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Václav Havel fue, sin proponérselo, uno de los grandes estadistas europeos del siglo XX por su rol en la transición pacífica del comunismo a la sociedad libre en la ex Checoslovaquia. Fue un hombre de formación autodidacta –se le prohibió estudiar en la universidad por sus antecedentes de “clase”- y que se permitió reflexionar sobre la condición humana en la sociedad moderna, sepultada por el totalitarismo en la negación de la libertad.
Fue, como muchos de su generación, un entusiasta de las reformas de la Primavera de Praga de 1968 que impulsó Dubc(ek, que fueron aplastadas por los tanques del Pacto de Varsovia en agosto de ese año. A partir de entonces, la sociedad quedó congelada en lo que se conoció como la “normalización”, un extenso período que finalizó en 1989 con el inicio de la transición.
Havel, dramaturgo y ensayista que publicaba en la clandestinidad y que recibía premios y distinciones en Occidente, no vaciló en sumarse a los grupos disidentes que reclamaban abiertamente que las autoridades respetaran las libertades fundamentales y el medio ambiente. En 1977, junto a otros destacados intelectuales checos, formó la Carta 77, en la que fue uno de los primeros voceros junto a Jir(í Hájek y Jan Patoc(ka.
El 19 de noviembre de 1989 fundó con estos disidentes, los estudiantes universitarios en huelga y los artistas de teatro lo que se llamó el Foro Cívico, un movimiento opositor checo al régimen socialista. Allí se notó la fuerte impronta de Havel desde el comienzo: esta agrupación era horizontal, tomaba sus decisiones después de un amplio debate por consenso, y era ideológicamente heterogéneo. En el Foro Cívico confluían todas las corrientes de pensamiento, desde trotskistas hasta liberales, comunistas reformistas y conservadores; católicos, ateos y protestantes. El propósito era que se derrumbara un sistema basado en la mentira, la opresión y el auto-totalitarismo, para transitar hacia una sociedad pluralista, libre y en la que se pudiera vivir en la verdad.
Havel no era un político profesional. Tras ser electo sucesivamente presidente de la República Socialista Checoslovaca, de la República Federal Checo-Eslovaca y luego, por dos períodos, de la República Checa, fue siempre un hombre sin partido político. En innumerables ocasiones puso sus convicciones por encima de lo que convenía políticamente, poniendo en serios aprietos a los primeros ministros checos. A pesar de su gran popularidad, no logró impedir la separación de Checoslovaquia.
Intentó, en la medida de sus posibilidades, mantenerse alejado del rígido protocolo de la primera magistratura y siguió escribiendo sus reflexiones sobre el porvenir de Europa, a la que imaginó más estrechamente unida.
Con él se va un gran demócrata, un hombre de profundas convicciones humanistas, pero nos deja sus ensayos, sus libros y el recuerdo de una vida vivida en la verdad.
Ricardo López Göttig autor es Doctor en Historia por la Universidad Karlova de Praga, analista y miembro del Consejo Académico de CADAL y profesor visitante de la Universidad Torcuato Di Tella.