Derechos Humanos y
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Monitoreo de la gobernabilidad democrática

27-12-2014

Tendencias Latinoamericanas

Importantes elecciones en Brasil y el Uruguay, una complicada situación de seguridad en México, cambios en Chile y el continuado declive de dos importantes economías –Venezuela y Argentina- son hechos destacables del semestre que concluye. A estos sucesos hay que agregar el entorno de una economía que se mueve más lentamente que años anteriores y el descenso pronunciado de los precios del petróleo, que arroja sombras sobre algunos de los países de la región.
Por Carlos Sabino
 

TENDENCIAS Latinoamericanas procura ofrecer al lector un panorama balanceado de la realidad de nuestra región: como informe semestral no es un típico boletín de coyuntura, -pues trasciende lo anecdótico para bucear en las tendencias que se mueven más allá de lo cotidiano- pero esto no implica que vayamos al otro extremo, a la reflexión puramente abstracta, desconectada del variado acontecer de la región. Este equilibrio, además, se refiere a los temas y los hechos a destacar: la idea es vincular lo económico con lo político y lo social, en tanto presentamos informaciones que no se limitan a un grupo específico de países sino que abarcan también acontecimientos que, en ocasiones, pueden pasar desapercibidos.

RELACIONES ENTRE CUBA Y LOS ESTADOS UNIDOS

Al cierre de esta edición, el día 17 de diciembre, se produjo un hecho que conmocionó al continente: los presidentes de Cuba, Raúl Castro, y de Estados Unidos, Barack Obama, anunciaron simultáneamente que se restablecerían las relaciones diplomáticas entre las dos naciones, interrumpidas desde hace más de medio siglo en el contexto de la Guerra Fría. La decisión incluyó el intercambio de algunos presos por espionaje detenidos en cárceles norteamericanas y la liberación del estadounidense Alan Gross, preso en la isla. El acuerdo alcanzado no incluye el levantamiento del embargo que pesa sobre Cuba –que solo puede ser anulado por el congreso de Estados Unidos- ni medidas concretas de apertura política o económica por parte de los cubanos, aunque se iniciarán pronto conversaciones bilaterales para poner en práctica el restablecimiento de las relaciones que incluirán, de seguro, muchos de los puntos sobre los que existen agudas discrepancias entre las dos naciones.

El tema, sin duda alguna, está muy cargado de emotividad: tanto el exilio cubano como buena parte del Partido Republicano de los Estados Unidos lo han visto como una claudicación ante la dictadura comunista cubana, a la que legitima un golpe de efecto de un Obama que ya se acerca al final de su mandato. La izquierda, en general, ha manifestado su alegría ante lo que perciben como el fin de una injusticia que castigaba inmerecidamente a un régimen al que siempre ha apoyado. Algunos analistas, en cambio, han tratado de ver el cambio con una mirada más objetiva, explorando las motivaciones y las posibles consecuencias mediatas que el acuerdo puede tener. Por nuestra parte pensamos que el cambio es positivo y que, ante todo, refleja la debilidad de un régimen que es incapaz de sostenerse por sí mismo: en efecto, el comunismo en Cuba, que ha traído -como en todas partes- opresión y miseria para la población, nunca ha podido sostenerse sin un apoyo financiero externo; durante décadas la extinta Unión Soviética mantuvo la economía de la isla y luego, ya en el siglo XXI, ha sido Venezuela quien se ha ocupado de financiar el inviable régimen cubano. Pero en estos momentos, con una crisis de enorme magnitud y los precios del petróleo en continuo descenso, el régimen venezolano afronta problemas insalvables para continuar con los cuantiosos aportes que entrega a la isla. En esas condiciones, y como un modo de ganar tiempo, los hermanos Castro han decidido dar este llamativo viraje, aceptando de hecho que necesitan cambiar su política exterior hacia un rumbo de menor confrontación. Para los Estados Unidos la motivación es otra: dejando de lado los personales motivos que pueda tener al respecto el presidente Obama, es obvio que este cambio de política tiene motivaciones prácticas y éticas que no pueden desdeñarse. La política de aislamiento de la isla no ha dado ningún resultado concreto durante todas estas largas décadas y, no cabe duda, ha servido de excusa ideal para que los dictadores comunistas justificaran ante el mundo la miseria en la que han sumido a su pueblo. Por otra parte los Estados Unidos han mantenido y mantienen relaciones diplomáticas con toda clase de gobiernos, algunos también dictatoriales y autoritarios: ¿por qué no, entonces, con Cuba?

Es obvio que hoy, todavía, es muy temprano para evaluar las consecuencias que podrá tener el paso que se ha dado. Pero, a nuestro juicio, el acuerdo tendrá favorables consecuencias para la vida de los cubanos: no porque la dictadura vaya a terminar en el corto plazo, lo cual es muy improbable y depende en gran medida de la desaparición física de los hermanos Castro, sino porque el régimen, inevitablemente, tendrá que reformarse y se abrirán las puertas para futuros cambios. Prometemos al lector, en el próximo número de Tendencias, un análisis más detallado de lo que puede derivar en un cambio importante para toda nuestra región.

EL SEMESTRE EN PERSPECTIVA

Importantes elecciones en Brasil y el Uruguay, una complicada situación de seguridad en México, cambios en Chile y el continuado declive de dos importantes economías –Venezuela y Argentina- son hechos destacables del semestre que concluye.  A estos sucesos hay que agregar el entorno de una economía que se mueve más lentamente que años anteriores y el descenso pronunciado de los precios del petróleo, que arroja sombras sobre algunos de los países de la región.

Elecciones en Brasil

Las elecciones del mayor país de América Latina no estuvieron exentas de sorpresas: estas comenzaron en agosto, cuando el candidato Eduardo Campos –que había sido gobernador del Pernambuco, ministro de Lula y recibía ahora el apoyo de cuatro partidos- falleció en un accidente de aviación. Campos marchaba entonces en tercer lugar en las encuestas, tenía el respaldo del PSB, un partido de centro izquierda y, para sustituirlo, la coalición que encabezaba escogió a una figura carismática y controversial, Marina Silva. Ella había sido la tercera candidata más votada en las elecciones de 2010 como abanderada de los verdes, aunque en propiedad no pertenecía a un partido ecologista. Marina subió indetenible en las encuestas y llegó a aparecer como la candidata con mayor opción, pero luego el entusiasmo se disipó del mismo modo veloz con que había aparecido. Los resultados de la primera vuelta, efectuada el 5de octubre, arrojaron un 41,6% para la presidente Dilma Rousseff, un segundo lugar para Aecio Neves –candidato por el Partido de la Social Democracia Brasileña-, con un 33,6%, y dejaron a Marina Silva con apenas el 21,3%.

Dilma Rousseff ganó por estrecho margen la segunda vuelta después de estar, nuevamente, atrás en las encuestas: obtuvo el 51,6% de los votos frente a Aecio Neves, quien recibió el 48,4%. Las complicaciones electorales de la presidente, que pertenece al Partido Trabalhista (PT) del expresidente Lula, provienen de dos problemas fundamentales: el de la corrupción, endémica en los últimos años, y el de la mala marcha de la economía. Con 12 años en el poder y cuatro más por delante, el PT se encuentra en el foco de la opinión pública y ha perdido buena parte de la credibilidad que tuvo a comienzos del siglo. La economía, por otra parte, está estancada: el crecimiento es prácticamente nulo, la inflación se acerca al 7% y el ingreso real de los trabajadores tiende a disminuir. A pesar de todo el electorado más pobre, que todavía acepta y cree en el discurso redistributivo de la izquierda, ha seguido apoyando al PT, aunque ahora –como se ve por las cifras- cada vez con más dudas. La presidente, que parece haber aprendido la lección, ha dado un viraje desde la política económica intervencionista que siguió durante su primer mandato. Ha nombrado a Joaquim Levy, un hombre favorable a políticas de mayor rigor fiscal, en el ministerio de hacienda y ha completado su gabinete económico con algunas personalidades que provienen del campo empresarial y se inclinan hacia una mayor libertad económica.
Brasil, en todo caso, encara un futuro económico incierto, pues queda por verse hasta dónde podrán llegar las medidas de rectificación fiscal y de apertura en los años venideros.

Otras elecciones en Sudamérica

También en Uruguay la izquierda logró retener el gobierno, llevando a Tabaré Vásquez nuevamente a la presidencia. El Frente Amplio no logró, en la primera vuelta que se desarrolló el 26 de octubre, la mayoría absoluta, pero estuvo muy cerca de lograrlo: Vásquez obtuvo el 47,8%, seguido por Luis Lacalle Pou -del tradicional Partido Nacional- con 30,9% y Pedro Bordaberry –del otro partido histórico, el Colorado-con apenas 12,9%. En la segunda vuelta Tabaré Vásquez se impuso con un decisivo 56,5%, por lo que tendrá amplia legitimidad para gobernar, apoyado por un congreso en que también tiene mayoría. El Frente tiene ahora 50 de los 99 diputados y 15 de los 30 senadores, por lo que no tendrá mayores impedimentos para gobernar.

El electorado que percibe al gobierno, ante todo, como proveedor de servicios y ayudas sociales, ha trasladado su tradicional lealtad desde el Partido Colorado hacia la izquierda, algo que tiene semejanzas con lo que comentábamos más arriba para Brasil. Pero además de este factor, que podemos llamar estructural, ha pesado en el sólido triunfo de la izquierda la acertada gestión del mandatario saliente, José Mujica, quien con su sencillez y estilo directo se ha ganado la simpatía no solo del electorado uruguayo sino de buena parte de la opinión de América Latina. Frente a tantos casos de desembozada corrupción, gastos exorbitantes y un estilo faraónico, el exguerrillero ha emergido como un ejemplo de otro estilo muy diferente de gobierno… el que –pensamos- desea la mayoría de los latinoamericanos.

Para completar este cuadro debemos registrar el caso de Bolivia, país en el que Evo Morales obtuvo un resonante triunfo imponiéndose con el 61,0% al candidato de la opositora Unidad Democrática, Samuel Doria Medina, quien consiguió apenas un 24,5%, repartiéndose el restante porcentaje entre otros candidatos de menor importancia. Las elecciones se llevaron a cabo el 12 de octubre consolidando el poder de un presidente que, a esta altura, es prácticamente absoluto. La buena estrella del populista de izquierda Evo Morales obedece, a nuestro juicio, a tres elementos: en primer lugar al control que él ya posee –como sucede también en Venezuela- sobre todos los poderes públicos: no existe independencia judicial en Bolivia, el consejo electoral está totalmente en manos de sus partidarios y toda la administración pública está en sus manos. A esto hay que agregar la buena situación económica que vive el país, que crece a buen ritmo y en el que se respetan hasta cierto punto los equilibrios fiscales básicos, y el ya mencionado respaldo que –como en Brasil, Uruguay y muchos otros países-  otorga buena parte del electorado más pobre a los partidos o caudillos que entregan dádivas entre la población y hacen una “política social” del todo demagógica y politizada.

La guerra que ha perdido México

Hace algunos años, el presidente Calderón proclamó a toda voz una “guerra contra las drogas” que hoy, lamentablemente, arroja su saldo ominoso de muertes y desapariciones. No es exagerado decir que la guerra se ha perdido: a pesar de las capturas de importantes “capos” del tráfico de drogas, de los decomisos de toneladas de estupefacientes y de cárceles repletas de sicarios y de traficantes, los cárteles prosiguen con su negocio, más fuertes quizá que nunca, estimulados por la demanda imperturbable de los consumidores del norte. Un trágico incidente ha puesto sobre el tapete, ante toda la sociedad mexicana, los horrores de este insensato combate.

En Iguala, estado de Guerrero, 43 estudiantes de una escuela secundaria apresados por la policía –cuando se dirigían a realizar una pacífica protesta por temas que nada tenían que ver con el tráfico de drogas- fueron conducidos hasta los dominios de un despiadado cártel y asesinados a sangre fría, tal vez luego de vejaciones y torturas. Sus cuerpos fueron incinerados sistemáticamente; nunca aparecieron. El hecho, dirigido aparentemente por el alcalde de la ciudad, José Luis Abarca y su esposa, suscitó de inmediato una reacción pública que ha servido para que el presidente, Peña Nieto, anunciara cambios importantes en la política de seguridad que sigue México. La ciudadanía se encuentra visiblemente indignada, se ataca a los partidos políticos y el porcentaje de aprobación del gobierno ha descendido en las encuestas. Iguala era gobernada por el PRD (Partido de la Revolución Democrática), el partido de izquierda que se ha opuesto al gobernante PRI reclamando el cese de la corrupción y mayor transparencia. Pero el PRD no tomó ninguna medida efectiva ante la visible participación de Abarca en estos trágicos hechos y su líder histórico, Cuauhtémoc Cárdenas, renunció disgustado al partido que él mismo había fundado en 1989.

Entre las medidas que ha tomado Peña Nieto figura la disolución de las 1800 policías municipales que existen, percibidas como débiles, penetradas por el narcotráfico y corrompidas en todo sentido, y su sustitución por 32 policías a nivel estatal, lo que permitiría una profunda reorganización de todo el aparato de seguridad en el país. Otras medidas se encaminan a mejorar el sistema de justicia y crear herramientas legales que permitan combatir con más eficacia el crimen. Estas medidas parecen acertadas pero, a nuestro juicio, resultarán insuficientes: frente a organizaciones que manejan centenares de miles de millones de dólares, con los que pueden comprar la voluntad de casi cualquier funcionario, de amplia penetración geográfica y de hábitos despiadados de conducta es poco lo que puede hacerse así. Solo un replanteamiento a fondo de la lucha contra las drogas, incluyendo la despenalización del consumo y tal vez de otras actividades, podrá cambiar a fondo un panorama que, hoy, se presenta como la más seria amenaza contra México. De poco valdrán otras medidas, como la reciente apertura de la petrolera estatal PEMEX, que dejó en julio de ser un monopolio, para reactivar una economía que crece en un entorno de inseguridad.
México comenzará el proceso de apertura de la industria petrolera a las firmas privadas, nacionales y extranjeras, interesadas en participar en la exploración y explotación de yacimientos petroleros y de gas natural.

El viraje de Chile

La presidente Bachelet ha encontrado que su viraje hacia la izquierda encuentra crecientes dificultades. La coalición que encabezó, la Nueva Mayoría, que incluía a los partidos de la antigua Concertación, pero también a los comunistas, no encuentra un consenso adecuado para poner en práctica sus propuestas y, por contrapartida, ha provocado una reacción adversa que abarca no solo a los sectores empresariales sino también a muchos de sus adherentes más moderados. Según las últimas encuestas el porcentaje de aprobación que tiene el gobierno ha descendido desde un 50% en julio hasta un 38%, en el pasado mes de noviembre, mientras que el porcentaje de quienes abiertamente desaprueban asciende ahora a un 43%, catorce puntos más que los 29% de julio. El gobierno atribuye este descenso a la complicada situación económica en que se encuentra el país, ante un descenso del precio internacional de las materias primas, pero hay causas más profundas: Bachelet ha iniciado cambios que amenazan con apartar a Chile del modelo económico que ha seguido durante las últimas décadas, basado en la economía de mercado, moderados impuestos y una política social poco demagógica. Ahora, tratando de reformar la educación para someterla a la tutela estatal y aumentando los impuestos, Bachelet ha encontrado crecientes resistencias, una cierta disminución de la inversión y un clima político que se le vuelve adverso, pues la extrema izquierda la percibe como débil y vacilante mientras que la derecha, por contrapartida, la siente como una amenaza. Por todo esto, pensamos, no es probable que el país sureño realice cambios demasiado profundos durante su mandato: los chilenos sienten que es mucho lo que podrían perder y quieren ampliar la esfera de la educación pública, pero sin perder el sistema de alicientes que han llevado al país al desarrollo económico. La creación de un nuevo consenso, tal vez más inclinado hacia la izquierda pero para nada radical, es el horizonte que por ahora se vislumbra.

Argentina: la incesante conflictividad

Dos son los principales problemas que hoy, a nuestro juicio, tiene la Argentina: la expansión indetenible de su gasto público y la conflictividad que alienta constantemente la presidente, Cristina Fernández de Kirchner: el primero de ellos incide brutalmente en la situación financiera internacional del país mientras que el segundo impide una salida constructiva y sensata a las dificultades por las que pasan los argentinos.

La expansión fiscal durante los gobiernos de los Kirchner ha sido verdaderamente notable y es, sin duda, el factor fundamental que está en el origen de los desequilibrios económicos que hoy padece la Argentina. La participación del estado en el PBI ha pasado de un 31% en 2006 a un increíble 46% en 2013, mostrando un crecimiento que, según datos del Fondo Monetario Internacional, es el más acelerado del mundo. Una proporción tan cercana a la mitad del producto es por completo inusual en países de desarrollo medio como la Argentina, lo que supone una pesada carga para la economía en general, la mitad de cuyo producto –o casi- va a parar a manos del estado. De esta desproporción tan poco recomendable surgen consecuencias bien conocidas en el país del sur: una presión impositiva intolerable (que se combina, naturalmente, con una alta tasa de evasión), un endeudamiento que no cesa y, en definitiva, una carencia de dólares suficientes como para mantener el valor del peso. Ante este último problema la administración, hace ya más de dos años, impuso lo que allá se llama el “cepo cambiario”, que no es otra cosa que un control de cambios de acuerdo al cual el gobierno restringe la venta de divisas. Esto ha llevado, como suele ocurrir, a la emergencia de un diferencial cambiario: existen dos valores para el dólar, uno que fija el gobierno y otro que es el que determina el libre juego del mercado. Se genera así una presión hacia la devaluación que, encubierta, no deja sin embargo de producir una deriva inflacionaria de no poca magnitud.

La presidente, aferrada a estas ideas ya superadas en materia de economía, ha respondido manteniendo una actitud conflictiva que no cesa, y que de algún modo mantiene al país en vilo. Ya sea contra el poder judicial, como ahora, o contra los medios de comunicación, la Iglesia, los partidos políticos o los empresarios, Cristina Fernández vive en una constante actitud de pelea, de confrontación, cuando no se ausenta del timón del gobierno por razones de variados problemas de salud.

Argentina, obviamente, necesita un cambio de rumbo, y está claro que éste habrá de producirse como resultado de las elecciones del año próximo. El panorama preelectoral sigue por ahora bastante confuso, con alianzas que se arman y desarman con los meses y varios aspirantes a la primera magistratura, pero ninguno de ellos, hasta el momento, parece inclinado a seguir el rumbo de la administración actual. Tampoco, sin embargo, se expresan por ahora ideas claras y tajantes de cómo salir de la situación que se ha creado, lo que añade por lo tanto una cuota de incertidumbre a todos los escenarios posibles. Será a partir de marzo de 2015 cuando, casi seguramente, comience a clarificarse el panorama político nacional.

Venezuela y su quiebra económica y moral

La caída abrupta de los precios del petróleo durante el semestre ha encontrado a los venezolanos en una delicada situación. Sus reservas de dólares son escasas, por completo insuficientes para satisfacer la demanda de las importaciones del país y las políticas socialistas de su gobierno han disminuido la producción local de todo tipo de bienes: hoy el país importa casi todo lo que consume y paga esas importaciones con las ventas petroleras, que representan el 96% de las exportaciones totales. El precio del petróleo resulta entonces decisivo, y se calcula que cada dólar que este baja significa unos 700 millones de reducción de ingresos para el país. Con precios del petróleo que han descendido un 40% durante el semestre Venezuela deja de recibir, aproximadamente, unos 30.000 millones de dólares por concepto de importaciones.

Y Venezuela, lamentablemente, no tiene en realidad forma de recuperarse, aun si el petróleo volviese a subir a cerca de 100 $ el barril –lo que de paso, por cierto es altamente improbable que suceda. Su deuda soberana con China es superior a los 40.000 millones de dólares, que paga con 500.000 barriles de crudo y derivados pues así está acordado en los contratos firmados. Es verdad que el dinero de los asiáticos se encamina hacia diversos fondos de desarrollo pero estos, por lo visto, no han producido resultados tangibles y es dudoso que lo hagan pronto, debido a la ineficacia del gobierno, la malversación y la directa corrupción. Si a esto agregamos los 100.000 barriles diarios que prácticamente se regalan a Cuba es fácil imaginar que la situación financiera internacional del país no tiene perspectiva alguna de mejorar.
La situación económica general, sin duda, es alarmante. Escasea la mayoría de los productos de primera necesidad –incluyendo alimentos, medicinas y toda clase de repuestos- existe de hecho ya un racionamiento en el país y la inflación se desborda. No podía ser de otra manera cuando el déficit de las cuentas fiscales asciende a más del 16% del producto del país. El bolívar, ante la falta de divisas y las inciertas perspectivas, continúa devaluándose de un modo tal que, sin exagerar, hace prever una posible hiperinflación.
No hay en el país, sin embargo, reales vientos de cambio político: el chavismo sigue aferrado al poder, la oposición es casi inexistente y no se vislumbra, al menos al momento de escribir estas líneas la posibilidad de que Venezuela pueda salir de la profunda crisis que ahora vive.

Las conversaciones de paz para Colombia

Lentamente prosiguen, en La Habana, las conversaciones de paz entre la guerrilla comunista de las FARC y el gobierno colombiano. La organización terrorista ha pedido, en una de sus declaraciones a la prensa, que se reconozca la “responsabilidad” principal que tiene el estado en el conflicto que la enfrenta, y que tiene ya medio siglo de duración. Las FARC quieren así preparar el camino para firmar unos acuerdos en que aparezcan como víctimas y donde se apruebe como solución política una buena parte de su programa político y económico. Esto puede resultar difícil, sin embargo, por la sólida oposición que una buena parte de la ciudadanía exhibe ante una excesiva benevolencia ante la guerrilla.

Las conversaciones fueron suspendidas, en noviembre, porque la guerrilla secuestró –junto con otras personas- al general Rubén Darío Alzate. El gobierno se retiró de la mesa de negociaciones pero a los pocos días, ante la liberación de los prisioneros, volvió a reanudar su participación.

El apoyo al proceso de paz del Gobierno colombiano con las FARC se redujo hasta el 38 % entre los ciudadanos del país, lo que supone diez puntos menos que en el mes de julio, según un sondeo.

Una breve referencia sobre la economía

La desaceleración de la economía mundial durante 2014 ha provocado la disminución de los precios de casi todas las materias primas, no solo los del petróleo. Esto ha incidido negativamente en las cifras de crecimiento de la región, que exporta mayormente este tipo de bienes, por lo que las estimaciones más confiables son por lo general poco optimistas. China está creciendo aún a tasas muy altas, pero que son inferiores a las de años precedentes, mientras que Japón ha entrado otra vez en recesión y la mayor parte de Europa presenta tasas de crecimiento muy bajas, o incluso negativas. Solo los Estados Unidos manifiestan, hoy, cierto dinamismo en su economía, aunque de un modo que últimamente ha sido bastante irregular.

Estas debilidades se han expresado, como era de esperar, en una disminución de la inversión extranjera directa en nuestra región. Los datos disponibles para el primer semestre muestran un descenso del 23% con respecto al mismo período del año anterior, con una cifra total de unos 84.000 millones de dólares. Esta disminución se ha notado sobre todo en Chile, México, Argentina, Perú, Costa Rica y El Salvador, mientras que, en el extremo opuesto, se encuentran claramente Panamá, con un aumento del 26% con respecto a 2013.

Según proyecciones del FMI los dos países con peor desempeño en sus economías serán Venezuela y Argentina, con recesiones que se presume continuarán también durante el año que viene. Esto no es sorprendente: las políticas económicas que siguen esos países, fuertemente intervencionistas o socialistas, tarde o temprano producen estos severos problemas de crecimiento. Brasil habrá permanecido prácticamente estancado durante todo el año que termina, mientras que para México se pronostica un aumento del producto bastante moderado: algo más del 2%. Las naciones que tendrán un mejor desempeño en 2014 serán, según la misma fuente, Panamá, con casi el 7%, seguida de República Dominicana, Colombia, Bolivia, Paraguay y Nicaragua. Resulta alentador el caso de Panamá, que viene creciendo a muy altas tasas durante los últimos años, gracias a fuertes inversiones, una política fiscal sana, una moneda estable (el dólar) y relativamente bastante libertad económica.

El dilema de nuestro tiempo

(Esta sección está basada en un artículo que escribimos hace poco para la agencia de prensa Panampost)

Cinco países de América Latina poseen hoy sistemas políticos que, a nuestro juicio, pueden llamarse absolutistas: Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia. En ellos no existe en la práctica ninguna división de poderes, pues en cada uno el organismo electoral está por completo en control del gobierno, el legislativo es un conjunto dócil de diputados que se somete a la voluntad del presidente, el poder judicial no es independiente y recibe fuertes presiones del ejecutivo y este, finalmente, está en manos de un presidente que puede reelegirse indefinidamente. El presidente es, así, el único poder político real, lo que recuerda al dominio de los caudillos que, en épocas pasadas, gobernaron dictatorialmente a casi todos nuestros pueblos.

En el resto de América Latina tenemos, por contrapartida, gobiernos que deben calificarse como débiles, que se ocupan más de satisfacer demandas sociales que de cumplir con la función básica de proporcionar seguridad a los ciudadanos, la tarea primordial a la que no puede renunciar ningún estado, pues de otro modo deja de ser el depositario del resguardo del orden nacional. En estos casos el poder judicial, aunque más o menos independiente, es además burocrático y lento, plagado de formalidades, volcado más a la protección de los derechos de los acusados que de las víctimas, siguiendo un llamado garantismo que provoca profundo malestar en muchas poblaciones. La policía, a veces ineficaz o corrupta, no alcanza a garantizar el orden y reprimir la delincuencia: vemos así episodios terribles en los que poblaciones rurales se toman la justicia por su propia mano, cárceles donde los delincuentes siguen dirigiendo sus bandas criminales y, en general, un aumento de las tasas de homicidios y una creciente inseguridad. Algunos de los países mencionados en el párrafo anterior, que tienen gobiernos de tipo absolutista, se caracterizan también por este desborde criminal que mantiene en zozobra a la ciudadanía; Venezuela, como es sabido, marcha a la cabeza de esta triste lista.

Si hemos dividido a las naciones latinoamericanas en estos dos grandes grupos, simplificando tal vez un poco las cosas, es porque queremos destacar las profundas carencias que, en todos los casos presentan los sistemas políticos actuales. Tenemos estos gobiernos democráticos pero débiles que se someten a las presiones de grupos bien organizados de activistas y organizaciones no gubernamentales, que adoptan la agenda de los donantes internacionales, que no garantizan los derechos de quienes invierten en el país pues a la inseguridad que se vive en las calles y carreteras hay que agregar la inseguridad jurídica de países donde, en cualquier momento, se aumentan los impuestos o se establecen regulaciones que perjudican a las empresas privadas, especialmente a las más pequeñas. Tenemos por otra parte gobiernos absolutistas que son dictaduras o marchan hacia alguna forma de despotismo, pero que ejercen su poder no para resolver los problemas de sus países sino para beneficiar a un presidente que gobierna sin oposición real y distribuye prebendas y privilegios entre sus seguidores.

La situación de la región, por todo esto, recuerda las carencias institucionales que sufrimos durante buena parte de los siglos pasados, un péndulo que oscila entre el poder personal y la democracia, pero una democracia que resulta inefectiva y débil, frágil en su protección a las libertades ante las amenazas de los autoritarismos de todo tipo. Y aún peor: en épocas pasadas muchas de estas dictaduras realizaron importantes obras, se enfrentaron a enemigos de la nación y, en fin, realizaron la tarea de construir un estado moderno donde todavía no lo había. Hoy, en cambio, personajes como Hugo Chávez o los hermanos Castro, parecen empeñados en destruir todo lo existente, desde los valores republicanos hasta la misma infraestructura física que tan necesaria resulta para el bienestar de todos.

Lo que América Latina necesita hoy no son más ayudas sociales ni diálogos con grupos minúsculos que no respetan las leyes y se arrogan la representación de la voluntad popular. Tampoco necesita más impuestos que, en definitiva, solo alimentan la burocracia y la corrupción. Lo que necesitamos son gobiernos limitados en sus funciones pero fuertes para hacer respetar la ley, que garanticen el orden y proporcionen seguridad a todos, que no se rodeen del boato de las monarquías pasadas sino que actúen con eficiencia y con sencillez. De otro modo seguiremos, como ahora, avanzando hacia crisis políticas que impiden nuestro crecimiento y pueden derivar en diversas formas de violencia u opresión.

Carlos Sabino
Carlos Sabino
Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales. Es profesor titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela y profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Es miembro de la Mont Pelerin Society, y corresponsal de la agencia AIPE en Venezuela. Entre sus libros figuran: Empleo y Gasto Público en Venezuela; De Cómo un estado Rico nos Llevó a la Pobreza; El Fracaso del Intervencionismo en América Latina; Desarrollo y Calidad de Vida; y Guatemala, dos Paradojas y una Incógnita.
 
 
 

 
 
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