura cívico-militar de Venezuela, que dirige el teniente coronel Hugo Chávez. No son pocos los políticos, periodistas e intelectuales latinoamericanos que ven en ese país —y así lo proclaman— una “democracia”. Cuentan las veces que Chávez ganó elecciones o referendos y eso les alcanza para exclamar a los cuatro vientos que el régimen del ex paracaidista golpista es una democracia sin tachas ni sombras.

Olvidan, por cierto, las mismas cosas que por complicidad o estupidez “dejaron escapar” los contemporáneos de Lenin y de Hitler. Olvidan que Chávez llama a los opositores “mierda” (como Lenin les llamaba “cucarachas” y Hitler “basura”), olvidan que el Poder Legislativo está sometido a la voluntad del comandante, olvidan que los jueces y los fiscales no pueden hacer nada que moleste al dictador sin sufrir las consecuencias correspondientes sobre sus carreras y personas, olvidan que la prensa independiente o crítica vive asediada todos los días por los “camisas rojas”, olvidan que el “presidente democrático” usó todos los recursos del Estado como si le fueran propios para ganar el plebiscito y olvidan que la población venezolana vive bajo un clima de intimidación y de miedo que imposibilita conocer cuál es su auténtico sentir. Igual que los cubanos.

Pero, además de olvidadizos, hay entre estos señores gente que se acomoda, gente que se asusta y gente que padece de una ingenuidad infantil. Aunque también los hay hipócritas y personas con mentalidad genuinamente totalitaria. Estos últimos son los mismos que se rasgaban las vestiduras, con razón, cuando pedían el retorno de la democracia tras las dictaduras “de derecha” de los años ‘60, ‘70 y ‘80 en América Latina, pero ahora, cuando las dictaduras son “de izquierda” y los mismos valores básicos son violentados —las libertades individuales, el derecho a disentir, el derecho a reunirse pacíficamente, la separación de poderes, una justicia independiente, etc.—, no reclaman que vuelva la democracia sino que dicen: “esto es la democracia”.

Y de toda esta ralea —olvidadizos, acomodaticios, pusilánimes, ingenuos, hipócritas y totalitarios— hay muchos personeros en el Uruguay, tanto entre el pueblo común como en la clase dirigente, algunos de ellos con pretensiones políticas de alto vuelo. Además, como es notorio, el gobierno de Uruguay es socio del gobierno de Venezuela desde el punto de vista político (Uruguay ya aprobó la integración de Venezuela al Mercosur) y desde el punto de vista económico (Venezuela ha concretado desde el año 2005 millonarias inversiones en Uruguay, algunas de ellas de dudoso origen y otras de inobjetable destino ruinoso).

Ojalá fueran todos únicamente olvidadizos, porque entonces bastaría con recordarles algunas lecciones de la historia para que recapacitaran. Por ejemplo: cuando Hitler fue a prisión en Alemania por intentar derrocar a la República, le comentó a Karl Ludecke, uno de sus secuaces, cuál sería su futura estrategia: “Cuando vuelva al trabajo activo será necesario seguir una nueva política. En vez de actuar por medio de la fuerza para conseguir el poder, tendremos que agachar la cabeza e ingresar en el Reichstag para oponernos a los diputados católicos y marxistas. Si vencerlos en las elecciones nos lleva más tiempo que expulsarlos, al menos el resultado estará garantizado por su propia Constitución. Todo proceso legal es lento...Pero más tarde o más temprano tendremos una mayoría...y, después de eso, Alemania” (2). Luego, Hitler fue electo por el pueblo alemán e instauró su dictadura nazi a golpe de plebiscitos.

Esto es exactamente lo que está haciendo Chávez en Venezuela: utiliza la democracia como atajo para instalar una tiranía. Y esto es lo que, por ingenuidad o por convicción, están avalando en Uruguay y en otros lugares los que se felicitan por el “ejemplo democrático” de Venezuela.

Hace poco, un lector anónimo —de esos que pululan al amparo de la irresponsabilidad que impera en la Internet— exclamó “¡que vivan las dictaduras!”, luego de confesar su admiración por los pretendidos “logros” del régimen cubano.

Pues, señor anónimo y todos los demás: las dictaduras son todas malas. No importa si se presentan como “de izquierda” o “de derecha”. Si no creen en eso, entonces no creen en la libertad. Y esto, al final, es lo único que importa.

(1) William L. Shirer, “Auge y caída del III Reich”,  Editorial “Casal I Vall”, 1962, pág. 113 y 114
(2) Op. Cit., pág. 137

 

Claudio Paolillo
Claudio Paolillo
Claudio Paolillo es editor y director periodístico del Semanario Búsqueda (Uruguay) y Director Regional de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
 
 
 

 
 
 
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