Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

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17-02-2003

Costa Rica o el modelo fallido

Miguel Angel Rodríguez, ex presidente de los ticos, me pidió que presentara su último libro. Y, tras leer el manuscrito, me fui a San José con mucho entusiasmo, porque es una obra que debe examinar toda persona interesada en la lucha por el desarrollo económico y la..
Por Carlos Alberto Montaner

Miguel Angel Rodríguez, ex presidente de los ticos, me pidió que presentara su último libro. Y, tras leer el manuscrito, me fui a San José con mucho entusiasmo, porque es una obra que debe examinar toda persona interesada en la lucha por el desarrollo económico y la estabilidad democrática, al tiempo que da algunas pistas sobre un misterioso e inquietante fenómeno social al que me referiré al final de este artículo. No se impaciente.
¿Qué mérito extraordinario tienen estos papeles bajo el título de La solución costarricense? En primer término, se trata de un voluntario ''juicio de residencia'', como se llamaba en la época de la colonia a las inquisitivas auditorías a que se sometían los virreyes cuando terminaban sus mandatos en el nuevo mundo. Todavía no hace un año que Miguel Angel concluyó su período presidencial y ha querido ofrecerles a sus compatriotas una memoria franca, muy bien escrita, de lo que fue su gobierno: de los problemas que existían cuando llegó al poder, de lo que se propuso lograr, de lo que efectivamente pudo llevar a cabo, y de lo que no consiguió como consecuencia de sus errores en los planteamientos o en la ejecución de los planes.
Ojalá cunda el ejemplo. Sería hermoso que todos nuestros gobernantes se sometieran a ese tipo de ejercicio cuando abandonan la jefatura del estado. Es la mínima cortesía que les deben a quienes los llevaron a la casa de gobierno o a quienes se les opusieron. Al fin y al cabo, un presidente es sólo el administrador del sector público (y el regulador del privado), a quien se le contrata por un periodo --cuatro años en Costa Rica-- con el objeto de que realice cierto trabajo. Y si el jefe de cualquier compañía más o menos grande se ve obligado a publicar memorias anuales con explicaciones detalladas de sus actos destinadas a los accionistas, cómo no demandar de nuestros gobernantes que rindan cuenta precisa de lo que hicieron y de lo que no hicieron, de las leyes que dictaron o que abrogaron, de los presupuestos generales que aprobaron y del destino final de los recursos que se le entregaron.
Una parte sustancial del ácido divorcio entre la sociedad y el estado que existe en América Latina es la consecuencia de dos fenómenos concatenados: la ausencia de rendición de cuentas por parte de los gobernantes hacia los gobernados y la indiferencia de los políticos y funcionarios hacia los resultados prácticos de su paso por el poder. ¿Cómo pedirles a los latinoamericanos que se identifiquen con sus gobiernos y que sientan como algo propio las instituciones del estado si quienes administran el sector público ni son ni se sienten responsables de sus actos? ¿Cuántas veces hemos visto el penoso espectáculo del político que lucha fieramente por alcanzar el poder, y, una vez que lo logra, comienza a improvisar y dar palos de ciego porque no tenía la menor idea de lo que se proponía hacer una vez que obtuviera el mandato de sus compatriotas? ¿Cuántas veces lo hemos visto concluir su periodo de gobierno con la misma sensación de atolondramiento y confusión con que comenzó?
Y ahora vamos al enigma costarricense que Miguel Angel Rodríguez, sin decirlo de una manera clara, aborda en su libro: durante la segunda mitad del siglo XX se estableció como verdad indiscutible que el desarrollo económico era la consecuencia de una sana combinación entre el capital humano, expresado en la educación o formación académica, y el capital cívico, es decir, la suma de los valores y principios que inclinaban al conjunto de la población a un acatamiento respetuoso de la ley y las instituciones del estado. En Costa Rica abundaban los dos elementos: tanto el capital humano como el cívico, pero el país no despegaba en el terreno económico. Intelectual o emocionalmente los ticos eran intercambiables con los holandeses o los suizos, pero el desempeño económico de la sociedad era infinitamente inferior.
¿Qué sucede? Pues, a juzgar por los contratiempos que sufrió Miguel Angel Rodríguez en el ejercicio del poder, de acuerdo al relato de su libro, la sociedad tica tiene una visión anticuada de la economía --populista, estatista, proteccionista, proclive al asistencialismo-- y, sobre todo, una actitud extraordinariamente conservadora. No quiere cambiar porque el cambio le resulta riesgoso. Sabe que el estado es un administrador lento y torpe, pero la idea de privatizar ciertos servicios la pone a temblar. Casi nadie ignora que el país tiene el potencial de realizar un ''milagro'' económico a la manera irlandesa, española o taiwanesa, pero el conjunto de la sociedad prefiere un aletargado destino tercermundista que pagar el alto precio de vivir en una sociedad incómodamente ``estresada''.
Es una lástima, porque América Latina está a la búsqueda de un modelo de desarrollo que sirva como referencia para el conjunto. Cuando se invoca los ejemplos de España y Chile, dos países nuestros que parecen definitivamente embarcados hacia la modernidad y el progreso, siempre los descalifican recordando las dictaduras de Franco y Pinochet. Sin embargo, si los ticos lograran que la impecable democracia que han construido alentara, además, la construcción de un país desarrollado, se convertirían en un ejemplo irreprochable para todas las naciones de la cultura iberoamericana. Ese deseo, por cierto, recorre el libro del ex presidente Rodríguez.

Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner
Escritor y Periodista, nacido en Cuba, vive en España hace más de 40 años. Autor entre otros libros "Viaje al Corazón de Cuba"
 
 
 

 
 
 
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