Derechos Humanos y
Solidaridad Democrática Internacional

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Instituto Václav Havel

27-01-2005

La Unión Europea y Fidel

Por Václav Havel

RECUERDO el aprieto, algo ridículo -y arriesgado, y algo penoso- en que los diplomáticos occidentales en Praga se encontraban durante la Guerra Fría. Periódicamente, tenían que resolver la delicada cuestión de si invitar a las celebraciones de su embajada a diversos firmantes de la Carta 77, activistas en pro de los derechos humanos, críticos del régimen comunista, políticos relegados o incluso escritores, académicos y periodistas vetados... personas que solían ser amigas de los diplomáticos.

Unas veces, nosotros, los disidentes, no éramos invitados, pero se nos daban disculpas, y otras sí éramos invitados, pero no aceptábamos la invitación para no complicar la vida a nuestros valientes amigos diplomáticos. O se nos invitaba para que acudiéramos a una hora más temprana con la esperanza de que nos marcháramos antes de que llegasen los representantes oficiales, cosa que unas veces funcionaba y otras no. Cuando no, o los representantes oficiales se marchaban en señal de protesta por nuestra presencia o nos marchábamos nosotros apresuradamente o bien todos fingíamos no advertir la presencia de los otros o -si bien se trataba de ocasiones poco comunes- nos poníamos a conversar unos con otros y ésos eran con frecuencia los únicos momentos de diálogo entre el régimen y la oposición (aparte de los encuentros en los tribunales).

Todo eso ocurría cuando la Cortina de Acero dividía a Europa -y al mundo- en bandos opuestos. Los diplomáticos occidentales debían tener en cuenta los intereses económicos de sus países pero, a diferencia del bando soviético, se tomaban en serio la idea de "o disidentes o comercio". No puedo recordar ocasión alguna de aquella época en la que Occidente o alguna de sus organizaciones (OTAN, Comunidad Europea, etc.) hiciera público un llamamiento, una recomendación o un edicto en el que declarara que determinado grupo de personas independientes -o como se las calificara- no serían invitadas a las recepciones diplomáticas.

Sin embargo, eso está ocurriendo en la actualidad. Una de las instituciones democráticas más poderosas del mundo, la Unión Europea, no tiene reparo en hacer la promesa pública a la dictadura cubana de que reinstaurará el apartheid diplomático. Las embajadas de la UE en La Habana van a confeccionar, en adelante, sus listas de invitados conforme a los deseos del Gobierno cubano.

Inténtese imaginar lo que sucederá: en cada una de las embajadas europeas se nombrará a alguien para que examine la lista, nombre por nombre, y evalúe si esas personas actúan u opinan libremente en público, hasta qué punto critican al régimen o, incluso, si son ex presos políticos. Se acortarán las listas y se borrarán nombres, lo que significará, incluso, eliminar a amigos de los diplomáticos encargados de tal examen, personas a las que hayan prestado asistencia intelectual, política o material. Si los países de la UE intentan disimular esas actividades invitando sólo a diplomáticos en las celebraciones de sus embajadas en Cuba, será peor aún.

No puedo imaginar una forma mejor en que la UE podría deshonrar los nobles ideales de libertad, igualdad y derechos humanos que ella misma defiende. Principios que, de hecho, reitera en su tratado constitucional. Para proteger los beneficios de las empresas europeas en sus hoteles de La Habana, la Unión dejará de invitar a personas de mentalidad libre a sus embajadas, y deduciremos quiénes son por la expresión en la cara del dictador y de sus socios. Resulta difícil imaginar un acuerdo más vergonzoso.

Desde luego, los disidentes de Cuba no tendrán inconveniente en privarse de los cócteles occidentales y la conversación educada en las recepciones. Cierto es que esa persecución agravará su difícil lucha, pero, naturalmente, sobrevivirán. Lo que hemos de preguntarnos es si sobrevivirá la UE.

Hoy la UE baila al son de Fidel. Eso significa que mañana podría concurrir a licitaciones para la construcción de bases de cohetes en la costa de la República Popular de China. El día siguiente podría permitir que sus decisiones sobre Chechenia fueran dictadas por los asesores de Vladimir Putin. Después, por alguna razón, podría imponer como condición para prestar su asistencia a África la existencia de lazos fraternos con los peores dictadores de ese continente.

¿Dónde se detendrá? ¿La liberación de Milosevic? ¿La denegación de visado al activista ruso en pro de los derechos humanos Sergey Kovalyov? ¿La apertura de conversaciones de paz con Al Qaeda? Resulta suicida que la UE recurra a las peores tradiciones políticas de Europa, cuyo común denominador es la idea de que hay que contemporizar con el mal y de que la forma mejor de lograr la paz es mediante la indiferencia para con la libertad de los demás. La verdad es lo contrario: semejantes políticas revelan una indiferencia por la libertad propia y allanan el camino a la guerra. Al fin y al cabo, Europa se está uniendo para defender su libertad y sus valores, no para sacrificarlos en aras de una coexistencia armoniosa con dictadores; con ello, corre el riesgo de una infiltración gradual de su alma por la mentalidad antidemocrática.

Creo firmemente que los nuevos miembros de la UE no olvidarán su experiencia del totalitarismo y de la oposición no violenta al mal y que esa experiencia se reflejará en su forma de comportarse en los órganos de la Comunidad. De hecho, ésa podría ser la mejor contribución que pudieran hacer a los fundamentos políticos, morales y espirituales comunes de una Europa unida.

El autor fue presidente de la República Checa.

Por Václav Havel
Para LA NACION

(Traducción Carlos Manzano)

Václav Havel
Václav Havel
Intelectual y político checo, último presidente de la República Checoslovaca y primero de la República Checa.
Su disidencia frente al régimen comunista que dominaba Checoslovaquia le llevó a pasar de la literatura a la acción: como presidente del Club de Escritores Independientes apoyó la «Primavera de Praga» (1968), lo que le costó la posterior prohibición de publicar sus obras; más tarde fue portavoz de los movimientos de defensa de los derechos humanos Carta-77 y VONS (Comité para la defensa de las personas injustamente perseguidas), por lo que fue encarcelado. Convertido en un símbolo de la lucha por las libertades, pasó un total de cinco años en la cárcel. Cuando las reformas de Gorbachov en la Unión Soviética debilitaron la posición de la dictadura comunista en Checoslovaquia, Havel participó en la fundación del Foro Cívico en el que quedó aglutinada la mayor parte de la oposición (1989). Encabezó la llamada «Revolución de Terciopelo» de aquel año, que, apoyada por una gran movilización popular, consiguió el desmantelamiento de la dictadura sin derramamiento de sangre e instauró en Checoslovaquia un régimen democrático, del que el propio Havel fue elegido presidente.
 
 
 

 
 
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