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Análisis Sínico

06-03-2023

Beijing fija sus objetivos estratégicos para la guerra fría que viene

El discurso de Li Keqiang ha revelado dos objetivos estratégicos para el país comunista. Por un lado, la necesidad de ser autosuficiente en materia tecnológica, y por otro el de garantizar la seguridad alimentaria de China, factor mencionado expresamente.
Por CADAL

(AnálisisSínico/CADAL) La Asamblea Nacional Popular de China, cuyo cometido fundamental es ratificar en sede legislativa las directrices previamente adoptadas por el Partido Comunista chino (PCCh), inició su sesión anual que verá, a lo largo de los próximos días, tanto el ascenso de figuras leales a Xi Jinping en los principales cargos del gobierno entrante, como la reforma administrativa para centralizar el poder en manos del PCCh. Pero en la apertura de la sesión el primer ministro saliente, Li Keqiang, dejó entrever algunas de las prioridades más urgentes para China en 2023.

El Ejecutivo comunista anunció un incremento del 7,2% en gasto militar, un dato que es sabido únicamente captura una fracción del gasto militar total pero que es relevante en el contexto de una eventual confrontación bélica con Taiwán, que muchos ven como inevitable. Con todo, como es tradición en el arranque de la sesión legislativa, la coyuntura y las previsiones económicas centraron buena parte del discurso del primer ministro, como corresponde a un régimen cuya fuente de legitimidad ante su pueblo es la prosperidad.

La economía crecerá «más o menos» un 5%, según Beijing. Una progresión aún por debajo de la época pre-Covid y a años luz de los crecimientos desbocados que, durante más de tres décadas, permitieron a China crecer a una media del 9%. En términos chinos, se intuye como un ritmo saludable, apoyado en el consumo tras los enormes daños autoinfligidos con la política del Covid-cero. Sólo en la construcción de los quioscos para pruebas PCR, desplegados por todo el país, China dilapidó el equivalente al producto interno bruto de Estonia, una decisión ideológica e inútil que desaconsejó la OMS.

Pero el discurso de Li Keqiang también ha revelado dos objetivos estratégicos para el país comunista. Por un lado, la necesidad de ser autosuficiente en materia tecnológica, para poder esquivar las presiones y sanciones de Estados Unidos en ese ámbito. Tras los estragos de la pandemia y en medio de la creciente rivalidad con Washington, los controles estadounidenses impuestos a la exportación de semiconductores y tecnología afín a China, además del precedente de las sanciones a Huawei, han llevado a Beijing a reaccionar.

Hasta 143.000 millones de dólares podría destinar al desarrollo de semiconductores propios, un sector del futuro liderado –justamente– por Taiwán. Las connotaciones económicas y geopolíticas son enormes, se esperan así estímulos fiscales para el sector de los chips, pues alrededor de esta tecnología clave pivotará el resto de la industria. Profundizar las relaciones con Alemania, como proveedor tecnológico, puede ser para Beijing prioritario para poder avanzar en su desarrollo industrial. Movimiento tectónico que chirría en medio de la hostilidad de Beijing hacia Occidente.     

Por otro lado, el segundo objetivo estratégico es garantizar la seguridad alimentaria de China, factor mencionado expresamente. Ello convierte a América Latina en esencial para los intereses del país asiático, aunque lleve implícito el riesgo de quedar subordinada a los intereses industriales chinos por la vía de ser meros proveedores de recursos naturales. Y es que, como es sabido, el bajo valor añadido de las materias primas no sirve para generar empleo ni acumular riqueza industrial a largo plazo. A ello hay que añadir el coste medioambiental y social, efecto secundario recurrente y dramático. La historia demuestra que se cronifican así las relaciones bilaterales de dependencia.

El interés de China por garantizar su seguridad alimentaria se hace evidente en Argentina, pues los alimentos representaron el 84% de sus exportaciones totales en 2022. Desde 2014, según estadísticas oficiales chinas, las exportaciones de cereal argentino a China aumentaron del 0,52% al 17%. Y las ventas de carne y despojos argentinos pasaron del 3% al 34%. A la vez, algunas manufacturas argentinas de más valor añadido, como cueros o vinos, han disminuido sensiblemente su peso sobre las exportaciones al mercado chino.

Por su parte, la relación con Brasil, el primer socio comercial latinoamericano del gigante asiático, es casi idéntica. Sus exportaciones aumentaron un 135% desde 2014, pero la soja y los recursos mineros suman el 75% del total de la canasta exportadora. Destaca asimismo el crecimiento exponencial de la venta de carnes y despojos, un +1.915%. Por tanto, China ve a América Latina como una región estratégica para garantizar su seguridad alimentaria, con la cual intercambiar materias primas por manufacturas. Modelo que los críticos denominan como neocolonial.  

Además, en América Latina, teniendo en cuenta que Beijing tiene inversiones en una cuarentena de puertos regionales desde los cuales puede exportar a China, la estrategia futura en las infraestructuras será más selectiva desde un punto de vista geopolítico. Se detecta ya en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, con menor inversión y cada vez más selectiva. Se acabó pues la fiesta de las infraestructuras a la carta y la financiación blanda.

El informe presentado por el premier chino denota que, en cuestiones estratégicas como la seguridad alimentaria o el suministro futuro de materias primas, la prioridad no es cimentar relaciones «mutuamente beneficiosas», establecer una cooperación «ganar-ganar» o construir «una comunidad de destino compartido» con América Latina. Son sólo palabras amables del idealismo político sobre las cuales construir estrategias políticas orientadas, mayormente, a la maximización última del interés estratégico de China. Puro realismo político para la guerra fría que viene.

 
 
 

 
 
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